Nada en este mundo se mueve en líneas rectas. Todo está en movimiento. Lo único constante es el cambio, y el reino de Dios no es una excepción. Por supuesto existe también una referencia que no cambia: es Dios y su Palabra. Pero la forma como el Reino de Dios ha crecido en este mundo a través de siglos y milenios no es lineal, sino que más bien obedece a una secuencia de triunfos y desastres. A tiempos de grandes hazañas siguieron tiempos de apatía y de retroceso y a una derrota sigue la restauración. Siempre ha sido así desde el Edén. Lo que sí prevalece es una clara tendencia. Y esta tendencia es al alza, mundialmente hablando.

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Veamos algunos ejemplos de estos altibajos. En los primeros siglos de la fe cristiana aproximadamente la tercera parte de los seguidores de Jesucristo se ubicaban en el norte de Africa. Dos de los teólogos más importantes de todos los tiempos eran africanos: Tertuliano y Agustín. Sin embargo, después del extraordinario crecimiento del evangelio en Africa llegó un gran estancamiento por enfrentamientos teológicos internos y amenazas externas. Al estancamiento le siguió la destrucción. El fin de la historia es que el continente africano quedó durante siglos casi sin iglesias -con la excepción de Egipto y Etiopía.

Otro ejemplo es Bizancio. Cuando se hundió la parte occidental del Imperio Romano, el epicentro de la fe cristiana se movió hacia Oriente. Los primeros siete concilios universales hasta el siglo VIII se celebraban sin excepción en la zona que conocemos hoy como Turquía. Durante siglos Constantinopla era el centro de la fe cristiana. De allí se llevó el evangelio a muchas partes del mundo. Esto se acabó en 1453 con la conquista de Constantinopla por los musulmanes. Pero de hecho, Bizancio había perdido su vigor espiritual mucho antes.

Otro ejemplo poco conocido es la gran influencia de la fe cristiana en Asia en siglos pasados. La Iglesia nestoriana tenía un gran celo por las misiones. A lo largo del siglo VI, se enviaron misioneros desde Persia a Asia Central, al desierto de Mongolia, a China y a lo que hoy es la India, estableciendo un gran número de iglesias en estas zonas. En el siglo VII, había iglesias por Asia occidental y central y a lo largo de la Ruta de la Seda hasta China, lo que supuso el primer encuentro entre el cristianismo y la antigua civilización china. Pero luego la fe cristiana retrocedió y cayó en olvido durante mucho siglos.

Miramos por un momento hacia el continente americano: en el año 1557, un grupo de varias decenas de creyentes -incluidos dos pastores- abandonaron Ginebra para unirse a una colonia francesa en Brasil. Eran los primeros misioneros extranjeros enviados por la nueva iglesia protestante de Juan Calvino, y su trabajo consistía en llevar el evangelio a los habitantes de un continente recién descubierto. Pero después de algún éxito inicial las cosas se torcieron. Al final, la misión no fue un gran y glorioso éxito: todos esos misioneros perdieron la vida, por circunstancias diferentes. Poco antes de su ejecución, cuatro de ellos escribieron el primer credo reformado de América: la confesión de Guanabara. La formularon tan solo doce horas antes de ser ahorcados.¹

La iglesia ha sufrido reveses una y otra vez. Pero hay una cosa que es curiosa: siempre salió reforzada de sus momentos más bajos. Después de haber sido borrado del mapa, el cristianismo en África está creciendo más que en ninguna otra parte del mundo. Lo mismo es cierto en muchas partes de América Latina y en China, donde hoy por hoy hay más cristianos que miembros del partido comunista.

Y ¿qué pasa con Europa?

La situación aquí es peculiar porque se trata de un continente que en muchas partes ha conocido el evangelio en algún momento de la historia. Esto es incluso cierto para España, porque antes de la llegada de los visigodos y el arrianismo, la antigua iglesia española contaba con uno de los teólogos más destacados que incluso llegó a presidir el primer concilio universal en Nicea: Osio de Córdoba. En muchos sentidos, la antigua iglesia española era un ejemplo de vigor y de doctrina ortodoxa en su momento.

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Si hablamos de avivamiento, ninguna parte del mundo es mejor candidata que Europa. El sur de Europa porque han pasado ya muchos años sin una presencia del evangelio que haya afectado a la sociedad y en el norte de Europa porque de la herencia de la Reforma fue despilfarrada y de su herencia apenas queda nada.

Curiosamente, el mayor campo de misión de Europa Occidental no son aquellos que se autodenominan ateos, ni los inmigrantes musulmanes, sino las personas que se consideran cristianas y agnósticas a la vez y que en este sentido muestran poco o ningún signo de fe.

