Mucho de lo que parece original en Keller, él se apresuraba a decir que venía de Clowney, como el sermón de la parábola que inspira El Dios pródigo (2008).
Aunque Tim Keller (1950-2023) fue siempre alguien inquieto, que nunca dejó de leer y estudiar a cualquier maestro, hay uno que marca su vida desde que estaba en la universidad, Ed Clowney (1917-2005). Mucho de lo que parece original en Keller, él se apresuraba a decir que venía de Clowney, como el sermón de la parábola que inspira El Dios pródigo (2008) –predicado en el seminario de Westminster de Filadelfia, donde enseñan juntos en los años 80–. Yo le conocí cuando estudiaba en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo, donde daba clase con John Stott a principios de esa década, que Keller le sustituye en Westminster.
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Clowney nació en medio de la Primera Guerra Mundial en Filadelfia. Era hijo único. Su padre se dedicaba a construir armarios. Estudia en la universidad evangélica de Wheaton (Illinois), cerca de Chicago en los años 30. El centro, fundado por los abolicionistas en 1860, fue una “parada del ferrocarril subterráneo” que llevaba a los esclavos a la libertad. Billy Graham fue allí huyendo del fundamentalismo racista del sur de Estados Unidos, que conoció en la universidad de Bob Jones –tras pasar por un instituto bíblico de Florida en 1940–. En los años 40, Clowney estudia teología en el seminario de Westminster de Filadelfia hasta su graduación en medio de la Segunda Guerra Mundial, cuando va a Yale, donde estudia a Kierkegaard.
El año 1929 se funda Wesminster con Gresham Machen (1831-1937), en medio del debate entre “el fundamentalismo y el modernismo” teológico en Princeton de principios del siglo pasado. A su repentina muerte –Machen tenía sólo 55 años cuando fallece de una neumonía en un viaje a Baltimore–, las tensiones que estaban ya en el seminario se agudizan. Había una teología premilenial en profesores como Oliver Buswell y estudiantes como Francis Schaeffer, que unido a su énfasis en la separación y crítica a la “libertad cristiana” de la mayoría de los profesores y alumnos en el uso del alcohol, el tabaco, la asistencia a teatros y bailes, lleva a la división en 1937 –instigada por Carl McIntire, el joven líder del nuevo fundamentalismo, que da lugar al Seminario Teológico de Fe y la Iglesia Presbiteriana Bíblica–.
[photo_footer]El profesor Ned B. Stonehouse y Edmund Clowney en la sala que había en el seminario en honor a Robert D. Wilson, que ahora lleva el nombre del profesor chino Chao.[/photo_footer]
Clowney estaba claramente en el lado que se queda en el seminario y en la Iglesia Ortodoxa Presbiteriana en los años 40. Como Schaeffer, Clowney se había formado con las notas de la biblia dispensacionalista de Scofield hasta descubrir la teología bíblica de Geerhardus Vos, pero Schaeffer se va con Buswell y Clowney no. El amargo debate que vivió en el seminario y la denominación le sirvió para su comprensión de la relación entre Antiguo y Nuevo Testamento, la generosidad que hay que mostrar con aquellos que no estás de acuerdo y la libertad de conciencia del cristiano en asuntos que no son condenados explícitamente por la Escritura.
Clowney era uno de los pocos que conocía a Keller desde los días en que estaba en la Universidad de Bucknell, en Lewisburg, ya que fue allí a dar una charla evangelística sobre Camus. Fue Tim mismo el que le invitó en nombre del grupo de estudiantes evangélicos para hablar en 1971 del existencialismo a sus compañeros no creyentes. Keller acababa de leer para una de sus clases El extranjero. Sabía que Clowney tenía un especial interés por la cultura francesa y estaba familiarizado con su lengua y literatura, particularmente con Sartre y Camus.
Clowney esperaba hablar a una decena de estudiantes pero se presentaron unos 150, muchos de píe. Keller decía que era una de las mejores conferencias que había oído nunca. Describió al ser humano en su alienación y lo comparó con el optimismo liberal. Le parecía más realista la visión existencialista, pero no la veía una opción “noble”, sino una “maldición”, el resultado de haber dejado de lado a Dios. Y a continuación mostraba cómo el cristianismo explica la insatisfacción que tenemos en la vida, trazando el cuadro de la historia bíblica de la creación a la caída, hasta llegar a la redención.
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Este es el cuadro que Keller usa tantas veces para presentar el Evangelio. Considera el problema del ser humano, las alternativas que el mundo da y la decepción a la que llevan. Quien dice que el predicador de Nueva York redefinía el concepto de pecado, no entiende la variedad de formas en que la Escritura lo describe, pero tampoco a quién se dirige Keller en esos mensajes. No son clases de teología sistemática, sino una introducción a la fe a un público en general. Es como intentar describir la teología de C. S. Lewis a partir de sus libros de apologética popular, ¡muchos de ellos, charlas en la BBC! No son tratados de doctrina, sino intentos de desafiar al lector y oyente escéptico a considerar la fe cristiana.
