Por supuesto, el Espíritu Santo no iba a venir dos veces, una en esta ocasión y otra en el día de Pentecostés.
“Como me envió el Padre, así yo también os envío. Y habiendo dicho esto, sopló y dijo: Recibid el Espíritu Santo” (J.20.21-23)
Nos encontramos aquí con una referencia al Espíritu Santo en la cual no hay acuerdo acerca de su interpretación. El asunto es que Jesús había resucitado y se presentó a sus discípulos en varias ocasiones y, en esta ocasión tuvo lugar la escena en la cual después de decirles que él les enviaba a ellos al igual que el Padre le envió a él, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.
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Ahora bien, muchos interpretan que cuando el Señor dijo aquello y sopló sobre los discípulos, que en ese momento recibieron al Espíritu Santo. Sin embargo, esa posición presenta serios problemas exegéticos. Las evidencias a favor de que la venida del Espíritu Santo fue en el día de Pentecostés, en Hechos 2, y no en la ocasión cuando Jesús “sopló”, son tan abrumadoras que dejan poco espacio para la otra interpretación. Y por supuesto, el Espíritu Santo no iba a venir dos veces; una en esta ocasión y otra en el día de Pentecostés.
Creo que la interpretación que afirma que el Espíritu Santo vino cuando Jesús “sopló” no es acertada y más bien viene a defender dos ideas: Una la de que en ese momento el Espíritu Santo lo recibieron los discípulos como evidencia de que habían sido regenerados y nacidos de nuevo. Así el Espíritu Santo les fue dado como “sello” y como “arras”i acorde con lo enseñado por el Apóstol Pablo (Ef.1.12-14). La otra idea es que de esa manera, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés fue solo “un revestimiento de poder” para el cumplimiento de la Gran Comisión, tal y como prometió Jesús (Lc.24.45-49; Hch.1.8). Así quedaría establecido el orden a seguir en la experiencia de todo creyente en Cristo Jesús: Primero la experiencia de la conversión y el nuevo nacimiento y, luego, como una experiencia subsecuente, el bautismo con el Espíritu Santo para ser lleno de poder para el cumplimiento de la misión.
Sin embargo, no podemos pasar por alto ciertas evidencias escriturales en contra de esa posición. De otra manera estaríamos haciendo violencia al texto bíblico. Veamos.
1.- En primer lugar, acorde con la pasada exposición, Jesús no enviaría el Espíritu Santo hasta después de su resurrección y exaltación a los cielos. (J.7.37-39).
Efectivamente, todos los textos bíblicos hacen referencia a que la venida del Espíritu Santo tendría lugar después de la resurrección y exaltación de Jesús a los cielos (J.7.37-39; 14.15-16, 26; 15.26-27; 16.7-15; Hch.1.4-8). Lógicamente, el Espíritu Santo no iba a venir en dos veces o etapas. O vendría en una ocasión o en otra y es evidente que dicha venida fue en el día de Pentecostés. Así que concluimos que no hay venida del Espíritu Santo alguna antes de la ascensión de Jesús.
2.- En segundo lugar, no hubo ninguna evidencia de la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos, en el momento que Jesús “sopló” a la vez que pronunciaba las palabras, “recibid el Espíritu Santo”.
El texto no dice nada de ninguna consecuencia de aquel acto de Jesús. Sencillamente el asunto se quedó en las palabras y en el hecho del “soplo” de Jesús, sin consecuencias aparentes. Decir algo más sobre eso es añadir al texto algo que no está allí. Tampoco tenemos porqué creer que ellos recibieron el Espíritu Santo, en ese momento -como dicen algunos- para producir el nuevo nacimiento espiritual o la regeneración espiritual y que lo recibieran como “sello” y como “arras”. No hemos de olvidar que la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés abarcaba, además del revestimiento de poder, todo lo relacionado con el Nuevo Pacto anunciado por los profetas Jeremías y Ezequiel; y no podemos pasar por alto esas realidades que tendrían que ver también con lo relacionado con el nuevo nacimiento y la regeneración espiritual con todo cuanto eso significa a la luz del Nuevo Pacto.
