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De la agenda de Jesús y otras consideraciones

En nuestra sociedad sigue habiendo almas hambrientas y sedientas de verdadera vida, presas de distintas esclavitudes y con falta de perdón y de paz.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 08 DE NOVIEMBRE DE 2023 09:45 h
Imagen de [link]Jon Tyson[/link], Unsplash.

Con la agenda de Jesús nos referimos, tanto el contenido como a la acción de Jesús durante su ministerio terrenal. Por ejemplo cuando leemos en el evangelio de Lucas, 4.16-19, estando en la sinagoga de Nazaret, Jesús leyó un pasaje del libro de Isaías que le fue dado y lo usó para anunciar lo que sería el programa de su ministerio, del cual el mismo profeta había anunciado siglos antes. Entonces, leyendo atentamente el pasaje podemos resumir la agenda de Jesús de esta manera: 



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1) Sanar los corazones rotos; 2) Anunciar buenas nuevas a los pobres; 3) Pregonar libertad a los que sufren de esclavitudes diversas; 4) Dar vista a los ciegos (espirituales, intelectuales y, en el caso de Jesús también a los físicos); 5) Liberar a los oprimidos de sus cargas opresivas; 6) Anunciar el año favorable del Señor (haciendo referencia al tiempo del “jubileo” y que resumía todas las acciones anteriores).



Independientemente del significado pleno y específico de cada una de las cosas mencionadas, lo que sí advertimos es que tanto sus palabras como sus obras se anunciaban altamente positivas. No encontramos en dicha agenda ninguna referencia a aquellas cosas que, aunque de vez en cuando se encontrarían a lo largo del ministerio de Jesús, no formaban parte del propósito principal por el cual el Verbo se hizo carne. Nos referimos a predicar juicio, condenación e infierno. Nada de eso es anunciado en la agenda de trabajo de Jesús. Entendemos que el mensaje de Jesús anunciado en la sinagoga de Nazaret, es confirmado por los demás evangelistas cuando, en momentos oportunos definen el propósito de su venida. He aquí varios ejemplos: 



1) Ante la petición de dos de sus discípulos de la destrucción de una aldea de los samaritanos –enemigos de los judíos- Jesús les dijo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder a las almas de los hombres sino para salvarlas” (Lc.9.56)



2) Cuando Jesús entró en la casa de Zaqueo, jefe de los publicanos y hombre despreciado por la sociedad como “pecador”, por su oficio de cobrar impuestos a favor del Imperio Romano y hacer extorsión a sus conciudadanos, Jesús no solamente entró en su casa para comer con él (¡algo insólito!) sino que no le recriminó ni le juzgó, ni le condenó. Y con todo, Zaqueo respondió con un genuino arrepentimiento y conversión, produciéndose un giro total en su vida. A lo cual Jesús respondió: “Hoy ha venido la salvación a esta casa… Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc.19.9-10)



3) El apóstol Juan también recoge el propósito de Dios al enviar a su Hijo al mundo: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (J.3.17)



4) El apóstol Pedro también confirmó todo lo anterior, pues cuando estaba en la casa de Cornelio, y considerando el ministerio de Jesús, resumió lo que había sido su citada agenda: “Como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch.10.38; ver: 1ªJ.3.8)



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Esa fue la agenda de Jesús: “Hacer bienes” de acuerdo a lo anunciado al comienzo de su ministerio: Hacer bien por medio de sus palabras y de sus obras. No meras “palabras”. Sus palabras eran de poder y autoridad (Mt.7.24-29); de conocimiento y de sabiduría; palabras de sanidad, de consuelo, de esperanza y de vida eterna (Lc.4.22; J.6.68-69). No en vano era el Verbo de Dios hecho hombre. (J.1.1, 14). Los necesitados, pobres, enfermos, débiles, endemoniados, explotados, esclavizados, oprimidos, enfermos diversos y desesperanzados no necesitaban un mensaje de juicio, condenación y perdición al infierno. En parte, ellos ya sabían lo que era todo eso. Además, eso no hubiera constituido un mensaje de “buenas nuevas”. ¡Pero lo que anunció e hizo Jesús, sí! De ahí que Pedro hiciera este resumen de su ministerio: “Éste –Jesús de Nazaret- anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch.10.38). 



