De girasoles, ovejas y campos “pa sembrá”

Durante muchos años hemos observado que desde el principio de la primavera solía florecer una gran plantación de girasoles en el trayecto y al lado de la carretera por donde nos es necesario pasar cuando vamos para la ciudad. Es un gusto ver dicha plantación crecer hasta casi el comienzo de la maduración, pero sin llegar nunca a ella. A veces dicho crecimiento se detenía por falta de agua, cuando las lluvias eran escasas. Luego, cuando en el mes de abril se cumplía (pocas veces) parte del dicho “en abril aguas mil”, aquella plantación de girasoles se llenaba de vida y color y era una gozada contemplarla. Pero después, cuando llega Mayo y el calor comienza a apretar por estas tierras y por una falta de riego volvían a decaer e invariablemente, cada año, los girasoles se venían abajo, dejaban de crecer y, finalmente, bajo el implacable sol acababan por achicharrarse.

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Me extrañaba que año tras año se repitiera la misma historia y no dejaba de hacerme las mismas preguntas: ¿Por qué los siembran si saben lo que al final va a pasar con los girasoles? ¿Por qué no hacen una previsión de riego para los dos meses y medio que faltarían, para su completa maduración? La verdad es que me extrañaba el asunto, hasta que pregunté a quien entiende de agricultura y me dijo: “¿Que porqué los siembran…? ¿Por qué va a ser…?” Me contestó con cierto énfasis: “Por las subvenciones que la Comunidad Europea da al campo andaluz. Los girasoles no importan, lo que importa es el dinero que reciben. ¿Entiendes?”. Claro. Entendido.

En esta misma línea, hace años visitaba a un señor que aunque vive con apariencia de pobre ¡es riquísimo! Pero él no tenía nada que ver ni con el campo ni con la ganadería. ¡Para nada! Como tenía cierta confianza conmigo, me dijo que había comprado unas tierras “pa sembrá” y un gran rebaño de ovejas. Al preguntarle por qué había hecho eso si él no era agricultor ni ganadero, me contestó: “Yo no, pero conozco a alguien de confianza que es agricultor; ese sí sabe mucho de campo y de animales… Y a través de ‘mi socio’ conseguimos subvenciones de la Comunidad Europea, tanto por las ovejas como por la siembra”. (¡Mira por dónde!). De esa manera se justificaba diciendo que así ayudaba “al socio”. Pero en realidad lo que buscaba era “ayudarse” a sí mismo.

Los casos brevemente mencionados aquí podrían ser sólo la punta de un iceberg de considerables dimensiones, de un comportamiento que está bastante generalizado en nuestra querida tierra. Y mientras tanto, todos, buenos y malos aparecen como “buena gente de la tierra”, “trabajadores honrados que se ganan el pan con el sudor de su frente”. Calificaciones con las que la corrupción de muchos queda bien disimulada cuando no, encubierta. Luego, cuando desde otras partes de España más hacendosas, se muestra cierto disgusto e indignación, por tener que aportar económicamente para ayudar a otras comunidades más deprimidas, conociendo la realidad de que muchos viven de la sopa boba del dinero del Estado, o de los estados que conforman la U.E., se les acusa de “falta de solidaridad”.

Sin embargo, ojalá la corrupción solo fuera cosa de una comunidad autónoma y relacionada con un solo gremio. Lo cierto es que, mientras unos medran en el campo de la agricultura, otros lo hacen en el de la política o en el de las finanzas. Los casos de corrupción conocidos en esos campos mencionados son abundantes; y esto, de norte a sur y de este a oeste de nuestra geografía española. Ningún gremio ni comunidad se salva de este mal de la corrupción. Por eso no deberíamos extrañarnos cuando se habla de “la corrupción de los políticos” (sé que no es bueno generalizar) pero la realidad es que ellos nos devuelven la imagen de la sociedad en la cual se han criado y viven; es decir, la nuestra.

