Ocurrió en un taller para ejecutivos. El conferenciante, un hombre de aspecto serio, puso un acuario vacío y una caja grande en una mesa al lado del púlpito. De la caja sacaba unas piedras y las colocaba en el acuario hasta el borde superior.

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«¿Cómo caracterizarían el estado del acuario?», preguntó a la audiencia. «Lleno, semi lleno o vacío?»

Una persona de la primera fila respondió con voz firme: «Está lleno. Lleno de piedras».

El conferenciante sonrió. «Falso», dijo. Y sacó de la caja unas bolsas con gravilla. Con cuidado, rellenó así los huecos entre las piedras grandes hasta que el acuario quedó lleno de gravilla.

«Y ahora, ¿cómo quedó el acuario?», preguntó de nuevo.

Algunos de los asistentes respondieron enseguida: «Ahora está lleno hasta arriba».

«Respuesta incorrecta», exclamó el conferenciante. Y sacó de la caja unas bolsas con arena. Y de nuevo, llenó con mucho cuidado los huecos entre la gravilla y las piedras grandes hasta que el nivel de la arena llegara hasta arriba.

La audiencia quedó sorprendida. A su pregunta: «Y ahora, ¿cómo describirían el estado del acuario?», al inicio nadie se atrevió a responder. Al fin, una persona se lanzó y dijo con cautela: «Supongo que ahora finalmente está lleno».

El conferenciante asintió. «Se ha equivocado», respondió. Y sacó un bidón de agua de la caja. Con cuidado, echó el contenido al acuario hasta que el agua llegó al borde superior.

«Y ahora, ¿me pueden decir lo que hemos aprendido de este experimento?», preguntó el conferenciante.

Una persona respondió espontáneamente lo que parecía evidente. Al fin y al cabo todos en la sala eran ejecutivos. «Claro, es fácil: ninguna agenda está tan llena que no pueda haber un hueco que se puede aprovechar».

El conferenciante negó con la cabeza. «Lo siento. La respuesta de nuevo es incorrecta». Y después de una pequeña pausa, siguió: «Lo que aprendemos es que llenar este acuario es cuestión de prioridades. Pueden intentar hacerlo en otra secuencia y no lo conseguirán».

El conferenciante hizo una pausa para dejar que sus palabras calaran en la audiencia. Luego, continuó: «En la vida, siempre hay cosas que debemos hacer. Pero también hay cosas que queremos hacer. Si queremos alcanzar nuestros objetivos, debemos priorizar nuestras tareas. Debemos centrarnos en las cosas más importantes y dejar de lado las cosas menos importantes.»

Lo más importante en la vida

Una vida que no se rige por prioridades fácilmente pierde el norte. Y esto es particularmente cierto de la vida cristiana, porque nuestras prioridades son distintas de las del resto del mundo. El cristiano que confunde sus prioridades y lealtades al final convierte su vida en un desastre.

Ahora surge la pregunta: Y ¿qué es la prioridad para un seguidor de Cristo?

La respuesta es fácil. Todo el mundo la sabe de memoria: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia …” (Mateo 6:33). Los asuntos del Reino de Dios para el discípulo de Cristo son más relevantes que cualquier otro asunto de la vida.

No es sorprendente que esta frase constituye el corazón del sermón del monte. Este discurso fundamental de Jesucristo no es un manual para averiguar como ser salvo, sino que es evidente que trata de explicar cómo se vive en el Reino de Dios, es decir: como se practica la justicia.

Y ahora entramos en un tema muy interesante. Practicar la justicia de Dios es trabajar en los negocios de nuestro Dios. El sermón del monte - que no es otra cosa que una exposición de la Ley del AT - define cuáles son nuestras prioridades como discípulos de Cristo. 

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Administradores

Somos llamados a la acción, pero no en nuestro propio nombre. Trabajamos para el Dueño de todas las cosas, en su negocio y para su gloria. Y este trabajo llevamos a cabo en nuestra función de administradores. Un administrador tiene bastante libertad a la hora de cumplir con su tarea. Lo importante es que el negocio avance dentro de los parámetros que el dueño ha establecido.