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Esto nos lleva a preguntarnos, como muchos han hecho, si los discípulos de Jesús no habían nacido de nuevo ni se había producido en ellos la regeneración. A esa pregunta podríamos contestar que hemos de tener en cuenta que el tiempo de Jesús era un tiempo de transición. Por supuesto que Jesús realizó en ellos una labor de enseñanza y santificación por medio de su palabra (J.15.3). Sin embargo, todo cuanto hizo Jesús a esos efectos y lo que tenía que ver con su obra en la cruz y su resurrección, tenía que esperar la venida del Espíritu Santo para realizarse de forma completa en sus discípulos. No hemos de olvidar que en la Santísima Trinidad, cada persona realiza su propio papel: el Padre envió a Jesús para realizar la obra salvífica, pero sería el Espíritu Santo quien la realizaría y la haría posible en los corazones de los creyentes.
3.- En tercer lugar, cuando Jesús “sopló” y dijo: “Recibid el Espíritu Santo”, él relacionó estas palabras con la Gran Comisión.
¿Y esto que tiene que ver con lo que venimos diciendo? Mucho. En realidad es la mayor evidencia que demuestra que en esos momentos no recibieron el Espíritu Santo. Las palabras de Jesús “Como me envió el Padre, así también yo os envío…” se refieren a la Gran Comisión que los discípulos habrían de cumplir (Ver también, J.17.18). No es nada de extraño que la Gran Comisión fuera dada en varias ocasiones y que Jesús no siempre la diera de la misma forma y completa. En una enfatizó el discipulado, el bautismo, la enseñanza y la universalización de la Gran Comisión (Mt.28.19-20); en otra “el arrepentimiento para perdón de los pecados” y el poder para la misión (Lc.24.47-49; Hch.1.7-8); en otra la necesidad de predicar a “cada criatura”, el bautismo, y las señales que seguirían a los que creyesen en Jesús (Mrc.16.14.18); y en otra, como en este evangelio, señaló la autoridad para remitir o retener el perdón de los pecadosii. Esto último no era nada nuevo, si tenemos en cuenta que el evangelista Lucas menciona como elemento esencial de la Gran Comisión el perdón de los pecados. Tema que el apóstol Pedro, para no recortar nada del Evangelio, también lo tuvo en cuenta; y que el apóstol Pablo también asumió “el arrepentimiento para con Dios y la fe en Jesucristo” como parte esencial del Evangelio que él predicaba (Ver, Lc. 24.47; Hch.2.38; 3;19; 10.42-43; 11.18; 20.21).
Entonces, esa realidad que es más que evidente, nos lleva a la conclusión de que para el cumplimiento de la Gran Comisión que los discípulos tenían que cumplir, Jesús les había dado la orden de esperar en Jerusalén, para “ser revestidos con poder de lo alto” una vez que él hubiera sido exaltado a los cielos, ¡no antes! (Lc.24.45-49; Hch.1.8). Por eso la realidad que tanto los profetas Jeremías, Ezequiel y Joel como Juan el Bautista y Jesús hablaron sobre la promesa del Espíritu Santo, se cumplió, no en esta ocasión sino como ya hemos dicho una y varias veces, en el día de Pentecostés. Entonces, no tiene sentido decir que el Espíritu Santo lo recibieron en el momento que Jesús sopló sobre ellos y dijo aquellas palabras, “Recibid el Espíritu Santo”.
4.- Cuando Jesús sopló sobre los discípulos realizó un acto simbólico.
Ya hemos dicho algo acerca del acto de Jesús de soplar sobre los discípulos, sus palabras y cómo ha sido interpretado de varias maneras por unos y otros comentaristas. Eso nos indica que el texto bíblico no siempre está tan claro como para que sea entendido de la misma manera por todos los exégetas. En todo caso, nos parece que aparte de lo que se dice en el original griego –o hebreo- de un texto determinado, es necesario tener en cuenta el contexto más amplio, para no incurrir en contradicciones que, de hecho, no tienen lugar.