Ante estas realidades, como cristianos a  veces podríamos sentirnos como el autor del salmo 73, si es que queremos ser consecuentes con la fe que profesamos. Dicho autor estaba considerando el impío comportamiento que tenían muchos de su tiempo a los cuales califica como violentos, glotones, soberbios y blasfemos. Y, sin embargo, ¡prosperaban!... “logrando con creces los antojos de su corazón”. ¡Al parecer todo les iba bien y no sufrían por nada! (Sl.73.3-12)

Sin embargo el salmista, que se había preocupado por mantener una vida recta y limpia, parece que “se las están dando todas en el mismo lado”. ¿Prosperidad en su vida? ¡Nada de nada! Y además, las circunstancias no parecían favorecerle. (Sl.73.13-14). A ese creyente de hace miles de años se le creó un gran conflicto para comprender eso que él estaba viendo y viviendo, dado que en la mente del judío estaba arragiada la idea de que la prosperidad era un signo de bendición divina, al obedecer las leyes de Dios. Así que, ante esa situación que le creó un verdadero conflicto pensó en que  lo mejor era “comportarse como aquellos”. A ver si así la vida “le sonreía” un poco. Pero se da cuenta de que le era imposible comportarse de aquella manera. ¡No puede! Él no era así. Se hubiera traicionado a sí mismo y a los demás. Su forma de pensar y de entender la vida desde el punto de vista ético y moral, no tenía nada que ver con lo  que veía a su alrededor (Sl.73.15). Y en esa situación es posible que incluso estuviera pasando por una depresión de tipo espiritual. (Vv.2-3, 16). Es posible que a nosotros nos haya pasado alguna vez lo mismo.

Pero seguimos leyendo el salmo y vemos que el conflicto lo pudo resolver sólo cuando entró delante de la presencia de Dios. Allí logró ver las cosas  en su debida perspectiva (vv. 17-20) y pudo entender lo que le había estado pasando. Sólo así encontró un completo y verdadero descanso y paz. (Vv.21-28) ¡Cómo aprendemos de este antiguo hermano de hace tantísimos años!

Esta consideración nos lleva a recordar unas palabras del apóstol Pedro. Él escribió de que los cristianos “hemos sido hechos participantes de la naturaleza divina”. ¡Menos mal! porque nuestra naturaleza caída no podía (ni puede) producir por sí misma una vida agradable a Dios. Y esa participación de Dios mismo, es lo que ha hecho que hayamos “huido de la corrupción que hay en el mundo” (2ªP.1.3-4). Y una vez que hemos salido de dicha corrupción ¿cómo vamos a volver otra vez a ella? ¿Cómo vamos a traicionar lo que el Señor ha hecho por y en nosotros? No que no sea posible, sino que hemos de tener en cuenta esa realidad y ser consecuentes con ella. Los creyentes que  hemos tenido por años una empresa y trabajadores a nuestro cargo (sin querer decir con esto que seamos los únicos) hemos sabido por experiencia lo que es optar por el camino marcado por la ética divina y “las otras” alternativas que señala el salmista y que otros siguieron sin apenas escrúpulos. Pero también hemos visto en muchos casos, los resultados.

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Por eso, más vale tener poco con la bendición de Dios, que lograr mucho con malas artes y carecer de aquella y, encima, aparecer como “gente buena y honrada”. (¡Qué gran hipocresía sería eso!). Pero una vez que el salmista se da cuenta de la realidad, ya no tiene aquella preocupación que tenía. Ahora lo ve claro y su corazón está lleno de paz  en cuanto a su presente y de esperanza en relación con el futuro. Y a medida que “lo tiene claro” se le fue la depresión. Por eso termina el salmo diciendo:

“Porque he aquí, los que se alejan de ti perecerán. Tú destruirás a todo aquel que de ti se aparta. Pero en cuanto a mí, el acercarme al Señor es el bien. He puesto en el Señor mi Dios, mi esperanza…” (Sl.73.27-28)

Ante aquella realidad, que no es diferente de la que estamos viviendo hoy día, uno no entiende como hay pastores que solo hablan del “amor de Dios” y de “la esperanza cristiana”, pasando por alto la necesidad de predicar del arrepentimiento y la conversión a Dios. Elementos esenciales del Evangelio (el de Jesús, el de Pedro y el de Pablo) que no podemos odviar, si es que queremos que nuestra sociedad cambie de raíz y alumbren nuevos tiempos a nuestro pueblo, en todas las esferas de la sociedad, y no solo a “la clase política”. ¡Y quién sabe si también en el mismo pueblo de Dios! Pero mientras sigamos viendo año tras año -¡y durante tantos años ya!- que se siguen sembrando girasoles en el mismo sitio, sabiendo que nunca llegan a madurar por las razones antes apuntadas, entonces podemos dar por cierto que la corrupción se ha instalado de manera firme en nuestra tierra.

Que el Señor nos ayude.