Lo singular de él creo que es la insistencia en mantener “la diferencia entre gracia y religión”, la convicción evangélica de que “sólo la gracia produce una transformación por el Espíritu de Dios”.
No hay muchos modelos hoy de predicación que, siendo fieles a la Escritura, muestren verdadera compasión por la gente. Mente y corazón se unen en Tim Keller (1950-2020), en una pasión por el Evangelio que va más allá de su legado intelectual. Keller representaba para muchos de nosotros, lo que era ser evangélico en la tradición clásica británica de Stott o Lloyd-Jones, lejos de las causas partisanas del “trumpismo” y el descredito en que cayó el “televangelismo” en pleno auge de la “Mayoría Moral” de la Era de Reagan.
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Como han dicho a su muerte algunos de sus críticos, Keller es de otro tiempo. No entendía la agresividad con la que ahora se defiende la fe y menos aún su confusión con la agenda política que le atribuyen las “guerras culturales”. Estaba “fuera de onda” para ellos. No sabía de qué iba ahora la batalla. Ciertamente no entendía esa visión de la teología reformada que ha convertido en sectarismo “la construcción de imperios” de los predicadores de Internet que conforman lo que ahora llaman el “nuevo calvinismo” –nada que ver con la tradición de Kuyper y Bavinck, que él tanto amaba y antes se identificaba con ese nombre–.
Al llegar al final de esta serie, que comencé en parte por mi insatisfacción con el libro de Collin Hansen –a cuyas entrevistas online debo, sin embargo, tantos datos– y la partida de Keller –no por largamente anunciada, menos dolorosa–, conviene llegar a algunas conclusiones que nos lleven a preguntarnos qué ha quedado de su legado hoy. Me temo que como en el libro de Hansen, todo se reduzca a lo que en inglés llaman un name-dropping, un recuerdo al “héroe de la fe” –como le llama él en su obituario–, que se junta al panteón de las personalidades que le han precedido sin orden ni concierto. Al igual que en su libro Jóvenes, inquietos y reformados (El viaje de un periodista con los Nuevos Calvinistas), todos caben, desde Piper y Mohler a Mark Driscoll y Joshua Harris. Se trata de nombrar a cuántos más posible, aunque no veamos relación entre ellos.
[photo_footer]Esta serie comienza por la insatisfacción que produce el libro de Collin Hansen, a cuyas entrevistas online debe, sin embargo, muchos datos.[/photo_footer]
Si la apologética de La razón de Dios era algo ecléctica –a veces presuposicional, otras evidencialista– el libro que absurdamente han traducido en América como La lógica de Dios (Argumentos razonables para creer en Dios), cuando el título original es Buscando sentido a Dios (Encontrar a Dios en el mundo moderno), es un giro de Keller al presuposicionalismo que conoció en Westminster en la tradición de Vos, Clowney, Frame y Van Til. Su explicación es que la apologética que veía en el campo evangélico servía más que para afirmar la fe cristiana que para convencer al escéptico. Lo que le lleva a ello es, curiosamente, la crítica de una serie de autores no evangélicos a la secularización.
La figura fundamental de este grupo que llamaron Dogwood es un sociólogo cristiano de la Universidad de Virginia llamado James Davison Hunter. Él es el creador de la expresión “guerras culturales” en un libro de 1991. Su libro Para cambiar el mundo está publicado en castellano por Peniel. A través de Hunter, Keller conoce a Charles Taylor, Alasdair MacIntyre, Philip Rieff y Robert Bellah. Este último tiene mucha influencia en el libro de Keller, que viene de unas charlas evangelísticas que dio en la Universidad de Oxford en 2015 con Os Guinness –el hijo de misioneros ingleses en China que estuvo en L´Abri con Francis Schaeffer y ahora desarrolla su labor apologética en Estados Unidos–. Su enfoque es básicamente una crítica a la obsesión actual por la búsqueda de identidad. Se basa en el libro de Bellah de 1985, Hábitos del corazón, publicado en Madrid por Alianza Universidad en 1989.