Entonces, a la luz de lo expuesto anteriormente hemos de concluir que el Espíritu Santo no fue dado por Jesús en esta ocasión. La interpretación más lógica que nos queda es que Jesús realizó un acto simbólico cuando sopló y dijo aquellas palabrasiii. Acto simbólico que anticiparía y garantizaría la recepción del Espíritu Santo el día de Pentecostés, al igual que hizo el día de la última cena, cuando por sus palabras y acto de tomar el pan y el vino y repartirlo entre sus discípulos con las palabras que conocemos estableció el sacramento de la Eucaristía, “Cena del Señor o, “Santa Cena”. De esa manera anticipaba todas las celebraciones que se iban a efectuar a lo largo de la historia tal y cómo el dijo: “En memoria de mí” (Lc. 22.19; 1ªCo.11.23-26).
Por otra parte, quizás aquí hemos de tener en cuenta que algunas de las declaraciones de Jesús trascendían al tiempo, de tal manera que el hecho de que las dijera en un momento determinado, no por eso se habían cumplido todavía; pero él las daba por hechas. Por ejemplo en Juan 17.4, dijo el Señor: “Padre… Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese”.
Estas palabras las tomamos con toda naturalidad, a pesar de que lo que el Señor dice no se había cumplido todavía. Pero damos por hecho que lo que el Señor dijo era verdad aunque cuando Jesús las dijo no había ido a la cruz todavía ni había resucitado, ni había sido exaltado a los cielos. Sin embargo, viéndolo desde el punto de vista que a efectos de hacer algunas declaraciones él no está condicionado por el tiempo -como nosotros- y que “Dios llama a las cosas que no son como si fuesen” (Ro.4.17) y de su disposición para realizar la obra del Padre, entonces, Jesús veía toda la obra como perfectamente acabada. Aunque después tendría que pasar por los sufrimientos previos y la muerte de cruz, hasta poder decir: “Consumado es”.
De igual manera, creemos que al “soplar” Jesús sobre los discípulos y decirles: “Recibid el Espíritu Santo”, estaría llevando a cabo una acción simbólica por la que confirmaría la promesa y garantizaría su cumplimiento, que tendría lugar 53 días después, en la fiesta de Pentecostés y en Jerusalén. Por otra parte, y dicho sea de paso, la acción de algunos predicadores de “soplar” tratando de imitar al Señor Jesús, con el micrófono bien pegado a la boca, con pretensiones de “comunicar algo” a los oyentes, ni tiene precedente bíblico ni comunica nada que no sea algo de “humo”, desde el punto de vista emocional, que nada más salir del local se habrá esfumado para siempre de los así “soplados”.
Concluimos diciendo que, un estudio más detallado de lo que significó la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, con raíces en el Antiguo Testamento, las palabras del Señor Jesús y el testimonio tal y como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, aclararía mucho más sobre estos versículos que hemos visto en esta ocasión. Y la conclusión más lógica y objetiva posible a la cual se llega es que la venida del Espíritu Santo se produjo el Día de Pentecostés, siendo mucho más que “un revestimiento de poder para la misión”. Dicha venida es, no solo la recepción del Espíritu Santo por parte de los 120 que la esperaban, sino el “todo” del cumplimiento y la aplicación de la obra de Jesucristo realizada en la cruz del Calvario y por medio de la resurrección de Jesús, tanto en aquellos primeros creyentes como también, llegado el momento, en los creyentes de todos los tiempos.
Notas
i Dichos términos, por ejemplo el “sello” significa, propiedad. Por tanto todo creyente que es “sellado con el Espíritu Santo” es propiedad de Dios. Por otra parte, las “arras del Espíritu”, vienen a significar que el Espíritu Santo es “la prenda” o el “adelanto” de todas aquellas bendiciones que el Señor Jesús ganó en la cruz del Calvario y por medio de su resurrección y que tiene reservadas en su gloria para nosotros.
ii Dicho sea de paso, estas palabras de Jesús nada tienen que ver con el poder que la Iglesia Católica Romana se ha atribuido para perdonar los pecados de las personas, ni con la llamada “confesión auricular” hecha a los pies de un sacerdote. Eso que ellos llaman “el sacramento de la confesión” (como otros “sacramentos” más) no es sino el medio por el cual han controlado y dominado a las personas para mantenerlas bajo su señorío. Pero esto es otro tema, para tratarlo en otro momento.
iii Esa es la posición, entre otros, del expositor bíblico, Guillermo Hendriksen (Comt. Evg. de Juan, 1981).
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