La segunda ocasión que escuchó Keller a Clowney fue en un retiro de fin de semana con estudiantes de la universidad de Bucknell. Como solía hacer Lloyd-Jones –el predicador galés al que Clowney invitó a venir de Londres, para iniciar el periodo en que fue presidente del seminario de Westminster en 1969–, el profesor se proponía hacer nada menos que cinco largas exposiciones sobre sólo dos versículos de la Primera Epístola de Pedro. Tim creía que nadie iba a querer venir a escucharle hablar sobre la Iglesia, pero fueron veinte estudiantes y una chica profesó haber encontrado la fe en ese encuentro.
[photo_footer]Los años bajo la presidencia de Clowney, Westminster duplicó el número de matriculados y llegó a la generación de la Revolución por Jesús, como se observa por las barbas y melenas de muchos estudiantes de los 70.[/photo_footer]
La fuerte conexión que tenía Keller con Clowney viene también por su carácter. Los dos eran más bien callados, algo tímidos e introvertidos. Carecían de la personalidad exuberante que tanto atrae al americano medio, pero su impacto era mucho más profundo. Los dos eran excepcionales en la conversación personal. No llamaban la atención a sí mismos, sino que mostraban realmente interés por ti. Su modestia no era falsa. Eran verdaderamente humildes, pero de mucho ánimo. Clowney oraba por ti, como hacía Stott por todos los que conocía.
El galés Geoff Thomas fue también estudiante de Clowney, pero no le volvió a ver desde su graduación en 1964. Le reencuentra 35 años después en el seminario de Westminster, en Escondido (California). Le recordaba como “el más accesible y amable de los profesores” que tuvo. En el libro de memorias que ha escrito ahora Thomas, dice que fue Clowney quien le animó a predicar. Lo que no sabía, el predicador de Aberystwyth es que durante 35 años Clowney había orado por él cada día.
Si buscas un libro de Clowney intentando encontrar algo parecido a Keller te llevarás una gran decepción. Su influencia no está en la escritura. Tiene pocos libros y no dan la idea del valor de sus clases y sermones. Keller era tan perfeccionista en su lenguaje al escribir como él, pero la búsqueda de la palabra adecuada no le llegó a paralizar tanto como a Clowney, que revisaba tanto sus frases que no llegó a publicar tanto como Keller al final de su vida. Algunos son incluso notas como varios títulos de Keller, que no son más que apuntes sin desarrollar, editados por la presión del éxito de los libros que vendía. Los mejores siguen siendo los primeros.
[photo_footer]Clowney usa la teología bíblica de Geerhardus Vos para predicar a Cristo desde el Antiguo Testamento.[/photo_footer]
Lo que Clowney llama “el drama desplegado” o “misterio revelado” es su visión de la totalidad de la historia bíblica. El profesor se dio cuenta que la mayor parte de los cristianos han crecido con relatos aislados del resto de la Escritura. “Piensan en Sansón como un Superman, o en David como el pequeño valiente que nos enseña a vencer los gigantes de nuestra vida”, como dice Collin Hansen en su libro sobre la formación intelectual y espiritual de Keller. Clowney usa la teología bíblica de Geerhardus Vos para predicar a Cristo desde el Antiguo Testamento. Como hace el irlandés Alec Motyer en Gran Bretaña, Clowney rescata para los americanos, una lectura cristo-céntrica del Antiguo Testamento”.
Keller se propone así, predicar el Evangelio desde textos históricos del Antiguo Testamento, como hacía Lloyd-Jones, así como desde relatos de los evangelios. Entiende así el papel de ley y la gracia que viene por medio de la fe, tanto en el Antiguo como en el Nuevo. Keller escucha a Clowney hablar en Gordon-Conwell en 1973. Le invitan para las conferencias más importantes que tenía el seminario en honor a uno de sus benefactores, la fundación de Nueva York que lleva el nombre de Staley. Ese mismo año hablará en la conferencia de estudiantes de Urbana a quince mil jóvenes cristianos. Estaba en su momento de mayor vitalidad y sabiduría.
Aquellos años bajo la presidencia de Clowney, Westminster duplicó el número de estudiantes y llegó a la generación que había llegado a la fe por la Revolución por Jesús. En las fotos de aquella época abundan las barbas y las melenas, como las que tenía mi amigo Paul Wells, hoy retirado a su Liverpool natal. Él y Paul Jones van a estudiar teología a Filadelfia, después de estar en la misma clase de escuela secundaria que los Beatles. Clowney los anima a ir a Francia, donde se funda en 1974 la Facultad Libre de Teología Reformada en Aix-en-Provence con estos jóvenes melenudos al lado de los viejos maestros de la Iglesia Reformada de Francia que se habían mantenido fieles a la ortodoxia, como Pierre Marcel o Pierre Courthial. Clowney enseñó allí todos los años hasta 1986.