La influencia de Taylor se ve más en la predicación de Keller. El libro del filósofo canadiense La era secular –publicado en dos tomos por la editorial de Barcelona, Gedisa– muestra cómo la secularización no significa sólo dejar de creer en Dios, sino la idea de que, si existe, es sólo para nuestro beneficio. El sufrimiento se hace, por lo tanto, insoportable, porque no podemos confiar en un Dios con un propósito que no podamos entender. La conexión con Keller es evidente y su coincidencia con el presuposicionalismo es clara en frases como estas: “Si la premisa es que ya nadie puede demostrar, o no, nuestras creencias más profundas, nuestras convicciones sobre el bien y el mal, si existe Dios o no, eso significa que todos tenemos creencias que no podemos demostrar, pero no podemos vivir sin ellas.”
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La retirada del premio que le concedió a Keller el Seminario Teológico de Princeton “por su excelencia en la teología reformada y el testimonio público” en 2017 es para sus críticos la confirmación de su fracaso en conectar con la sociedad secular. La razón que se da para no concedérselo al final, aunque pudo dar la conferencia que lo acompaña, eran sus convicciones personales sobre el ministerio de la mujer y la homosexualidad. Un evangélico galardonado anteriormente, como el bautista reformado Richard Mouw de Fuller, salió en su defensa, aunque aclaró que no compartía su punto de vista sobre la ordenación de la mujer. La controversia hizo que el premio con el nombre del teólogo que fue primer ministro de Holanda, Kuyper, se trasladara a la Universidad Calvino en 2018, más directamente heredera de la tradición reformada holandesa del “nuevo calvinismo”, históricamente.
[photo_footer]Keller no entendía la agresividad con la que ahora se defiende la fe y menos aún su confusión con la agenda política que le atribuyen las llamadas guerras culturales.[/photo_footer]
El discurso de Keller en Princeton hace más referencia a Lesslie Newbigin –el teólogo presbiteriano escocés que llegó a ser obispo de la Iglesia Unida Reformada de la India–, que al político y pensador neerlandés que estuvo en Princeton. Las conferencias de Newbigin en 1984 son el libro que se conoce como Locura para los griegos. Su crítica de Occidente, Keller la traslada al contexto americano desde una perspectiva más evangélica que la de Newbigin. Estas son sus propuestas fundamentales.
Es obvio que, para Keller, la alternativa no es la separación del mundo, el modelo “amish” –lo que Hunter llama purificarse de–, pero tampoco la asimilación –que Hunter llama ser relevante–. La tercera vía no es la toma del poder político a la que aspiran ahora tantos evangélicos, como pretendía antes el fundamentalismo y luego “la derecha religiosa” –lo que Hunter llama defensa en contra–. La visión de Keller no viene en realidad de Hunter. Está ya en su libro Iglesia centrada –horriblemente traducido también por Vida/Zondervan–. Es la “presencia fiel dentro”. ¿En qué consiste?
Primero, la “promoción de una apologética pública realmente incisiva”, no la que tanto se encuentra en el mundo evangélico, que no sirve más que para afianzar la fe de los creyentes. En la línea de La ciudad de Dios de Agustín, Keller piensa en obras como la de Tom Wright sobre La resurrección del Hijo de Dios, pero sobre todo en la necesidad de que el escéptico vea que su “inclusividad” es más “exclusiva” de lo que parece. Esto es algo que aparece ya en La razón de Dios, pero que desarrolló más en el debate con el LGTBIQ+.
En segundo lugar, Keller busca siempre “integrar la dimensión horizontal y vertical de la fe”. Es evidente, para él, que las iglesias históricas, que en inglés llaman “mainline” (principales), están vacías, a pesar de que sólo se interesan por los problemas sociales. Nadie va a una iglesia porque su discurso sea tan “progre” como el suyo. En Europa, por lo menos, ese tipo de gente no va a la iglesia. El problema es que a los evangélicos sólo les interesa la cuestión espiritual. Y esa no es la solución tampoco.
Tercero, Keller plantea que la critica a la secularización es más efectiva desde el entramado del marco de su propio sistema. Aquí está la influencia de Dogwood, pero es también lo que Daniel Strange llama “cumplimiento subversivo”. Creo que el libro del autor evangélico británico, Una fe magnética –más aún que el anterior de Cultura y conexión, publicado también por Andamio en Barcelona– es uno de los mejores ejemplos de la línea a seguir a partir del legado de Keller. Es lo que él llama una “contextualización activa”, que consiste en: entrar en la cultura, desafiarla y llamar al Evangelio.
