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La fidelidad de Dios

La fidelidad de Dios es algo que todos hemos experimentado en alguna medida. Por eso podemos hablar de ella tanto en relación con nosotros mismos como en relación con otros.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 22 DE NOVIEMBRE DE 2023 15:15 h
Imagen de [link]Emily Campbell[/link], Unsplash.

Hablar de la fidelidad de Dios -como de cualquier otro tema relacionado con Él- en abstracto y sin haberla experimentado, no tendría mucho sentido. Es especular sobre lo cual, todo lo que podríamos decir estaría en el nivel de lo teórico. Pero al hablar de la fidelidad de Dios, creo que todos los creyentes podríamos decir algo más que teoría. Pero quizás aquellos que tenemos más recorrido en la fe cristiana, podemos hablar de la fidelidad de Dios con algunas más que suficientes evidencias. Aunque hemos de reconocer que el haber vivido muchos años en la fe cristiana no siempre es garantía de una mayor madurez y espiritualidad. Pero lo cierto es que la fidelidad de Dios es algo que todos hemos experimentado en alguna medida. Por eso podemos hablar de ella tanto en relación con nosotros mismos como en relación con otros con los cuales nos hemos relacionado a lo largo de la vida.



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Fidelidad de Dios en relación con el temor a la vida



Podríamos hablar de aquella señora que cuando vino al Señor Jesucristo, venía llena de temores. Ella vivía bajo el constante temor y atenazada por él. Sin embargo, Dios cumplió su palabra cuando ella buscaba ser liberada de sus temores. Ella supo por experiencia propia lo que era el ministerio sanador y libertador del Señor, quien como ya había proclamado cuando comenzó su ministerio que vino a “sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos… A poner en libertad a los oprimidos” (Luc.4.18-19). Las promesas del Señor se cumplen siempre. El Apóstol S. Pablo decía que “todas las promesas son en él, sí; y en él, amén” (2Co.1.20). Por eso, Dios no se cansó de decir tanto a su pueblo como a individuos en particular: “No temáis”; “No temas”. Él los estaba animando a confiar en su palabra y Dios mismo que les dio el mandamiento, también les dio el poder para confiar en sus promesas. Por eso la hermana a la cual me refería antes se le fue el temor, porque confió en la promesa divina y él Señor “la libró de todos su temores” (Sal.34.4)



Fidelidad de Dios en relación con el temor a la muerte



Podríamos hablar igualmente, de aquella adolescente de unos 13 años que vino al Señor atenazada por un miedo constante a la muerte. Desde pequeña había sido sometida a muchas operaciones de corazón y siempre creía, llena de temor, que alguna vez moriría en el quirófano. Sin embargo, al poco de entregar su vida al Señor Jesucristo ella estaba dando testimonio público de que su temor a la muerte se le había ido. Tal liberación se puso de manifiesto nuevamente, cuando a la edad de cuarenta y tantos años, entró nuevamente en el quirófano para una nueva operación, muy delicada, de la cual los médicos no le daban garantías de éxito. Pero ella enfrentó la situación con seguridad y confianza, diciendo: Voy confiando en el Señor; si sale bien, ¡gloria a Él! Pero si no sale bien, ¡Gloria a Dios también! porque sé que me iré con Él”.



Ella había entendido las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (J. 11.25). Y en el caso que nos ocupa pudimos ver que Dios siempre cumple su palabra. ¡Él es fiel! 



Pero este tipo de respuestas ante una situación crucial como las descritas (que podrían contarse por millones) no son el resultado de un ejercicio psicológico de quien las profiere, ni el trabajo de un profesional de la psicología sobre la persona que tiene esos temores, sino el resultado de la acción de Dios sobre un corazón necesitado que ha confiado en Su palabra. Ahora bien, su Palabra es VERDAD y en tanto que es verdad, es fiel, porque procede de un Dios que no miente.



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La fidelidad de Dios en relación con la ineptitud para el ministerio cristiano



Sería el mes de octubre o noviembre del año 1972 que mi esposa y yo fuimos invitados a una boda en Madrid. Por la cantidad de asistentes que se esperaban se solicitó el uso del local de cultos de la calle Trafalgar 32, donde se reunía la iglesia denominada, “Asamblea de Hermanos”. Cuando llegamos, el hermano que había de presidir el culto de boda, estaba totalmente afónico y no podía comunicarse, excepto por mímica. Así que me pidieron si podría presidir el acto. Dije que sí (¡Pobre de mí!).



La primera “incomodidad” que experimenté fue que como yo no llevaba chaqueta, aunque sí corbata, mi amigo –el afónico- me prestó una, que por su tono claro y las mangas un poco largas para mi talla, no me hacía sentir nada cómodo. La segunda “incomodidad” fue la impresión que me produjo el local donde se celebraría la boda. Nada que ver con lo que nosotros estábamos acostumbrados en nuestro grupo pequeño, que celebrábamos nuestras reuniones en casas particulares. Pero, de momento… yo estaba tranquilo. Pasamos al frente y allí nos juntamos los que oficiaríamos en la reunión: yo presidiría, un hermano llamado Pedro Inglés, de dicha asamblea, predicaría y otro hermano de la congregación de los contrayentes sería el encargado de oficiar la ceremonia de enlace.



Así que a la incomodidad de la chaqueta de color claro y mangas un poco largas, se sumó el ambiente al que no estaba (¡para nada!) acostumbrado. Un local “demasiado grande” y unas 250 personas que entraron de golpe, después de los novios, mientras que sonaba un armonio tocado por doña Gertrudis, viuda de don Ernesto Trenchard.i El sonido de aquel antiguo armonio era tan impresionante (¡Muy impresionante!) que a esas alturas yo ya estaba impactado y temblando. 