Preguntado por sus recuerdos de Clowney, Paul Wells me cuenta que sus clases eran “más sobre el contenido, que sobre la forma de la predicación”. Se centraba más en la teología bíblica del texto y su carácter cristo-céntrico que en el arte de la homilética. Es así como Keller predicaba. Le interesaba poco la retórica. Lo único que Clowney no soportaba era el mensaje “ejemplarista y moralista”. Cuando alguien hacía un sermón así, tenía la famosa expresión de que eso “se podría haber predicado en una sinagoga”. Su idea –me dice Paul Wells– es que, si predicabas a Cristo, la Palabra haría la Obra que Dios ha prometido.
[photo_footer]Tim Keller fue hecho doctor honorario en 2018 del Seminario Teológico de Westminster (Filadelfia) donde continuó dando las clases de Clowney en los años 80.[/photo_footer]
El Evangelio resuena ya en el Edén con la Promesa de salvación tras la caída, que Dios “mantiene hasta lo ridículamente imposible”, decía Clowney. “Dios toma el lugar del acusado”, esa es la Buena Noticia. La fe que nos salva no es nuestra, “porque sólo Cristo confió realmente en el Señor”. Nuestra confianza es en parte, movida por la culpa y fácil de desviar, pero “es sólo el que confió totalmente, el que es abandonado totalmente”, dice Clowney.
Al venir a Dios, solía decir: “¡No vengas con planes de enmienda! Él no necesita tus sugerencias. El consejo eterno de Dios no ha recaído en ningún subcomité… ¡Es del Señor! Él tiene un propósito, su diseño y lo cumple. Es de Él y por Él. Él el es el Señor de la salvación.”
Yo recuerdo todavía con emoción la forma en que Clowney hablaba de alguien como Sansón o Salómon: “La historia de la Biblia no es cómo ser sabio como Salomón… ¡Es sobre Dios! El temor de Dios produce sabiduría. Y esa está en Jesús, el Salvador de Salomón. A Él no le dominaron los deseos de este mundo y su lujuria. En Él está el poder de Dios para salvarnos.”
“¿Sobre qué trata la Biblia?”, pregunta Keller a los estudiantes de la Escuela de Divinidad de Trinity, ¿sobre ti o sobre Él? ¿Es la historia de David sobre cómo ser cómo David? ¿O es sobre Jesús? ¿Quién puede matar a los gigantes, sino Él?”
La expresión que da título al libro de Keller sobre la mal llamada parábola del hijo pródigo –ya que no es uno, sino dos los hijos del padre– viene de un sermón de Clowney. El libro más popular y vendido de Keller sigue siendo El Dios pródigo (2008). Él nunca dice que la interpretación sea suya. Desde el principio asegura que es de Clowney, a quien dedica el libro. El profesor de Westminster hizo ese sermón en muchos sitios desde la primera vez que lo dio en la capilla del seminario, pero Keller lo oyó en Gordon-Conwell en 1973.
[photo_footer]Mucho de lo que parece original en Keller, él se apresuraba a decir que venía de Clowney, como el sermón de la parábola que inspira El Dios pródigo (2008).[/photo_footer]
Cuando el futuro predicador de Nueva York lo oyó, sintió que había “descubierto el corazón secreto del cristianismo”. Keller predicó sobre esa parábola de Lucas 15 muchas veces. Yo he hecho lo mismo y lo puse por escrito en mi libro sobre El asombro del perdón. El propio Clowney se lo escuchó predicar a Keller en 1998 durante una visita a Nueva York. Hay expresiones en el sermón que no son de Clowney. Así, cuando habla de cómo el hermano mayor estaba tan perdido como el menor, usa una expresión de John Gerstner, el maestro de R. C. Sproul: “Lo que realmente nos separa de Dios no es tanto nuestro pecado, como nuestras malditas buenas obras”. Eso que tanto le critican a Keller, es del maestro de uno de los más populares autores para el círculo crítico de Keller.
Clowney murió el 20 de marzo del 2005. Keller dijo de él, tras su partida, que le enseñó lo que muchos aprendimos de Schaeffer, que “es posible ser teológicamente sano y totalmente ortodoxo y carecer de gracia, una rara y preciosa combinación”, que él encontró en el profesor del seminario de Westminster. Cuando Keller hizo el sermón del Dios pródigo a su propia congregación de Nueva York, acabó diciendo: “Si no hay baile, ni música, no hay gozo en tu vida, es porque: o bien como el pródigo has dejado que tu maldad se ponga entre tú y Dios, o como el fariseo, has dejado que tu bondad te impida el camino a Él. Estás intentando manejarlo de uno u otro modo. No me importa lo religioso que seas. Si no hay gozo, ni danza, ¡no has entrado en la fiesta!” Keller disfruta ahora de ella, igual que su maestro Clowney…
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