¡Sígueme!

Siete letras. Un llamado. Toda una aventura.

Me llamas a seguirte y creo que en realidad no me conoces, si me conocieras verías que no soy la persona adecuada para andar tus sendas, que esta mujer a la que emplazas a obedecerte está plagada de imperfecciones.

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Seguirte no es cosa baladí, conlleva riesgos, pérdidas y demanda cualidades que no poseo.

- ¡Sígueme!

Vuelves a pronunciar ese vocablo imperativo que tambalea los cimientos de mi estable y cómoda rutina.

Pienso: ¿Seré lo que creo que no soy? ¿Verás algo que yo no veo?

Mientras formulo preguntas tú comienzas a trabajar, tomas una piedra y la pones en mi mano, una piedra lisa de río, una piedra que contiene el peso adecuado para ser proyectada hacia donde tú me indiques.

-¡Lánzala! - ordenas.

No entiendo, pero aun así hago lo que me pides.

Lanzo la piedra con la onda de mi fe y veo cómo esta impacta allí donde jamás creí pudiera llegar. Nunca imaginé poder ejecutar tal lanzamiento.

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Mis temores, mis complejos, las reiterantes dudas caen ante el impacto de esa lisa piedra color arena.

Entiendo lo que has hecho, me has mostrado que sí se puede, que todo es posible cuando obedeces a la voz de Dios. 

Ahora no dudo en seguirte pero lo hago con el triste regusto de no haber tenido el empuje y la valentía de hacerlo al sonido de tu primer llamado, he tenido que dejar que actúes mostrándome tu poder y demoler mis temores antes de dar ese decisivo paso.

Te muestro mi descontento, mi sentimiento de torpeza. Tú, sonríes, me abrazas con la ternura del Padre amoroso que eres y mientras me dejo abrazar por la ternura de tus brazos comprendo que para llegar a ser lo que quieres que sea tengo que empezar a ser menos yo y dejar que seas más tú.