Sólo predica un evangelio en libertad, aquel que puede desprenderse de convencionalismos sociales y ataduras consumistas y, en un acto de libertad, decide pararse al lado de los incrédulos, de los sufrientes del mundo o de los proscritos, de los que necesitan al médico divino.
Aunque conocer la verdad, que es Jesús, nos haga libres, no todo el que dice estar en posesión de la verdad actúa en libertad. Para actuar en libertad, además de poseer la verdad hay que estar poseído del amor, porque la verdad es Jesús, o sea contiene el amor, porque Jesús es amor. La verdad no se verifica en nadie que sólo sepa, conozca, pero que no ame.
Creo que el auténtico evangelista es el hombre que, en el ejercicio de su libertad, es capaz de dejar muchas cosas, seguridades, confort y lujos, para pararse y apearse de todo esto por amor a los hombres. Ese es un ejercicio de auténtica libertad. Evangelizan libremente, aquellos que bajándose de su tren de la prosperidad, pueden caminar entre los conflictos del mundo como su campo de misión propio y preferente. El evangelista no sólo es el que comparte la Palabra de forma más o menos teórica, sino el que por el poder de esta Palabra se pone en medio de los focos de conflicto siguiendo el ejemplo de Jesús: sirviendo, en el servicio al prójimo, porque ejemplo nos dejó Jesús. Es el mayor acto de libertad al que nos conduce el Evangelio. Quizás fuera del amor, del servicio y la misericordia, no pueda haber auténtica evangelización. Sólo serán verborreas no consecuentes que espantan al mundo y que presentan un falso rostro de Dios.
El que evangeliza desde la libertad con que Dios nos hace libres, va mucho más lejos de lo que las agencias misioneras evangelizadoras recomiendan, va más allá de las orientaciones u obligaciones impuestas, viaja cargado con bagaje de perdón, de liberación, de ayuda práctica, de fe actuante a través del amor... hasta que sus manos quedan cansadas y sus rodillas flaquean, porque han caminado calzados con el Evangelio de paz compartiendo la vida, el pan y la Palabra. El que es capaz de compartir mucho más allá de lo esperado, es libre.
No es libre el evangelista al que el Evangelio no ha sido capaz de transformarle para que asuma nuevos valores que implican muchas rupturas con el sistema de un mundo injusto. No es libre si no es capaz de dejar seguridades para adoptar un nuevo sistema de valores que conducen al servicio y a la dignificación de las personas. Sólo el evangelista que evangeliza en libertad, puede causar en el que escucha deseos de rupturas tremendas con el sistema mundano injusto. Cristo nos libera para que dejemos todo yugo de esclavitud frente a las cosas del mundo y, liberados de los falsos dioses que prometen falsas comodidades que adormecen, podamos, con la ayuda de Dios, convertirnos en agentes de liberación de los otros.
El evangelista debe vencer el miedo a ser libre, libre para tirar por la borda todo fardo ofrecido por el sistema injusto, y marchar con la libertad como vocación abriendo brazos de acogida y abriendo los puños para compartir, para dar y para darse. La libertad del evangelista, no es la libertad del hombre del siglo XXI que confía en las leyes, en el dinero y en el consumo.
Para el evangelista el cristianismo no debe ser norma, ni obligación, ni deber. El cristianismo del evangelista libre no es sólo cumplimiento de rituales, ni comunicación de obligaciones de prácticas religiosas, ni de asistencias a celebraciones cúlticas. El cristianismo que deben dar los evangelistas libres, no es transmitir asépticamente normas o conductas morales, ni prácticas de ayunos o rituales. El evangelista debe comunicar la Buena Noticia desde la libertad, desde el desprendimiento de los valores del Dios Mamón, desde la crítica a las estructuras injustas de poder, desde la denuncia de todo lo que oprime al hombre, lo anula o lo sumerge en la infravida... porque el cristianismo es libertad y la verdad nos hace libres. El evangelista no debe predicar un orden eclesial o dogmático. En el excesivo orden y con las excesivas normas se restringe la libertad. En muchas exposiciones evangelísticas, la libertad es algo desconocido. Destrozamos la auténtica vivencia de la libertad cristiana cuando la encorsetamos en medio de las ordenanzas, obligaciones y normas eclesiales.
El evangelizado en libertad, se convierte en hombre libre que no visitará la iglesia con el simple deseo de cumplimiento del ritual sino para, desde la libertad, seguir aportando una vivencia de la libertad con que Dios le ha hecho libre.
“Estad, pues firmes, en la libertad con que Cristo nos hizo libres” dice el Apóstol Pablo en la Epístola a los Gálatas. Sólo el hombre libre en el Señor, libre en la libertad que Cristo nos dio, puede deshacerse de falsas libertades y falsas seguridades que esclavizan... y desde ahí, predicar el Evangelio de la libertad que puede ser contracultura con los valores mundanos que ofrecen falsas libertades y falsas seguridades. Evangelio de la libertad que nos acerca a los débiles, acto de libertad suprema y, a su vez, nos abre a la trascendencia uniendo el amor a Dios al amor a los hombres. Eso es Evangelio.
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