[photo_footer]Keller busca siempre integrar la dimensión horizontal y vertical de la fe.[/photo_footer]
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El problema de Dogwood, como del propio Keller, es que su visión sigue siendo al final demasiado americana. Lo bueno de La razón de Dios es que todavía Keller reconocía las objeciones que parten de la crítica a las contradicciones que supone para el cristianismo todos los males que ha hecho la Iglesia a lo largo de la historia. Por influencia del libro de Tom Holland, Dominio –un historiador inglés que se hizo famoso con novelas de vampiros, pero luego ha hecho libros a favor del cristianismo desde un punto de vista supuestamente ateo, aunque en realidad es católico–, Keller acabó también en el discurso de Guinness sobre una sociedad “poscristiana”. El problema para los evangélicos que vivimos en el sur de Europa es que nuestras sociedades en España, Italia o Grecia no han sido “cristianas”, sino religiosas, que es algo muy diferente.
Mucho más claro veo el enfoque de Keller en la comunidad cristiana como “trastornadora” por su cuidado del pobre, el marginado y el extranjero. Es lo que hace al cristianismo, según el fallecido Larry Hurtado –historiador americano del cristianismo primitivo que enseñaba en Escocia–, Destructor de dioses –la expresión que da título al libro publicado por la editorial católica de Salamanca, Sígueme–. El ejemplo más actual que pone es el de la adopción en el cristianismo primitivo, frente al aborto y el infanticidio, lo que resulta más persuasivo que la presión política que busca la imposición de la prohibición. Otros ejemplos serían el “empoderamiento” para la mujer y el menor de una ética sexual cristiana, o la integración de minorías étnicas.
[photo_footer]Keller descubre por su propia experiencia con la enfermedad, que la fe da un sentido a la vida que el sufrimiento no puede quitar.[/photo_footer]
Los últimos libros de Keller hablan también mucho de la necesidad de integrar la fe con el trabajo, lo privado con lo público, algo que dicen otros muchos pensadores cristianos, además de él. Lo singular de él creo que es la insistencia en mantener “la diferencia entre gracia y religión”, la convicción evangélica de que “sólo la gracia produce una transformación por el Espíritu de Dios”. Es así como llega a la sorprendente conclusión de que “el Occidente secular se ha convertido en una de las culturas más moralistas de la Historia”. Yo creo eso también, pero pocos en el mundo religioso y secular parecen haberse percibido todavía de ello. No creo que vivamos en una sociedad más tolerante, que en el pasado. No porque sea menos “cristiana”, sino porque se basa, como la religión, en la “justicia propia”, que fomenta la condena y el victimismo.
Como dice el apóstol Pedro, lo que debe hacer la apologética es dar “razón de la esperanza” (1 P. 3:15) que tenemos en Cristo. Por mucho que sea la oposición (v.14), nuestra reacción debe ser con “mansedumbre” o “gentileza y “reverencia” o “respeto” (v.15). Como dice Keller, “cuando el Evangelio te cambia, ya no ves al otro como tu enemigo”, puesto que “sólo la justicia propia hace que digas de otros, esos son el problema del mundo”. Hansen cree que es a partir de 2016 que ese espíritu de recriminación es lo que uno percibe del mundo evangélico, y que desde 2020 se ha aliado políticamente con uno de los lados de “la guerra de culturas”. Es el panorama estadounidense, ¡claro!
[photo_footer]Lo singular de Keller es su insistencia en mantener la diferencia entre gracia y religión.[/photo_footer]
¿Qué es lo que debe el cristianismo ofrecer a Occidente, entonces? Keller descubre, por su propia experiencia con la enfermedad, que la fe da “un sentido a la vida que el sufrimiento no puede quitar”. Es “una satisfacción que no está basada en las circunstancias”. La libertad que da no es la del pensamiento liberal en una relación de transacción, ni en una comunidad reducida al exclusivismo identitario de la nueva izquierda. Es “una identidad que no se basa en lo que logramos o la exclusión del otro”, sino que nos da “una forma de enfrentarnos a la culpa y perdonar a los otros, sin amargura, ni vergüenza”.
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Volviendo a su parábola preferida (Lucas 15:11-32), todos buscamos felicidad, sea haciendo nuestro deber o siguiendo nuestros deseos. La mayoría oscilamos, de hecho, entre ambos caminos, como Tolstói –solía poner Keller de ejemplo–, pero ninguno de los dos nos lleva de vuelta a Casa. Sólo el amor del Padre en ese Hermano mayor que ha venido a buscarnos hace que podamos entrar en la fiesta de Su Gracia. Tim ya disfruta de ella.
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