Este marco recurrente de dualismo y dicotomía siempre presente entre cuestiones celestiales y terrenales afecta a la forma en que los cristianos ven la encarnación y la integración. Por Karen Bomilcar.
El deseo de salud y plenitud es intrínseco al corazón humano. Se manifiesta en la búsqueda de la preservación y prolongación de la vida a través de diferentes medios para adquirir este ideal de salud, que algunos considerarían un producto o una propiedad. Esta búsqueda también se traslada al contexto de la comunidad cristiana, a la que las personas acuden con la intención de encontrar un lugar al que pertenecer y un entorno que las ayude a mantener su salud.
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La salud mental es una de las dimensiones de esta visión más amplia de la salud. La comunidad cristiana puede tener también el potencial de provocar heridas al estar constituida por seres humanos imperfectos que actuarán desde su condición rota en muchas circunstancias. Pero también podemos argumentar lo contrario.
La comunidad [cristiana] tiene un amplio y a veces inexplorado potencial para ser el contexto en el que se promueva y preserve la salud integral.
Muchos de los distintos problemas pastorales de la comunidad están relacionados con la salud, como las relaciones, el trabajo, la enfermedad, la discapacidad, los nacimientos, la crianza el divorcio, el abuso de sustancias, el envejecimiento y la muerte.
Este paradigma amplio permite a las comunidades cristianas implicarse en las distintas áreas de conocimiento y fomenta la participación interdisciplinaria con el objetivo de mejorar la salud de la comunidad. El cuerpo es una metáfora de la Iglesia en el Nuevo Testamento. Este cuerpo desempeña un papel esencial en la forma en que existimos en el mundo y, por consiguiente, es el ámbito en el que tiene lugar la cuestión de la salud. Nos encontramos y nos relacionamos unos con otros como seres humanos encarnados con emociones.
Ha habido numerosas ideas erróneas y dificultades a la hora de aceptar e interpretar el concepto de encarnación como expresión que resuena con Jesucristo como Dios encarnado. Este marco recurrente de dualismo y dicotomía siempre presente entre cuestiones celestiales y terrenales afecta a la forma en que los cristianos ven la encarnación y la integración.
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¿Cuál debe ser entonces el propósito de nuestro intento de crear y mantener prácticas que promuevan esta integración y salud? El propósito de esta búsqueda no debería ser la negación del paradigma eterno de la existencia, ni siquiera el cultivo de cualidades personales y el autocontrol,[1] sino reconocer que hemos sido creados para ser instrumentos con fines especiales, santificados en nuestra relación con Dios y entre nosotros, preparados para participar en su obra en el mundo. Descuidar esta mayordomía y cuidado de nuestros cuerpos como instrumentos suyos es descuidar la misión de Dios a su pueblo.
Esto significa que la comunidad cristiana debe abrazar tanto la promoción de la salud como el cuidado de los que se ven afectados por la salud deficiente en el camino. El cuerpo humano como instrumento es importante para la obra de Dios en el mundo, construyendo relaciones sanas en comunidad, apoyando a nuestros semejantes y animándolos verbal y prácticamente. Un corazón angustiado que no encuentra espacio para compartir sus luchas por miedo a ser juzgado por los demás no mejorará. Es necesario que la iglesia, como comunidad reunida en torno a Cristo resucitado, vuelva a la Palabra de Dios y se dé cuenta de que los hombres y mujeres de la gran narración bíblica eran extremadamente humanos y experimentaron dudas, remordimientos y decepciones.
En la insuficiente atención e incapacidad de la iglesia para abordar las cuestiones de la pérdida cognitiva y los trastornos mentales parece haber una estigmatización de quienes luchan con una variedad de desequilibrios emocionales, como si la fe o la falta de ella fuera el factor definitorio de esta compleja y polifacética ecuación. Esto repercute directamente en la forma en que la comunidad ofrece apoyo a las personas que enfrentan retos psicológicos, así como a sus familiares y amigos.
