Pretender que el bautismo con, o en, el Espíritu Santo debe ser una experiencia subsecuente a la conversión no se adecua al testimonio de las Sagradas Escrituras.
Después de lo tratado en las cinco exposiciones anteriores, es seguro que quedan algunas preguntas en el aire que trataremos de contestar en esta última exposición. Entre otras: ¿Es necesario que cuando se recibe al Espíritu Santo junto con la profesión de fe en Jesús, todos los creyentes tengan que hablar en lenguas? ¿Por qué hubo grupos de creyentes que profesaron fe y después recibieron el Espíritu Santo con la manifestación de hablar en lenguas? ¿Sería esa la evidencia que estaría estableciendo la norma para todos los creyentes de todos los tiempos? Trataremos de contestar a esas preguntas con las evidencias bíblicas que tenemos a nuestra disposición.i
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Sin embargo para contestar a esas preguntas, es necesario afirmar el principio hermenéutico de que los pasajes de carácter histórico no deben servirnos como normativa para establecer doctrina para nosotros, sino en los libros de carácter didáctico. Porque si nos basamos en los pasajes de carácter histórico podríamos caer en una evidente contradicción. De todas maneras ¿Cuál pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles debería ser normativo para nosotros? Si escogemos Pentecostés, no hemos de reivindicar solo las lenguas (idiomas hablados milagrosamente) también tendríamos que esperar que se dieran los fenómenos del viento recio y las lenguas repartidas como de fuego. ¿Por qué una cosa sí, y otras no? Pero si elegimos la experiencia de los creyentes samaritanos allí hubo fe, bautismo en agua y luego fueron los apóstoles Pedro y Juan para que recibieran el Espíritu Santo, por medio de la oración de ellos. ¿Por qué fue así en ese caso? Después, los que estaban en la casa de Cornelio ¿Por qué el bautismo en agua se dio después de la fe, el arrepentimiento y la recepción del Espíritu Santo con las lenguas? ¿No fue el apóstol Pedro quién expuso el orden a seguir?: Primero el arrepentimiento y la fe, luego el bautismo en agua y después “recibiréis la promesa del Espíritu”. (Hch. 2.38-39) ¿Y qué pasó con el grupo de discípulos de Juan el Bautista? ¿Dónde los encajamos como creyentes, dado que después de haber sido enseñados y puestos al día en lo referente a la fe de Jesucristo “fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús, y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas y profetizaban” (Hch.19.1-6).
Lo que vemos en cada uno de estos pasajes es que no hay una norma ni un orden fijo en los hechos que tuvieron lugar en la experiencia de los grupos mencionados, de los cuales se hace necesario decir algunas cosas. Y la más importante de ellas es que en todo caso, eran tres grupos de personas especiales, que necesitaron un trato especial por parte en su experiencia con el Evangelio y la recepción del Espíritu Santo.
En el caso de los creyentes samaritanos, es cierto que ellos habían creído en el “evangelio del reino” y se habían bautizado “en el nombre de Jesús” (Hch.8.12,16). Sin embargo, el texto dice: “aun no había descendido –el Espíritu- sobre ninguno de ellos” (Hech. 8.16). El evangelista Felipe, podía haber dicho algo así como, “ahora necesitáis un revestimiento de poder para el cumplimiento de la misión” o algo por estilo. Sin embargo, las palabras del escritor, Lucas, evidencian que ellos no habían recibido el Espíritu Santo todavía. Por tanto, su experiencia cristiana, tal y cómo la vemos en las Escrituras del Nuevo Testamento, no estaba completa; y eso era algo serio. Entonces la pregunta que muchos se han hecho, es: ¿Por qué Dios retuvo su Espíritu de los samaritanos? Y la respuesta a la cual han llegado y que más concuerda con todo el contexto bíblico y teológico es, por la enemistad que había entre los samaritanos y los judíos. Eso hizo que al retener su Espíritu, los creyentes samaritanos tuvieran que depender y recibirlo por medio de los apóstoles judíos; porque los samaritanos siempre habían dicho que “en este monte –su monte, con su templo- es donde se debe adorar”. Pero Jesús afirmó a la mujer samaritana que, “la salvación viene de los judíos” (J. 4.19-22). Así que, era necesario que los creyentes samaritanos entendieran esta verdad esencial. De otra manera la división que siempre había existido entre los dos pueblos se habría perpetuado. Entonces, cuando los apóstoles se enteraron de lo que había pasado en Samaria actuaron de forma consecuente:
“enviaron allá a Pedro y Juan; los cuales habiendo venido oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aun no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” ( Énfasis mío -Hch.8.14-17-).
