Los medios de comunicación en España reflejan y a veces amplifican las divisiones políticas e ideológicas existentes en la sociedad.
‘Vota con criterio’ es un documento con diez temas que se presenta en formato PDF y en descarga gratuita en la web de la Alianza Evangélica Española. En esta sección presentaremos un resumen de cada uno de sus capítulos, animando a su lectura completa.
La polarización política en los medios de comunicación españoles ha sido un tema ampliamente debatido y discutido en los últimos años. Como en muchos otros países, los medios de comunicación en España reflejan y a veces amplifican las divisiones políticas e ideológicas existentes en la sociedad.
En España, existen medios de comunicación con diferentes orientaciones políticas, que varían en un amplio espectro, y que se ha amplificado al surgir los medios digitales y las redes sociales.
Una gran parte de medios son abiertamente afines a determinados partidos políticos; y aunque otros intentan mantener una posición más neutral es difícil que no estén sesgados, especialmente porque la casi totalidad de medios dependen en su financiación de subvenciones, grupos de poder o lobbies ideológicos.
Cada uno de estos medios tiene su propia línea editorial y enfoque político, lo que influye en la forma en que presentan las noticias y tratan los diferentes temas. Así, se favorecen o promueven ciertas agendas políticas, lo que puede llevar a la polarización y visión sesgada de la realidad.
En este mismo sentido, cobran un especial valor los medios que se autofinancian, algo más posible cuando se reducen costos como son las diversas plataformas de internet que siguen este método.
Todo esto ha llevado a una creciente desconfianza en los medios de comunicación tradicionales y a una mayor fragmentación de la audiencia, ya que las personas tienden a buscar fuentes de información que confirmen sus propias opiniones y creencias.
[destacate]Realizo mi análisis sobre seis ideas que se están vertiendo y usando en las campañas en los medios[/destacate]Esto se magnifica en las elecciones presidenciales o cualquier otro proceso electoral, donde los medios de comunicación juegan un papel crucial al presentar una visión de los candidatos y sus propuestas, y facilitar el debate público.
Centrándonos en lo que está ocurriendo en las actuales elecciones generales del próximo 23J, por espacio y ante la realidad de que los claros candidatos a lograr la presidencia son Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijoo, me centraré en torno a PP y PSOE.
Mi análisis es totalmente personal (y asumo que subjetivo, aunque intentaré aplicar la máxima objetividad), y lo realizo sobre seis ideas que se están vertiendo y usando en las campañas en los medios. Hay otros muchos aspectos importantes, que deben ser tenidos en cuenta, y que se incluyen en este documento de “Vota sabiamente”. Ruego que, antes de evaluar una posible decisión en cuanto al voto, se pongan también en la balanza ya que estos puntos que paso a mencionar son parte –eso sí, importante– de las cuestiones a valorar.
Pedro Sánchez ha actuado en contra de lo que había prometido en numerosas ocasiones. Esto ha ocurrido y ocurre con todos los políticos (incluido Feijoo), pero es cierto que no de manera tan reiterada como le ha ocurrido a Sánchez.
[destacate]La repetición de promesas contrarias a lo realizado quita credibilidad[/destacate]La lista es larga. Cierto que el matiz de si la promesa inicial fue hecha a sabiendas de que era falsa, o si fue hecha con convicción para tener que modificarla por el cambio de circunstancias o exigencias de un bien mayor, es imposible de determinar; y en este aspecto no hay un “detector de mentiras”.
Pero sin duda la repetición de promesas –no ya incumplidas, sino contrarias a lo realizado– le quita sin duda una gran dosis de credibilidad; algo fundamental a la hora de pedir el voto. Sin confianza no hay credibilidad.
Esto ha llevado a Sánchez a una presencia casi compulsiva en los medios “hostiles” para convencer –ante las preguntas incómodas– de que sus actuaciones han sido realizadas siempre pensando en el bien común. Pero será difícil que convenza de que el fin justifica los medios de forma tan repetitiva. Pienso que esta batalla la tiene perdida, aunque puede suavizar el daño que supone.
[destacate]La alianza obligada con otros partidos es otra línea fundamental de batalla[/destacate]Otra línea fundamental de batalla es la obligada alianza con otros partidos para gobernar. Partidos que por un motivo u otro son sumamente incómodos ante la opinión pública y ante sus propios militantes.
Y aquí Feijoo tiene la ventaja de que, aunque haya iniciado este tipo de alianzas (en su caso con Vox), aún no existe un recorrido suficiente para evidenciar las consecuencias prácticas que esto puede tener. Es más, en el prefacio que supuso el gobierno en la Comunidad de Madrid de Ayuso con la abstención de Vox, los debates de la oposición fueron más contra la política de Ayuso que por la agenda de Vox.
Ante esto, lo que sí se ha producido es una demonización de Vox (que ya existía) de forma ascendente. Con un trato absolutamente discriminatorio, al margen de que se esté de acuerdo o no con esta formación política.