Palabras y obras iban juntas en el ejercicio del ministerio de Jesús. Por otra parte, las obras no constituían un mero trabajo de “obra social”, sino que junto al ministerio de su Palabra, Jesús mostraba una preocupación por la salvación integraldel ser humano. Esa era (¡y es!) la “buena voluntad” de Dios para con los hombres manifestada anticipadamente por el coro de ángeles que anunciaron el nacimiento del Salvador: “¡Gloria a Dios en las alturas; Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc.2.13-14) ¡Qué maravilla! Por tanto, salvación, libertad y sanidad fueron -¡y son!- los elementos esenciales de la agenda de Jesús. 



Sin embargo no se nos oculta que en el transcurso del cumplimiento de dicha agenda, hubo quienes se opusieron a ella con todas sus fuerzas. Y es en ese contexto donde Jesús actúa profiriendo palabras de denuncia, juicio y condenación. Basta leer el capítulo 23 del evangelio de S. Mateo (entre otros pasajes) para ver esto que decimos. Allí Jesús usa varios y muy fuertes calificativos para con la clase religiosa, los saduceos, los fariseos, los escribas, etc. Calificativos como, “serpientes, generación de víboras”, “sepulcros blanqueados”, “necios y ciegos”, “hipócritas”, “hijos del infierno”, etc. Esos calificativos no fueron expresados para con los pobres, los enfermos, los explotados y esclavizados, ni los oprimidos, ni tampoco para con el pueblo llano en general. ¡No! Jesús denunció y calificó a la clase religiosa dirigente del pueblo de Israel. Los sedientos y hambrientos, los que tenían deseos de palabra de vida, de perdón, de paz, de amor, etc., incluso aquellos que no estaban del todo en aquella condición, recibirían una atención especial de Dios por medio de su Hijo, mientras que los demás, quedarían fuera por voluntad propia. (Ver, Lc.7.30; Mt.23.37). Es igual que hoy día. No pretendamos cambiar la agenda de Jesús, que él quiere llevar hoy a través de su iglesia en el mundo. 



Entonces, si eso es así tal y como lo presenta el Señor en su ministerio, uno se pregunta, ¿por qué algunos pastores se empeñan en “predicar todo el evangelio” en todo lugar y en toda circunstancia? Para ellos da igual que sea una boda, un entierro, un acto institucional con las autoridades presentes o algún acto donde asistan “inconversos”: “Hay que predicar todo el evangelio”, dicen. “Hay que decirles que son pecadores y que se tienen que arrepentir”, aseveran. Pero esa actuación no condice con la sabiduría que vemos en el propio Señor Jesucristo en su relación, tanto con el pueblo como en sus encuentros personales. Basta ver a Jesús actuando de una manera en la boda de Caná (J.2.1-12) y de otra forma en la casa de Simón el fariseo (Lc.7.36-50), mientras que fue diferente en la casa de Zaqueo (Lc. 19.1-10), o en la de María, Marta y Lázaro (Lc.10.38-42; J.12.1-8); o en aquella en la cual curó al paralítico que descendieron por el hueco del tejado en el lugar donde estaba Jesús (Lc.5.17-26). Por tanto, una cosa es el Evangelio completo y otra la aplicación del mismo o partes del mismo en situaciones distintas. 



Estos queridos hermanos pastores e igual que muchos creyentes, para nada tienen en cuenta el carácter del acto que realizan, el contexto donde están, el auditorio que tienen delante, ni tampoco el hecho de que el testimonio de la comunidad cristiana se deriva no tanto de que en esos momentos “se predique el evangelio” (lo que ellos tienen en su mente, sobre el tema) sino de que lo que se haga en esos momentosse haga de forma digna y como corresponde al acto que se realiza.



Quizás esto se entienda mejor con un ejemplo. Hace más de cuarenta años, celebrábamos una doble boda en nuestro grupo pequeño. Entonces no teníamos guías espirituales. Se me ocurrió invitar a un pastor conocido de la AAHH de Linares (Jaén). Uno de nosotros presidiría la ceremonia y él pastor predicaría. Personalmente yo no hice nada. Nada más llegar el pastor, nos preguntó sobre la naturaleza del acto: “¿Vosotros creéis que se debe predicar el evangelio en un acto de boda o no?”. Algunos dijeron que sí: “hay que aprovechar la ocasión…” dijeron. (Y es que si dices que no, parece que no eres espiritual). Sin embargo, el pastor dijo, amablemente, que lo que correspondía hacer en esa ceremonia, no era “predicar el evangelio” sino centrarnos en el hecho del matrimonio: “Lo que dice la Biblia sobre el matrimonio; proceder con algunas exhortaciones para los contrayentes y dar gloria a Dios por lo bien que él hace las cosas, proveyendo instrucciones y gracia para vivir la vida matrimonial”.