Sin embargo si los creyentes samaritanos hablaron en lenguas o no, el texto no lo dice; aunque es posible que así fuera. El énfasis está puesto por Lucas -el autor- en que Pedro y Juan pusieron sus manos sobre ellos; y con ese acto simbólico se estaba expresando que el muro de separación y dura enemistad que había entre ellos y que había durado por siglos, se había derribado por Cristo (Ef. 2.13-16) dando como resultado un mismo pueblo, una misma familia, un mismo templo y un mismo cuerpo; y todo, porque “por medio de él, -Cristo- los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Ef. 2.18). Atrás quedaba la división y los odios ancestrales por causas varias, que unos y otros habían alimentado. Evidentemente, esa no podría ser la norma para nosotros, ya que no es nuestro caso.
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Este es, sin duda, otro caso especial porque es el primer grupo de gentiles a quienes se les predicaba el evangelio. Y lo de “caso especial” –además de otros factores- quedó señalado en el contexto por la forma en la cual Dios trató al apóstol Pedro, para que fuera a predicar el Evangelio a la casa de un gentil, Cornelio (Hch.10.1-29). Dios tuvo que pasar por encima de Pedro, no sin dificultad, para hacerle entender que “Dios no hace acepción de personas” en relación con la salvación (Hch.10.34). Por eso en su manifestación soberana, una vez que Pedro predicándoles el Evangelio hizo referencia a la fe en Jesús y el consecuente perdón de pecados “el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso” dando un testimonio suficiente de que “los perros gentiles” –considerados así por los judíos- eran incorporados “al cuerpo” por medio de ese bautismo “con el Espíritu Santo” (1ªCo. 12.13).
Eso era necesario en ese contexto. Sólo basta con considerar la tensión que se percibe cuando Pedro, después de lo acontecido en casa de Cornelio regresa a Jerusalén. Pedro es casi acosado por los demás creyentes-judíos por haber entrado en la casa y comer con los gentiles allí reunidos (Hch. 11.1-18). Pero afortunadamente, estaban allí seishermanos judíos que habían sido testigos, de lo que pasó y ese testimonio fue suficiente salvando de apuros al apóstol Pedro, dado que lo que pasó en la casa de Cornelio fue muy parecido a lo que pasó en Pentecostés, con el hablar en otras lenguas, aunque no fue exactamente igual en todo (Hch. 11.12; 10.45)
Pero de todas formas aquella experiencia viene a confirmar que ese es el propósito de Dios para los creyentes: El arrepentimiento, el creer en el nombre de Jesucristo para recibir el perdón de pecados y también el Espíritu Santo. ¡Ojo, recibir el Espíritu Santo! No “un revestimiento de poder”, aunque lo incluya. Así de sencillo. Míralo en Hechos 11.18 donde se hace referencia al arrepentimiento. Míralo en 10.43, donde se hace referencia a la fe y al perdón de los pecados con la consecuente recepción del Espíritu Santo (10.44-45). Pero con una ligera diferencia con Hechos 2.38, donde el bautismo en agua es antes de recibir “la promesa del Espíritu Santo” mientras que en el grupo de la casa de Cornelio fue después de haberlo recibido. (Hec.10.47-48).
En relación con este caso -que forma parte de la revelación de Dios- no creo que sea necesario señalar que nosotros, como gentiles, necesitemos alguna manifestación especial para saber que también somos objeto del amor de Dios para salvación que es por la fe en Jesucristo y como consecuencia, recibir el Espíritu Santo.
En el caso de los “discípulos de Juan el Bautista”, tenemos otro grupo especial que, por muchas vueltas que se le dé, no hay manera de encajarlos como creyentes cristianos; y esto, sencillamente, porque no lo eran. Ellos no estaban informados de todos los hechos relacionados con Jesús. Sobre todo de la muerte, resurrección, exaltación de Jesús y la venida del Espíritu Santo. Por eso a la pregunta del apóstol Pablo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? (…) Ellos le dijeron: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo” (Hch.19.2).