Por ejemplo, Vox es la ultraderecha, mientras que su homónimo al otro extremo es “la izquierda del PSOE”. O se marca como una verdad incuestionable la necesidad de establecer líneas rojas con VOX por sus ideas políticas, mientras que no se aplica el mismo criterio a los pactos (y cogobernanza) del PSOE con otros partidos cuyas políticas son para muchos ciudadanos tan extremistas como pueden serlo las de Vox para otros.
Como es casi imposible que un partido logre la mayoría necesaria para llegar a la presidencia y gobernar, este punto es una continua fuente de este ácido debate estéril, que solo sirve como una maniobra de ambas partes para desgastar al otro.
[destacate]Se establecen estereotipos y prejuicios que definen a unos partidos como más demócratas que otros[/destacate]Y además, supone establecer una democracia en la que unos partidos son más demócratas que otros, no por someterse a la común Constitución (aunque se cuestione), sino por un pedigrí establecido en base a algunos estereotipos y prejuicios.
Se puede estar absolutamente en contra de Vox, EH Bildu o un partido independentista. También se puede pedir (o exigir) que no se pacte con ellos, o que no formen parte de un gobierno. Pero estigmatizarles e intentar echarles de la vida pública política –aún cumpliendo las exigencias democráticas– supone declararlos herejes y ponerles el capirote y sambenito en nombre de una moderna inquisición laica por no acomodarse al catecismo político actual.
Lo llamemos violencia machista, violencia contra la mujer o violencia de género (que no es la ideología de género, un error común) es un hecho terrible que visibiliza actitudes más profundas y menos evidentes de discriminación hacia la mujer.
En este ámbito se ha hecho evidente una deformación en un sector del feminismo, que prácticamente señala al varón de forma general como un enemigo (o al menos así le hace sentir) y que además anula la identidad de la mujer en la actual Ley trans. Esta deformación feminista forma parte de la democracia, y es legítimo luchar contra él, señalarlo como incorrecto, pero a la vez entender que ejercen un derecho que les corresponde.
De la misma forma, hay un sector (en su mayoría vinculado a Vox) que entiende que la violencia contra la mujer es tan condenable como la violencia contra el hombre, pero que interpreta que no debe haber una doble vara de medir que discrimine positivamente a la mujer ante la Ley. Podemos estar o no de acuerdo, pero no entiendo que sea la imagen que se quiere dar de Vox en su conjunto. Cierto que hay machistas en las filas de Vox (generalmente, los que son utilizados en los medios), como los hay en las filas del PP y PSOE, incluyendo a quienes celebran fiestas con prostitutas que son mujeres tratadas. Pero no convirtamos las condenables excepciones en imagen del conjunto. Esta visión del feminismo de Vox también forma parte de la democracia, y es legítimo luchar contra él, señalarlo como incorrecto, pero a la vez entender que ejercen un derecho que les corresponde.
Otro terreno sagrado en prácticamente todos los partidos (excepción de Vox y parcialmente del PP) es el conjunto de los llamados derechos LGTBIQ+, que no sólo se proclaman, sino que se imponen como una verdad única e incontestable; persiguiendo de manera mediática e incluso legal al que simplemente disiente de ello.
En este mes del Orgullo LGTB que ha precedido a la campaña electoral se ha equiparado la bandera arco iris con la bandera nacional, algo que además de ilegal es contrario a la realidad.
[destacate]No asistir hoy a la procesión del Orgullo gay es como no ir a misa en tiempos de Franco[/destacate]También se ha dicho que quien rechaza la bandera rechaza la tolerancia y la igualdad. Es justo al contrario, la ideología que acompaña a la bandera es la que es intolerante imponiendo una forma de pensar, de educar a los niños y aceptar a quien disiente. Y por cierto fomenta la desigualdad, creando un colectivo de ciudadanos con más derechos y privilegios que el resto en base a su orientación sexual.
Se puede estar totalmente a favor del respeto a las personas en su diversidad sexual, pero no aceptar la bandera del Orgullo como emblema nacional.
Esta situación lleva a que se señale a quienes no apoyan el mes del Orgullo, desde políticos a clubes de fútbol. Ya no se trata del derecho a expresarse el colectivo LGTB, sino de la obligación de toda la ciudadanía de aplaudir una determinada forma de cosmovisión social. Algo totalmente equivalente al nacionalcatolicismo de Franco, donde no ir a misa era como hoy en día no asistir a la procesión del Orgullo.
La imposición de la ideología de género se ha convertido en uno de los estandartes de lo que se llama progresismo; algo que se echa en cara a los partidos llamados conservadores. Por lo antes dicho, no parece muy progresista la tiranía de la ideología de género.
Pero en esta campaña han salido a relucir desde la izquierda otros aspectos de este llamado progresismo como un bien que se pretende demoler desde la derecha.
