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Algunas historias de machismo (1)

En 2022 se produjeron 182.073 denuncias por violencia contra las mujeres. Lo cual nos muestra que esos datos son solamente la punta de un iceberg de características gigantescas.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 06 DE DICIEMBRE DE 2023 09:00 h
Imagen de [link]Giorgio Trovato[/link], Unsplash.

Han pasado más de sesenta años. Eran las fiestas del pueblo. Todos sus habitantes las esperaban -como siempre- con mucho deseo: niños, jóvenes y mayores se divertían a placer con todo cuanto normalmente, cada año, se organizaba: Por la mañana procesión religiosa en honor a “la virgen patrona”. Luego, algunas fiestas dedicadas para los niños que eran el mayor divertimiento de los pequeños. Los puestos y las casetas de feria se multiplicaban en una variada exposición de ofertas al gusto y al divertimento de la gente. Por la tarde, el paseo se llenaba de la chiquillería; las parejas de novios paseaban en un ir y venir por la calle central del pueblo y al atardecer, la orquesta, debidamente instalada en la Plaza Mayor llamaba e invitaba con su primeros compases a disfrutar del baile hasta bien entrada la noche. En tal ambiente reforzado por la presencia de muchos jóvenes venidos de algunos pueblos vecinos, nuevas amistades se conocían a la vez que nuevas parejas de novios se formaban. Mientras, un grupo de unos siete u ocho hombres casados, esperaban su hora más deseada.



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Ya de madrugada, cuando la gente se retiraba, dicho grupo de hombres enviaban a sus esposas e hijos a sus casas, mientras ellos les decían que querían quedarse “un rato más”. Las esposas se miraban de reojo, mientras que rogaban a sus maridos que se fueran con ellas a casa: “Es ya muy tarde… ¡ya está bien de fiesta! ¡Vámonos a casa!” En su corazón ellas tenían el presentimiento repetido cada vez que venía la fiesta del pueblo, de lo que ellos harían una vez que se quedaran solos. Era inútil: Ellos siempre se salían con la suya. 



Cuando ya todos estaban recogidos, los maridos se desplazaban a un pueblo más cercano, bastante mayor que el suyo, para pasar la noche con otras mujeres. Luego regresaban a casa por la mañana con tanta evidencia de su vileza que las esposas, angustiadas por tener que soportar semejante maltrato a su dignidad y de forma continuada, no podían hacer otra cosa que tragarse su dolor e ira. De nada valían sus protestas. Como respuesta… las palabras duras, las mentiras mal urdidas y si se terciaba, el bofetón en la cara. Esas eran siempre, con ligeras diferencias, las respuestas de aquellos “hombres”. 



La historia expuesta más arriba, podría ser representativa de otras muchas parecidas, de cualquier lugar de nuestra geografía española y de lo mucho que han tenido que soportar muchas (¡más que muchas!) mujeres de sus propios maridos, sin ver en el horizonte ninguna solución a su angustia y amargura. Décadas después, he preguntado por esas gentes a quien sabía podía darme alguna noticia sobre la evolución de dichos matrimonios, e invariablemente había un denominador común acerca del estado de aquellas mujeres: “¿Fulanita?” “Ha sido una amargada toda su vida”; “¿Menganita? ”Se le fue la cabeza”; “¡Ah sí, Zutanita! Esa se suicidó”; “¿Y la otra…? “Sí, aquella se dice que ‘corría’ con fulanito” (sería por aquello de “donde las dan, las toman”). “¿Y aquella que…?” Invariablemente, todas, salvo alguna excepción, eran unas mujeres mucho más que desgraciadas. Pero esto que decimos solo era una de las diferentes formas de maltrato del hombre hacia la mujer. Por supuesto, ahora no aguantan lo que aquellas sufridas mujeres aguantaban. Y por cierto, los hijos habidos en esos matrimonios no solo sufrían los “efectos colaterales” de dichos maltratos sino que aprendían los modos de sus padres, aunque más o menos refinados. Pero otras formas de maltrato a las esposas producían los mismos efectos en ellas.



Luego, así sin más, se calificaba a las mujeres de “amargadas”, “anormales” -o  locas- sin apenas considerar que al no poder dar solución a sus problemas matrimoniales, ni por la vía familiar, ni por la legal y judicial, nada extraño tiene que “perdieran la cabeza”. A veces, el periódico de la época, conocido como El Caso, recogía las tragedias en las cuales terminaban estos matrimonios. Uno no puede imaginarse el sufrimiento que tuvieron que soportar aquellas mujeres. Y cuando decimos “soportar” nos referimos, no solo al maltrato de sus maridos, sino a las arbitrarias e injustas leyes de entonces y aun de los propios familiares de aquellas mujeres: “Ese es el marido que te ha tocado; así que tienes que aguantarte.” Así la mujer se sabía “pertenencia” de su hombre y él veía a la mujer como posesión suya. Así que, llegado el caso, aquel dicho que rezaba “la maté porque era mía” que algunos asesinos de novias y esposas esgrimían tenía mucho sentido y daba razón del porqué de dichas muertes. 