Es importante considerar el camino del diálogo interdisciplinario con la psicología y la medicina, no considerándolas sistemas contrapuestos, sino complementarios o informativos, ya que tienen como objetivo el cuidado de las personas. Se sabe que la dinámica social de una comunidad es uno de los factores más importantes de los que sus miembros pueden beneficiarse y contribuir para experimentar crecimiento y salud pero, cuando su dinámica es tóxica, puede ser un espacio de dolor y abuso. Una comunidad sana debe proporcionar tanto un lugar como un propósito para conectar a las personas en relaciones significativas y animarlas hacia la madurez espiritual y una vida sana que promueva el shalom.
El modelo de interdependencia está representado en la vida de la Trinidad y fue vivido por Jesús en el mundo al encontrarse con personas. Cuando Jesús vivía entre amigos y en comunidad, y cuando se encontraba con la gente, mostraba la gracia presente en la interdependencia, dando y recibiendo al relacionarse con ellos. En nuestra relación con el Cristo resucitado, nos sentimos constantemente interpelados y transformados por la conciencia de nuestras vulnerabilidades. Con humildad, reconocemos que somos seres dependientes que necesitamos la gracia de Dios y que tenemos que dejar de lado nuestro aislamiento e independencia. Sobre la tensión entre dependencia e independencia, en la persona de Cristo, Dios nos ha enseñado que la dependencia tiene una dimensión que hay que abrazar y que no afecta nuestro estado de dignidad como personas. Llegamos a la vida como seres dependientes y nuestra fragilidad como seres humanos en el proceso natural de envejecimiento nos llevará de nuevo a la dependencia al final de la vida. Hemos sido creados para la interdependencia.
Existe una estrecha relación entre nuestro aprendizaje y crecimiento, y la forma en que desarrollamos nuestras relaciones. La educación y la salud están conectadas, y pueden profundizarse y amplificarse en el contexto de la comunidad y las relaciones. Una de las mayores dificultades para establecer relaciones auténticas, transparentes y significativas es nuestro deseo humano de independencia, que nos lleva a un individualismo radical. Nuestra lucha constante entre vivir nuestras vidas desde el miedo o una vida desde el amor es lo que mina nuestra capacidad de abrir nuestros corazones a Dios y a los demás, ya que nos limitamos a nuestro propio conocimiento sobre quiénes somos y quién es Dios sin la perspectiva más amplia que el otro puede ofrecer y aportar a nuestras vidas.
A la hora de abordar la cuestión particular de la comunidad cristiana y su interacción con el concepto de salud integral, existe un amplio abanico de posibilidades aún no plenamente exploradas. La comunidad cristiana posee cualidades que crean un entorno favorable al establecimiento de prácticas de promoción de la salud. Además de las interacciones sociales que contribuyen al estímulo mutuo, las reuniones intencionales y los cultos colectivos ofrecen oportunidades para la promoción de la salud, individual y comunitariamente. Estas prácticas pueden promover la salud implicando a personas y aprovechando al máximo los recursos sociales que ofrece la comunidad para ser inclusiva y solidaria. Esto repercute directamente en la forma en que la comunidad presta apoyo a personas que luchan contra enfermedades mentales y a sus familiares y amigos.
La teología debe avanzar continuamente hacia el camino de la integración interdisciplinaria; no considerar a los demás como sistemas competidores, sino que se complementan con la visión de la totalidad de las personas.
Las iniciativas que serían útiles para la integración interdisciplinaria serían las que involucran a profesionales de la salud y a líderes cristianos para proporcionar a la comunidad enseñanza y apoyo grupal a quienes luchan con problemas mentales o físicos. El objetivo de tales iniciativas es la promoción del bienestar para toda la iglesia abordando las diferentes necesidades y esferas de los planes de acción para el bienestar. Incluso en nuestros círculos cristianos se estigmatiza a quienes tienen problemas de salud mental. Estas iniciativas también ayudarán a corregir tales actitudes.