Ese y no otro, era el testimonio que nuestra comunidad debía dar en ese momento y a través del acto. Pues a este humilde servidor le pareció de sentido común. Por otra parte, añadió que siempre hay posibilidad de dar alguna “pincelada” o introducir “una cuña evangélica” acerca de lo que hace posible que un matrimonio pueda funcionar bien. Repito que me pareció que tenía todo sentido. 



En contraste, años después, un miembro de nuestra iglesia contraía matrimonio con una joven de una congregación de otra ciudad. Como yo no pude ir, enviamos a un anciano de nuestro Consejo Pastoral. Cuando volvió venía con mucho disgusto. ¿Por qué? Le pregunté. “Porque el mensaje –me dijo- nada tenía que ver con la boda. Fue una ‘predicación del evangelio’ que en ese contexto no venía a cuento. Y además, ¡predicó durante una hora!”



Uno se extraña de ese proceder y, lamentándolo mucho tenemos que decir que eso no es sabio. Porque ya no es solamente el hecho de que no están procediendo de acuerdo al carácter del acto al cual invitaron a las personas; es que además, si no “meten miedo” a la audiencia con el juicio, la condenación ¡e incluso “el infierno!” ellos no se quedan tranquilos; como si no hubieran sido “fieles al ministerio”. Pero a nosotros eso nos parece una falta de respeto a los contrayentes y a los invitados. El cambiar el carácter de un acto, sea una boda, la inauguración de un local de cultos, un entierro o un acto institucional con autoridades presentes, eso es algo que no se debe hacer en esos momentos, salvo de forma tangencial.Porque, aparte de lo dicho anteriormente, la experiencia nos dice que el efecto que se quiere producir es todo lo contrario. Y eso no se puede “explicar” ni justificar con lo que dicen los “predicadores” que así proceden: “Es que el corazón del ser humano es muy duro y no pueden ni quieren escuchar la Palabra” (¿?). Y para mayor inri, tenemos que leer (u oír) ciertos impertinentes comentarios acerca de los que no actuamos de esa manera, es porque estamos tratando de “guardar las formas”; “quedar bien ante la gente”; “agradar al hombre” (sobre todo en actos con las autoridades) y “diluyendo –o rebajando- el evangelio”. ¡Casi nada!



El tema daría para mucho, pero llegados a este punto, uno tiene que optar por considerar de una forma sería, cuál era la agenda del Señor Jesús y tomar conciencia de ella; pero también la sabiduría con la cual él Señor obró en cada caso al aplicarla, fuese de forma personal o colectiva, y seguir su ejemplo. El mundo que nos rodea no es muy diferente del mundo en el cual vivió Jesús. Claro que hay diferencias en cultura y otras muchas cosas; pero en lo esencial del ser humano hoy día hay tantas almas destrozadas como entonces (¡y más!). En nuestra sociedad sigue habiendo almas hambrientas y sedientas de verdadera vida, presas de distintas esclavitudes y con falta de perdón y de paz y sin saber cuál es el sentido y propósito de sus vidas. Y hoy como ayer se necesita aplicar aquella “agenda de Jesús” que él proclamó en la sinagoga de Nazaret. ¡Y a la iglesia le es dado el hacerlo! Pero al hacerlo, necesitamos de la sabiduría que él aplicó en cada caso, circunstancia, lugar e incluso la manera en hacerlo. Y si tuviéramos algunas “interferencias” como las que tuvo Jesús (que también las hemos tenido) actuar en consecuencia. Siempre con la debida prudencia y respeto (1P.3.15-16) “para no dar al adversario ninguna ocasión de maledicencia” (1ªTi.5.14). 



Que el Señor de “la agenda” nos ayude a aplicarla en nuestro propio contexto.


 

 


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