Luego, cuando vino la democracia y se intentó aprobar una ley a favor del divorcio… Muchos, sobre todo de la clase religiosa, se opusieron con todas sus fuerzas: “¡Eso no puede ser! ¡Eso es un gran pecado!” Estando en ese proceso algunas personas religiosas me preguntaron, muy alarmadas, qué pensaba sobre el tema e invariablemente les contestaba que ellas no tenían porqué divorciarse, pero algunas situaciones eran insostenibles y una ley sobre el divorcio era necesaria. Lo asombroso es que las que hacían esas preguntas eran mujeres. Pero, si divorciarse era pecado, cabía preguntarse qué era todo lo demás que se ocultaba tras el silencio, la angustia, el dolor y el sufrimiento… ¿Cómo se podía catalogar todo eso? Es la gran contradicción entre el hecho religioso que, con tanta frecuencia suele defenderse sin caer en la cuenta que se está haciendo aquello que dijo Jesús sobre, “colar el mosquito y tragar el camello”.



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No obstante, esas concepciones machistas que involucraban y saturaban los matrimonios, las familias, las leyes y toda la sociedad, no se acabarían así como así con la llegada de la democracia. Si alguien piensa que una cultura que configura una forma de ser de un pueblo se puede cambiar tan fácilmente, se lo tiene que hacer mirar. Por eso, tampoco podemos imaginar lo que han tenido que soportar otras tantas mujeres que, aun viviendo bajo un régimen democrático como el nuestro, no solo sufrieron el maltrato y todo tipo de abusos sino que acabaron siendo vilmente asesinadas por sus maridos o parejas. El cambio deseable que afecta mucho más que al hecho cultural y tener leyes más justas, no sucede de la noche a la mañana. Yo no lo creo. En 2022 se produjeron 182.073 denuncias por violencia contra las mujeres. Lo cual nos muestra que esos datos son solamente la punta de un iceberg de características gigantescas. Eso quiere decir que es mucho más de lo que se ve y lo que se conoce y lo que se esconde en las relaciones entre hombres y mujeres en nuestra sociedad. Ya estamos para terminar el año y en este momento que escribo esto son 55 las mujeres asesinadas a manos de sus parejas. Eso es más que una a la semana. Y lo que resulta muy alarmante es que, a pesar de ese ineficaz Ministerio de Igualdad y la gran cantidad de millones que se han empleado desde que se creó, la violencia machista crece y se manifiesta más y más ¡entre los adolescentes y jóvenes! dándose esta sin que parezca tener solución a corto ni medio plazo. 



Es aquí donde creemos firmemente que el evangelio sí tiene poder para transformar el corazón del más duro hombre o mujer- que se ven incapacitados para cambiar por sí mismos. Aquí hablamos del poder de Dios y de su palabra para transformar al más duro y torcido corazón. Es el poder limpiador y transformador quitando el “corazón duro de piedra” y poniendo “un corazón de carne”: tierno, lleno de afecto, cariño, respeto, etc. Pero también habla de “limpieza”; una limpieza a fondo y de tanta basura que se ha ido acumulando a lo largo de los años, por la mala educación en incluso por la vida que el propio maltratador recibió, seguramente en su propia casa y que tanto le condiciona para cambiar.



Pero, ¿es posible? Sí, es posible; es Dios el que lo hace. No nosotros. Es la gracia de Dios, obrando eficazmente en la vida. Nosotros venimos a él como pobres desgraciados y necesitados de un verdadero cambio; un cambio sustancial, un cambio de corazón. Quiere decir que allí donde ninguna técnica ni arte humanos, ni las mismas leyes pueden llegar, Dios llega con su poder y transforma el interior del corazón transformándolo y llevando a cabo “una nueva creación” (2ªCo.5.17; Gál.6.14). 



Sólo hay que desearlo, buscarlo, esperarlo y recibirlo. A partir de ahí no está todo hecho. Para trabajar a favor de un verdadero reconocimiento y respeto entre los hombres y las mujeres y en contra del desprecio de unos a otras y de otras a unos, por pretender la supremacía de unos sobre otros, es necesario que los niños y las niñas reciban la adecuada educación en el seno familiar y después, en las escuelas. Porque si falla lo primero, las escuelas no solo no serán suficientes, sino que serán del todo ineficaces para desarraigar ese mal del corazón humano. Pero no solo la educación en las escuelas será ineficaz; tampoco las leyes; y estas por muy justas que sean. Seguiremos.


 

 


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