Se sabe que el estímulo mutuo es uno de los principales promotores de la salud y también del cuidado y el consuelo constantes. En países como Brasil, en América Latina, los lazos relacionales dentro de las comunidades cristianas han demostrado ser fundamentales para el cuidado integral de personas en zonas económicamente más pobres, con los retos de sus contextos sociales. Abrir las comunidades para conversaciones, charlas, asesoramiento grupal e individual y derivación de recursos es fundamental para humanizar la conversación y disminuir el estigma, creando una red saludable de atención a quienes enfrentan problemas de salud mental.[2]
Esta comprensión más amplia del cuidado integral de la persona hace posible que los cristianos se involucren en diferentes áreas del conocimiento con el objetivo de mejorar la salud de la comunidad. No se trata de sustituir el papel de las instituciones gubernamentales centradas en la asistencia ni de desvirtuar el papel de la iglesia en su dimensión espiritual, trascendente, de culto y comunión. Se trata más bien de trabajar en lo que concierne a un cristiano en el camino de la fe, desde la conversión hasta la madurez espiritual, y de ser sensible a la necesidad de trabajar con socios de otras esferas de la sociedad en este cuidado cuando sea necesario.
Dios nos ha otorgado conocimiento y discernimiento, y debemos ponerlos al servicio de la comunidad de fe, así como de la sociedad en general. En todo el mundo se están estudiando diversas iniciativas relacionadas con este tema, que ayudan a la iglesia a reflexionar más sobre la salud mental[3] y también a servir a personas en ciudades y países. Aunque puedan tener perspectivas y puntos de vista diferentes, están ofreciendo oportunidades para que la gente se reúna, fortaleciendo así la relación de unos con otros. Solo por nombrar algunos, hay ministerios y organizaciones como Sanctuary Mental Health Ministries (Canadá y Reino Unido),[4] Christians Professionals in Psychology and other Sciences (Brasil),[5] Oasis Africa,[6] Celebrate Recovery,[7] Christian Asian Mental Health y Safe Space Community for Asians.[8]
En Brasil, por ejemplo, hay un interés creciente en construir puentes entre la fe cristiana y la salud mental, organizándose grupos de estudio para aumentar el conocimiento de las derivaciones a otras instancias de atención, hacia una red de atención más profunda. Se promueven actividades que abordan no solo las diferentes luchas mentales sino también las diferentes estaciones de la vida, además de conectar todas aquellas cuestiones relativas a la salud con una perspectiva shalom como la justicia y la libertad, la fe y el trabajo, y el cuidado de la creación.
Ojalá sigamos tendiendo puentes y estableciendo conexiones para ayudar a personas de dentro y fuera de nuestras comunidades cristianas a avanzar hacia un cuidado integral.
Karen Bomilcar es licenciada en Psicología y especializada en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Mackenzie (São Paulo) y tiene un máster en Teología y Estudios Interdisciplinarios en el Regent College de Vancouver (Canadá).
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.
Notas
[1] Karen Bomilcar, Corpo como Palavra: Uma Visão Bíblica Sobre Saúde Integral (São Paulo: Editora Mundo Cristão, 2021). ↑
[2] Nota del editor: Ver el artículo de Gladys Mwiti y Bradford Smith “Volver la atención de la iglesia hacia la salud mental”, en el número de noviembre 2018 del Análisis Mundial de Lausana. ↑
[3] Nota del editor: Ver el artículo de Hebert Palomino O. “Construir un púlpito móvil para la salud mental” en el número de noviembre 2020 del Análisis Mundial de Lausana. ↑
[4] Sanctuary Mental Health Ministries. ↑
[6] Oasis Africa. ↑
[7] Celebrate Recovery. ↑
[8] Christian Asian Mental Health; Safe Space Community for Asians. ↑
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