Por tanto, una vez examinados por Pablo, a la experiencia de haber creído “en el bautismo de Juan el Bautista”, les fue añadido por el apóstol todo cuanto faltaba relacionado con Jesús; y como vemos, fue una experiencia colectiva de presencia y de manifestación del Espíritu Santo con lenguas y profecía que evidenciaba el traspaso de una etapa pre-mesiánica (el anuncio de Jesús por parte de Juan el Bautista) a otra mesiánica ya cumplida por medio de Jesús, tras su resurrección, su exaltación a los cielos y la venida del Espíritu Santo. Entonces, tampoco somos como el grupo mencionado y lo vivido y experimentado por ellos no tiene que ver con lo vivido y experimentado por la gran mayoría de otros creyentes, entre los cuales estamos también nosotros.
No hay problema en ver lo que sucedía en cada caso. El Señor es soberano y actúa acorde con su voluntad y aunque a veces actúe de forma diferente, al final nos damos cuenta de que nada esencial faltó a su obra, dado que fue el Espíritu el que obró. El problema está en hacer que algo sea normativo para todos los creyentes cuando en la Biblia no se presenta como normativo, por la vía del mandamiento o de la exhortación, sino que aparece como histórico y narrativo. Pero el asunto se complica cuando vemos que en la narrativa ninguna experiencia es igual a la otra, sino que varían unas de otras. Entonces mejor es quedarnos con el orden lógico que expusieron los apóstoles en distintas ocasiones donde se resaltan el arrepentimiento, la fe y el bautismo en agua y recepción del Espíritu Santo que produjo, además, todo eso en el creyente y que Él se manifieste en él como Él crea de manera soberana hacerlo. Unas veces puede que sea una conversión tan dramática que llame la atención a propios y extraños por el cambio tan extraordinario que ha tenido la persona. Otras veces, el cambio no será tan dramático pero no por eso menos eficaz; mientras que en otras, la profesión de fe va seguida de una llenura del Espíritu Santo con expresiones carismáticas como las lenguas, las profecías o incluso unas expresiones de alabanza como antes jamás las había experimentado el creyente. Pero en no pocos casos, se puede crear un problema de forma doble: uno, cuando habiendo ocurrido esta realidad última, en muchas iglesias miran de reojo al que ha tenido tal experiencia y, enseguida tratan de negar y “apagar el fuego” de esa realidad. Lo cual es perjudicial y dañino. El otro caso se suele dar también, cuando alguien pasa por una experiencia así, y se empeña en que los demás la tengan también. Eso es improcedente; y tanto en un caso como en otro se hace bastante mal.
Queda una última consideración que hemos de tener en cuenta. Si en las Iglesias de los Hechos de los Apóstoles era la norma que todos los creyentes fueran bautizados con el Espíritu Santo después de haber creído como experiencia subsecuente, o si lo que se practicaba en las iglesias era la búsqueda del bautismo del Espíritu Santo por parte de todos los que aceptaban a Cristo, con la evidencia de hablar en lenguas ¿Por qué en el concilio de Jerusalén, cuando el apóstol Pedro hace referencia a lo que ocurrió en la casa de Cornelio, echa mano de un ejemplo que le quedaba a unos 15 años de distancia en el tiempo, como era Pentecostés? Es decir, para confirmar lo que pasó en casa de Cornelio, Pedro lo comparó con lo que ocurrió en el día de Pentecostés, ¡no con las experiencias que ocurrían normalmente en los recién convertidos durante todos esos años!:
“Y Dios que conoce los corazones, les dio testimonio (a los de la casa de Cornelio) dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros (en Pentecostés); y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe los corazones” (Hch. 15.7-8; énfasis mío)
Pero además, el énfasis lo puso no en la señal de hablar en otras lenguas, sino en la importancia de que la venida del Espíritu Santo fue el cumplimiento del Nuevo Pacto, acorde con las palabras de Ezequiel, llevando a cabo “la purificación del corazón” tal y cómo ya vimos en las pasadas exposiciones (Hch.15.9 con Ezq.36.25-27).
El mismo argumento usó Pedro en Jerusalén cuando fue interpelado por los creyentes judíos, por comer con gentiles (Hch.11.15) ¿Por qué no echó mano de ejemplos más recientes? Él podría haber dicho: “¡Mirad cómo creyentes gentiles y judíos reciben el bautismo del Espíritu Santo con el hablar en lenguas!”. Pero no lo hizo. Eso, sin duda, prueba que lo sucedido en la casa de Cornelio y los demás casos mencionados, eran grupos excepcionales de personas, como ya se ha dicho y que, dada su excepcionalidad, fueron tratados de forma excepcional; y por tanto, no podían constituirse en norma para todos los creyentes de todos los tiempos.
