Atenas era en tiempos antiguos el templo de la razón, enaltecida por filósofos tan importantes como el trío compuesto por Platón, Sócrates y Aristóteles. Jerusalén, reconocida como ciudad sagrada por judíos, musulmanes y cristianos, era el santuario de la fe.
Florencio Tertuliano, quien nació y vivió en Cartago entre los siglos segundo y tercero de nuestra era, está considerado como el más antiguo de los escritores cristianos de pensamiento latino. De origen africano, se crió en el seno de una familia pagana. En torno al año 170 fue convertido al cristianismo. En 190 escribió el libro Apologético, dirigido a los jefes de las provincias romanas en defensa de los cristianos. En él inserta la conocida frase: “¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?”, es decir, que tiene que ver la razón can la fe.
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Sin entrar en otras opciones, fa razón tiene dos sentidos principales: Facultad de conocer lo universal, donde interviene el intelecto, y principio de las realidades del ser humana como explicación de su obra, sin recurrir al auxilio de la fe.
El filósofo francés A. Plantinga, en el libro Fe y Racionalidad, afirma que creer en Dios es adecuadamente básico y que la razón puede servir para confirmar su existencia, sin querer ir más allá porque la razón, decía Goethe, siempre deja un resto. El profesor de filosofía italiano Federico Síacca examina el tema en su libro Existencia de Dios y ateísmo y concluye que “la razón no penetra la esencia de Dios, en tanto que la fe en sí misma, aun cuando tampoco fundamente su existencia, el creyente no se plantea esa necesidad. La fe hace valer sus derechos no contra, sino con la razón”. Jerusalén por delante de Atenas.
Lo que la razón percibe no es más que lo que de Dios se puede conocer a través de las cosas visibles, como lo plantea el apóstol Pablo: “Lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo”. (Romanos 1:19-20). Según esta escritura, las cosas visibles de Dios pueden ser conocidas a través de la razón. Desde la creación del mundo sus atributos invisibles pueden ser percibidos por la razón, pero sólo incorporados a la vida individual mediante la fe, porque “la fe es la convicción de lo que no se ve”.(Hebreos 11:1). Según Tertuliano, Atenas era en tiempos antiguos el templo de la razón, enaltecida por filósofos tan importantes como el trío compuesto por Platón, Sócrates y Aristóteles. Jerusalén, reconocida como ciudad sagrada por judíos, musulmanes y cristianos, era el santuario de la fe.
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Para los defensores de la razón los seres humanos somos sólo materia, reducidos al nivel de las fieras, sin nada de lo divino en nuestra naturaleza. Con razón decía el dramaturgo madrileño Jacinto Benavente, Premio Nobel de Literatura en 1922: “Triste cosa sería la vida si sólo la razón gobernara nuestras acciones y arrinconáramos la fe”.
El doctor en filosofía y sociología francés Fréderic Lenoir, autor de superventas, pregunta en el libro Dios: “¿Es posible tener acceso a Dios por la sola vía de la razón?”. En páginas siguientes cita a Maimónides: “El conocimiento de Dios por la razón es imposible. Sólo la fe permite seguir las huellas de Dios”. Del escritor y periodista canadiense Richard Bastian citamos un largo pasaje que escribe en las últimas páginas del libro Cinco pensadores de la fe y la razón: “Fe y razón difieren sensiblemente: Una pide el libre asentamiento de la voluntad, la otro pruebas tangibles o verdades manifiestas. La razón es un medio de descubrir la verdad, del descubrirla o probarla, la fe, de descubrirla. Fe designo el hecho de creer, por oposición al de saber de la razón. La fe es el acto en virtud del cual una persona está reforzada por una experiencia que ello no puede explicar perfectamente. La razón se apoya en Jo que nos dice la inteligencia”.
Muy interesante el pensamiento del mencionado cartaginés Tertuliano: si para los ateos Dios no existe, está por demás el debate entre la razón y la fe como medio de acercarnos a Él. Esto equivale a admitir que la razón ha salido de la no razón. Atenas y Jerusalén. Cuando Tertuliano establece en el siglo ii la comparación entre ambas ciudades, Atenas era capital de la filosofía del pensamiento. Sus grandes maestros derramaban el pensamiento por todas partes y se dedicaban a decir o a oír algo nuevo. Proclamaban el triunfo supremo de la razón y consideraban una gloriosa victoria rendirse a ella.
En Jerusalén Celestial, poema de 280 versos de Giacomino da Verona, siglo xiii, la ciudad de las tres religiones fundada por el rey David es presentada gloriosa, paradisiaca, con brillantes aguas iluminadas por el sol, proclamando que sin la fe el mundo desaparecería. La fe es la fortaleza sobre la debilidad humana. Todo el conocimiento de la razón se pierde si se pierde la fe.
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