La gente quedó de pie, así que a mí me correspondía decir: “Por favor pueden tomar asiento”. Eso fue lo que hice, después de “contemplar” lo desmesurado –para mí- del auditorio. Cuando pronuncié dichas palabras, ni siquiera había caído que yo nunca había hablado con micrófono; y aquel a mí tenía una terrible resonancia (o al menos, eso me pareció a mí). Lo dicho anteriormente sumado a esto último, me causó tal impacto que sufrí un shock psicológico, de tal manera que el terror escénico se apoderó de mí de tal forma que me dejó petrificado, con la mente totalmente en blanco y sin saber qué decir. No sé cuánto tiempo pasé en esa posición y estado; a mí cada segundo me parecía una eternidad. Según mi esposa que estaba en la primera fila, me dijo luego que mi rostro estaba blanquísimo y no por ningún tipo de “transfiguración gloriosa”, precisamente.



En esa posición y con la mirada perdida hacia el fondo del local, ya que no me atrevía a mirar a la cara a nadie, yo podía ver de forma indirecta a algunas jovencitas que se reían de lo que me estaba pasando. En esos momentos, sólo pensé que la mejor solución sería fingir un desmayo, pues la situación era más que embarazosa… ¡terrorífica!



Mientras luchaba con ese pensamiento, pude recordar una frase que me ayudaría a romper con aquella desagradable situación y así, “mascando” las palabras pude salir de ella. A partir de ahí la cosa, no es que me resultara fácil; pero al menos una vez dadas las bienvenidas y anunciando el canto de un himno acorde con el acto, los demás se encargarían del resto del mismo. Sin embargo durante el transcurso del acto, incluida la celebración posterior, si lo hubiera podido evitar con sumo gusto lo hubiera hecho y me hubiera vuelto para casa y no salir de ella en un buen tiempo. El sentimiento era el de, “¡Tierra trágame!” Y todo eso, a pesar de las palabras “comprensivas” y de ánimo que me dieron luego, algunos hermanos, incluido el padre del novio.



Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con la fidelidad de Dios? Tiene que ver con que siempre fui terriblemente tímido, taciturno y siempre había rehuido hablar en público (experiencias traumáticas de la niñez, marcan mucho). Otra cosa era hacerlo en un grupo pequeño en confianza. Así que esta fue una lucha bastante grande que tuve durante mucho tiempo. De ahí que rehusara una y otra vez a entrar en el ministerio pastoral. Pero años después, un día que estaba meditando y orando sobre esto, recibí una promesa de parte de nuestro buen Dios. Estaba leyendo al profeta Isaías y un texto brillópor encima de los demás ¡como si se hubiera escrito para mí! Yo sabía que no se había escrito para mí, pero sé que el Espíritu de Dios lo usó como promesa para mí, personalmente. He aquí el texto, que viéndolo retrospectivamente, se ha cumplido más allá de lo que yo pensaba y entendía: 



Y este será mi pacto con ellos, dijo el Señor: El Espíritu mío que está sobre ti y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo el Señor, desde ahora y para siempre” (Isaías 59.21).



Rehuso hablar de lo dramático del momento vivido en esa ocasión. Pero en relación a la fidelidad de Dios podríamos hablar de otros muchos casos parecidos o diferentes a los que he mencionado anteriormente, relacionados con personas, estados, circunstancias y lugares donde dicha fidelidad divina se pone de manifiesto cumpliendo sus promesas, sanandoel interior, supliendo necesidades, quitando tremendos pesos de culpabilidad; liberando de diversos temores, salvandode peligros, iluminando nuestras mentes para que podamos comprender su Palabra, llamando para el ministerio, dando promesas de capacitación, y un largo etc.



A lo largo del tiempo hemos aprendido una y otra vez que Dios es fiel. Por tanto, si has creído en Jesucristo como tu Señor y Salvador personal, ya debes saber por propia experiencia, al menos seis cosas respecto de él: 



1) Que él nos ha dado preciosas promesas como nadie puede darlas; 2) Que él es fiel a su Palabra y cumple todas y cada una de sus promesas; 3) Que incluso aquellas promesas que no hemos experimentado, un día también serán cumplidas, acorde con lo mostrado y demostrado a lo largo de la Historia Sagrada de la Escritura; 4) Que aún “cuando nosotros no seamos fieles, él permanece fiel” (2ªTi.2.13); 5) Que las palabras que escribió el apóstol Pablo respecto de la obra de Dios en nosotros, son ciertísimas más allá de lo que nosotros podemos entender, en vista de que “Dios es poderoso para hacer las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Ef.3.20-21); 6) Que todo lo vivido en el Señor, servirá para dar un testimonio vivo a aquellos que tienen deseos y buscan encontrar a alguien en quién confiar, que nunca falla y que no les dejará tirados en el camino.



En conclusión, la fidelidad de Dios es real, constante y nunca falla, porque procede de un Dios verdadero, tal y como se manifestó en la persona de Su Hijo, el cual no sólo era “la Verdad” sino que entre tantos nombres y títulos por el cual él es reconocido, hay dos que están muy relacionados entre sí: Él es el “Fiel y –el- Verdadero” (Ap. 19.11). Por eso y por mucho más, Él debería ser el asunto primordial y central de nuestra vida y testimonio. Ese “alguien” en el cual todospodemos y debemos confiar: Jesús, el Hijo de Dios. 



 



Notas




i En ese tiempo hacía solo unos meses que había fallecido don Ernesto Trenchard.



 

 


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