Así que pretender que el bautismo con –o en- el Espíritu Santo debe ser una experiencia subsecuente a la conversión, “un revestimiento de poder para el cumplimiento de la Gran Comisión”, eso no se adecua al testimonio de las Sagradas Escrituras. Pentecostés abarcó mucho más que el hecho de capacitar con poder a la Iglesia para el cumplimiento de la Gran Comisión, como vemos por el testimonio bíblico. Pretender otra cosa es poner una tensión en los creyentes a “buscar” algo que como ya lo tienen no llegará, y se corre el peligro de recibir o producir “algo” que no esté acorde con el Espíritu Santo. Eso fue lo que nos ocurrió a nosotros cuando comenzábamos nuestra iglesia allá por el año 1980. Algunos fuimos llenos del Espíritu Santo y en la confusión de creer que habíamos sido bautizados con el Espíritu Santo, con algunas evidencias de hablar en lenguas, de pronto pretendíamos que los demás debían tener la misma experiencia. Pero (siento decirlo) creamos una tensión innecesaria en algunos creyentes que no habían tenido esa experiencia. Todo eso hasta que tuvimos en consideración un estudio más detallado de las Escrituras, diferenciando entre lo que es el bautismo con el Espíritu Santo, cuando uno cree y se entrega a Jesús, y la llenura del Espíritu Santo que podrá ocurrir en esos momentos o incluso tiempo después y aun varias veces a lo largo de la vida del creyente.
Por tanto, todo lo dicho hasta aquí no quiere decir que no debamos buscar el ser “llenos del Espíritu Santo” y “desear más del Señor” y buscar cuando sabemos que “nos falta ese algo” porque nuestra vida cristiana no está bien y sabemos que no funciona… Años atrás, cuando luchábamos por entender el tema del bautismo del Espíritu como “la segunda experiencia” que otros decían que necesitábamos, los contrarios usaban Efesios 5.18 para decirnos que ahí Pablo no se estaba refiriendo a buscar “el bautismo del Espíritu”, sino “el ser llenos del Espíritu” ¡Y tenían razón! Pero además hay que añadir que el texto mencionado dice: “continuad siendo llenos del Espíritu”. Pero mi argumento era que para “continuar siendo llenos”, era necesario “estar lleno” primeramente. Y eso no era así en muchos de nosotros, como también lo será hoy en día, en muchos creyentes. Entonces, cuando eso ocurre, antes de “continuar siendo llenos” hay que llenarse primero. Tú no puedes mantener un vaso de agua lleno, si el vaso está vació; primero tienes que llenarlo y luego, mantenerlo.
He puesto el ejemplo anterior, porque cuando se da la circunstancia de que el creyente está mal y él lo sabe, el Espíritu Santo que “nos anhela celosamente”, está trabajando en nosotros para sacarnos de ese nivel de sequedad -si no de miseria espiritual- entonces, en algunos casos –como nos pasó a algunos de nosotros- la llenura pudiera ocurrir de forma dramática, con algunas manifestaciones como un gozo indescriptible, una poderosa alabanza que antes no fluía o algún don que antes no teníamos o no lo habíamos visto en nosotros; y es posible que en algunos casos salgan hablando en “lenguas extrañas”. Una experiencia así, tan dramática, si no estás claro desde el punto de vista doctrinal, te pudiera parecer que has recibido “el bautismo en el Espíritu Santo”, cuando lo que ha ocurrido es una llenura del Espíritu,puesto que el bautismo del Espíritu lo recibiste en la conversión: “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él” (Ro. 8.9). Pero a esa criatura ¡cualquiera le dice que no ha recibido el “bautismo con el Espíritu”! A veces es cuestión de semántica: Se le pone un nombre equivocado a una experiencia genuina.
Luego, es un problema añadido el hecho de que se le diga a los creyentes nuevos que, además de recibir el bautismo del Espíritu Santo, este no ocurrirá a menos que “se dé la señal de lenguas como evidencia inicial” y esto, en todo caso. Pero bueno, lo respeto, aunque no lo comparto. Precisamente en este tema, mis mejores amigos y hermanos en el Señor han sido y lo son aquellos con los cuales no concuerdo en este tema. Y así seguirá siendo, por mi parte. ¡Sin problema!
Con esta exposición, damos por terminada esta serie.
Notas
i Uno de los libros que considero extraordinarios, al respecto del tema tratado y que nos ayudó a principio de la década de los años 80, fue el titulado “Creo en el Espíritu Santo”, de la serie “Creo”; Michel Green; Edt. Caribe, 1978. Libro que debería ser reeditado nuevamente, para beneficio del pueblo de Dios.
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