Hace demasiado frío

La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente. (Carmen Martín Gaite)

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Hace frío. El frío propio de la estación en la que estamos.

Un frío que se mitiga con ropa de abrigo, con la estufa del hogar, con los abrazos. Es un frío que no me inquieta, el preocupante, el que realmente me intranquiliza, es el que se instala en el corazón, el que congela las esperanzas, las ilusiones, los sueños. Un helor que hace enmudecer a quien sólo le queda aliento para pedir socorro, limosnear una palabra esperanzadora.

Las noticias que ayer nos producían un sentimiento de reflexión conjunta, hoy pasan ante nuestros ojos y oídos con la fugacidad de un pensamiento. Llegan a las retinas y antes de que les hayamos dado la importancia merecida, ya han pasado, ya se han ido, suplantadas por otra jugosa información repeinada y con aire de actualidad.

Vivimos tan apresuradamente en esta sociedad de la premura que nada parece ser realmente importante y para que así sea, han de adornarlo con las dosis precisas de morbosidad; reclamo mágico para tener un tema común de conversación.

La frialdad duele.

Hay demasiada gente callada, abnegada a vivir una vida de silencio, soportando con temor la llegada de un nuevo día.

Hay gente que lo pasa realmente mal mientras el resto seguimos pensando en esas cosas superfluas que componen nuestra existencia y que tan importante nos parecen.

El frío que se aloja en los corazones vuelve insensible al ser humano, presto al hedonismo, sin el menor deseo de ofrecer atención a nada ni a nadie que no circunde su mundo más cercano.

Me entristece la fragilidad de las palabras que no llegan a ser pronunciadas. Las palabras ahogadas, escondidas en gestos cargados de una tristeza insondable. El dolor de quienes están tan acostumbrados a sufrir que ya no pueden llorar.

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Lo que hoy es noticia, mañana está ajado. Todo es perecedero y nada parece tener importancia. Un ritmo tan vertiginoso provoca que el interior se enfríe a causa de tanta celeridad.

No quiero que se me hiele el corazón y por ello me acerco cada día a Dios que me regala el calor de su Amor, Él conoce sobradamente mi condición, mis limitaciones, me acoge con brazos abiertos y entre sus brazos encuentro el ardor que no permite que se me escarche el alma.

A Él si le importa lo que a nadie le importa. Él sigue enseñándonos lecciones básicas a poner en práctica en este mundo tan contradictorio y tan necesitado del fuego de Dios que derrite hostilidades y hace enardecer corazones.

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[title]Por un año más[/title]

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