Los cristianos no practicantes -aquellos que se identifican con el cristianismo pero rara vez o nunca asisten a los servicios religiosos- constituyen el mayor segmento de la población de Europa.

A pesar de su creciente secularismo, los europeos siguen identificándose con etiquetas religiosas, aunque no con sus creencias más ortodoxas.

Estamos hablando de un continente pródigo con decenas de millones de personas que quieren creer, pero no lo consiguen. Sin embargo, cada vez son más las voces que creen que Dios no ha terminado con Europa. Hay signos de esperanza en nuestro continente:

• 
  

  Cada vez más europeos están cansados de las ideologías nocivas que destruyen la sociedad.

  
  


• 
  

  Hay un anhelo profundo de Dios.

  
  


• 
  

  La disolución de la familia, las crecientes tensiones en la sociedad, los enfrentamientos bélicos y el empobrecimiento creciente de la población están empujando a la gente a buscar esperanza para sus vidas.

  
  


• 
  

  Las iglesias tradicionales, vendidas a las ideologías de moda y la corrección política volverán a sus raíces o quedarán obsoletas.

  
  

Cualquiera diría que lo que toca es un avivamiento.

¿Podría ser que, en medio de este desierto espiritual, Dios estuviera haciendo brotar nuevas corrientes de agua viva, o incluso semillas de avivamiento?

Desde luego, no sería la primera vez que Dios cambia la narrativa de un continente. De momento, todo indica que Dios lleva a Europa por uno de sus momentos más desastrosos. Expuse las razones que me llevan a pensar esto en esta columna en su momento. Atrás queda la gloria de siglos pasados y por delante quedan años de incertidumbre y cambios profundos.

Todo esto me lleva a terminar esta serie sobre el avivamiento con una nota muy personal y pasional. Personalmente, tengo una visión, un sueño que se alimenta de las promesas divinas, de la visión gloriosa de Apocalipsis 7:9 y que radica en el poder absoluto de Jesucristo. Posiblemente no veré su cumplimiento, pero lo tendré en mis pensamientos y oraciones mientras que me quede aliento.

Después del juicio -y a veces en medio de él- viene el avivamiento. El árbol del Reino de Dios crecerá sin parar y jamás será tallado. Europa no será una excepción. No sé cuando, pero no me cabe duda que veremos hombres y mujeres avivados por el Espíritu de Dios, con una visión gloriosa, una fe inquebrantable y sobre todo con un corazón humilde que solamente tienen una meta: ver a esa Europa que se ha perdido en su larga vida rendida a los pies de Cristo. Al inicio serán pocos, pero esas primeras gotas se convertirán en lluvias, aguas que caen en tierras secas. Estos pioneros de Cristo pagarán un precio porque el evangelio no avanza sin sacrificios.

En su momento, el conocimiento del Señor cubrirá esta vieja Europa desde las playas de Portugal hasta las montañas de los Urales y desde el Cabo del Norte hasta el Mediterráneo. Sus pueblos se darán cuenta que no hay progreso sin obediencia a la Ley de Dios y que no hay paz aparte de la Cruz.

¿Un avivamiento para Europa?

No me cabe duda. Este futuro avivamiento terminará lo que la Reforma hace medio siglo dejó sin completar. Pero sobre todo creo en un avivamiento en Europa porque la historia de este continente empezó a dar un giro en la dirección correcta con una visión: un hombre de Macedonia.

¿Quién era este hombre que Pablo vio en la visión? No lo sabemos, Pero algunas curiosidades llaman la atención. El macedonio más famoso de todos los tiempos vivió 400 años antes de Pablo. Había logrado conquistar el mundo queriendo unir Occidente y Oriente. Su nombre era Alejandro Magno. El itinerario de Pablo en suelo europeo estaba plagado de recuerdos de Alejandro. El nombre completo de Troas era “Alexandria Troas²” en honor a Alejandro Magno. Al otro lado del mar estaba Filipos, llamada así por el padre de Alejandro. Allí se fundó la primera iglesia cristiana en suelo europeo. La siguiente parada de Pablo era la ciudad de Tesalónica, llamada así por la hermanastra de Alejandro. Y es desde Macedonia que este hombre europeo desconocido clama por auxilio implorando a Pablo: “Pasa … y ayúdanos.”^3”

Lo que empezó en su momento, aún no ha terminado. Solo que en nuestros tiempos es todo un continente que grita cada vez más alto: ¡Pasa y ayúdanos! Es por esto que creo y espero en un avivamiento venido de nuestro Dios soberano para Europa.

Notas

1 https://en.wikipedia.org/wiki/Guanabara_Confession_of_Faith

2 https://en.wikipedia.org/wiki/Alexandria_Troas

3 Hechos 16:9