Un ejemplo es la Ley de eutanasia. Todos queremos una muerte digna, pero la actual ley “progresista” es realmente una puerta abierta al suicidio asistido, donde el criterio médico o científico carece de peso y se eliminan todas las salvaguardas que existían antes de tomar este tipo de decisión. Y a la par sigue la carestía de medios para los Cuidados Paliativos, que es la auténtica necesidad social para que la muerte sea digan,
[destacate]Derribar murallas puede ser progreso. Derribar vigas maestras es un auténtico desastre[/destacate]Lo mismo puede hablarse de la Ley del aborto. Feijóo ha expresado algo tan simple como que una menor de edad no pueda abortar sin conocimiento de sus padres, y que en caso de estos oponerse, e insistir la menor, un juez dictamine en 48 horas qué hacer. Una postura tímida de defensa de la vida (Vox va mucho más allá) pero que ha servido para que se le acuse de acabar con los derechos de la mujer. ¿Y los derechos de los padres? ¿Lo progresista es que los padres tengan deberes pero no derechos?
Otro ejemplo, el último para no cansar, es la Ley trans. Una Ley anticientífica, contraria a los criterios médicos, los estudios realizados, y la experiencia de otros países que la han aplicado y están dando marcha atrás. Una Ley que daña a los/las menores con disforia de género, a veces de manera irreversible, que vuelve a quitar derechos a los padres, que desplaza a la mujer de su identidad y derechos. De nuevo ¿es esto progresismo?
Derribar murallas puede ser progreso. Derribar vigas maestras es un auténtico desastre.
Los puntos antes tratados son de los que posiblemente más se han tratado en esta campaña, aunque seguro que hay que añadirles aspectos económicos, en torno a la inmigración, la salud pública, la vivienda, las pensiones, la Justicia, y un largo etcétera que se tratan en este documento de “Vota con Criterio”. Todos deben ser considerados y sopesados en la balanza que decidirá nuestro voto.
Pero para acabar, en toda política el bien más preciado, incuestionable e irrenunciable es la libertad.
Libertad de pensar, de expresarse, de actuar en conciencia, de educar en valores a los hijos. Sin libertad sólo hay oscuridad y cadenas.
El “mundo feliz” de Aldous Huxley era una sociedad de bienestar sin libertad. En “Rebelión en la granja” (George Orwell) la lucha por los derechos y la igualdad llevaba a una situación de tiranía y desigualdades. Son dos conocidas novelas que podemos etiquetar de proféticas. Expresan lo que el lado oscuro del corazón del ser humano puede llegar a desarrollar; algo de lo que jamás podemos ser cómplices, especialmente si seguimos a Aquel que dijo “Si permaneciereis en mi palabra […] conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:30-32).
Por todo lo dicho, es importante que los ciudadanos sean críticos y busquen fuentes de información diversas para obtener una visión más completa de los candidatos y sus propuestas. También que se analice la trayectoria de las promesas cumplidas en el pasado. Nadie aprobará con suficiencia este examen, pero algunos seguramente lo suspenderán con una nota baja.
Pero el gran desafío se produce cuando los hechos en sí son más o menos correctos, pero la forma en que se presentan supone una interpretación de los mismos y a veces una medio verdad (la peor de las mentiras).
Un ejemplo bíblico es lo ocurrido en el huerto del Edén. Dios les dice a Adán y Eva que “si comen del árbol del conocimiento del bien y del mal morirán”. La serpiente por su parte les dice que “ciertamente no morirán […] el día que coman de él, los ojos les serán abiertos, y serán como Dios, conociendo el bien y el mal”.
La palabra de Dios era cierta al cien por cien. La serpiente mezcla una parte de verdad con un mensaje falso que descredita a Dios (os ha mentido, no moriréis). Toda una campaña política.
Y las verdades se cumplieron. Adán y Eva fueron como Dios al ser sus ojos abiertos a conocer el bien y el mal; pero de la misma forma, al desobedecer, se separaron de Dios y entró la muerte en la raza humana.
La gran cuestión no eran las palabras y la información que recibían, sino a quién elegían para depositar su confianza (¿su voto?).
Desde luego, esto es aplicable a nuestras vidas personales, pero también ante la decisión de a quién votamos. Debemos discernir las verdades, pero especialmente las medias verdades.
No hay un partido que represente la visión bíblica. Tampoco existe (hasta el momento) ningún partido que sea perverso en la totalidad de sus aspectos, siempre contendrán algún aspecto positivo.
No creo que votar sea elegir un bien mayor, sino seguramente elegir el mal menor. Pero incluso esto puede marcar grandes diferencias.
Pedro Tarquis Alfonso es médico y periodista. Es presidente de Areópago protestante, ONG vinculada a la Alianza Evangélica Española y que conforma una importante plataforma de medios (Protestante Digital, Evangélico Digital y Evangelical Focus).
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