Quiero subrayar esta verdad central: si una cosa aprendemos de las enseñanzas de Jesucristo en términos generales y de sus parábolas en particular, es esta: somos administradores, no dueños. Una de sus parábolas más famosas trata de este tema. La encontramos en Mateo 25. Es la famosa parábola de los talentos.

La vida del discípulo de Cristo no se define en primer lugar en una espiritualidad contemplativa y devocional, sino en el uso activo de los recursos que nuestro Señor pone a nuestra disposición. Y para usar bien estos recursos en nuestra función de administradores tenemos que establecer prioridades bien definidas.

Este buen empleo de los recursos se decide fundamentalmente por dos factores: el tiempo y las posesiones materiales e intelectuales que el Señor ha puesto en nuestras manos. 

Inicialmente, ambos factores eran infinitos. Cuando Dios le encargó a Adán cuidar el jardín, su tiempo no estaba limitado, ni sus recursos. Esto cambió cuando el pecado entró en el mundo. De repente, la vida física de los seres humanos se vio limitada y lo mismo ocurrió con los recursos que tenían a su disposición.

Además, a partir de este momento había que decidir una pregunta aún más fundamental que la de las prioridades: ¿a quién sirvo? ¿De quién seré administrador? Esta cuestión no trata de prioridades, sino de dos opciones mutuamente excluyentes: cada persona tiene que tomar esta decisión. Y hay una opción por defecto: servir al diablo. En ninguna área se demuestra eso tan claro como en la del dinero. 

No es por lo tanto una sorpresa que antes de establecer las prioridades de nuestro servicio Jesucristo toca el tema de quien es nuestro Señor, y nos enseña el principio básico sobre el tema del dinero. El pasaje se encuentra en Mateo 6:19-24 y nos introduce a una dualidad significativa: dos reinos que se entrelazan en nuestras decisiones cotidianas.

Jesucristo presenta esta cuestión crucial también en otras parábolas, por ejemplo en la del tesoro: ¿Qué constituye nuestro tesoro? Jesús nos insta a no simplemente abstenernos de invertir, sino a hacer inversiones sabias con un impacto eterno. La perspectiva de Jim Elliot marca la pauta:

«No es necio aquel que da lo que no puede retener para ganar lo que jamás puede perder».

Se nos llama a adoptar la mentalidad de emprendedores, evaluando el valor de nuestras inversiones para el Reino de Dios. Jesucristo no desalienta el valor de las cosas terrenales, sino la acumulación desmedida.

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Por lo tanto, en Mateo 13:44, nos invita Jesucristo a considerar la sabiduría de gastar para obtener más. No se trata de sacrificio, sino de actuar con inteligencia. El verdadero tesoro es Cristo, y esta perspectiva impulsó a apóstoles como Pablo, quien buscó una recompensa eterna más allá de las riquezas temporales.

La gestión sabia de nuestros recursos se convierte en un acto de prioridades eternas. A medida que discernimos los tesoros, evaluamos las perspectivas y elegimos los dueños de nuestras inversiones, nos encontramos desafiados a vivir para un impacto eterno más allá de las limitaciones temporales de este mundo.

Cada día que nos queda en esta vida terrenal deberíamos preguntarnos: ¿A quién sirvo? ¿Cuáles son mis prioridades hoy? Y ¿cómo van a afectar las respuestas a ambas preguntas, en cada decisión que voy a tomar hoy?

Me sorprende con qué facilidad nos dejamos desviar como creyentes de las cosas esenciales de nuestra fe. Y me asusta con qué naturalidad damos prioridad a las cosas insignificantes, a las luchas sin sentido, al cuidado de nuestras soberbias personales y de nuestras parcelas particulares. 

Evalúa tu vida desde el final. Esto te ayudará a establecer tus prioridades. ¿Estás listo a llenar el acuario de tu vida?