Pareciera que ya no hay otras alternativas, que ya nadie puede mirar hacia su terruño, hacia algo diferente buscando alguna otra parte donde aposentarse. Nos han inducido a ser conscientes de que nuestro barrio es nada menos que el mundo entero.
No sólo Lavapiés, en el Madrid en que me ha tocado vivir, se ha planetarizado, sino también cualquier rincón de cualquier aldea de España. El mundo nos parece diverso, pero hay algo que nos une a todos, que nos uniformiza. La globalización ha moldeado los gustos de cualquier joven pastor de ovejas o campesino que se mueve entre los riscos y montañas buscando pastos o entre los valles intentando cultivar frutas o productos hortícolas. Hay todo un tinte cultural, toda una sensibilidad que afecta a algo más que a la epidermis de las personas.
Nos han uniformado con un único sistema, un solo mercado, un tipo de valores, unas formas de consumo... y probablemente una sola ideología que domina el mundo: la lógica, si no por todos entendida, sí por todos asumida: la lógica del mercado consumista capitalista, la lógica de un modo de publicitar y llevar a cabo una producción que tiene al mundo entero como objetivo.
Se necesitaría, también, una voz transversal, que cruzara todos los caminos del mundo, que llegara a todas las aldeas y rincones.
Se necesitaría una voz capaz de romper esa epidermis uniformadora y que cambiara los entresijos del ser humano. Se necesita que la lógica del sistema sea también evangelizada. “No os conforméis a este mundo”, nos dice la Biblia como en un grito que planea por todo el mundo globalizado. No toméis la forma de este mundo. No os dejéis uniformar y moldear según quiere uniformaros y moldearos el sistema. El sistema está en riesgo. El sistema puede estar amenazado por el terrorismo internacional, por las grandes crisis económicas como la que vivimos en este momento, el escándalo de la pobreza mientras se siguen vendiendo armas y traficando con la violencia... Se necesita una voz diferente que impregne el sistema como hace la levadura con la masa, una voz que llame a la posibilidad de navegar contracorriente en medio de las presiones consumistas que nos uniforman. Una voz que se pueda distinguir en medio de la uniformidad.
Esa voz no pude ser solamente la voz de algunos iluminados que se evaden de las presiones del mundo y sus valores, que hable sólo de la metahistoria, ni de salvaciones desencarnadas, ni de rumores de ángeles que sólo se nos presentan como válidas en términos del más allá. Tiene que ser una voz solidaria con el mundo y sus problemáticas, que sacie espiritualidades vacías a la vez que se preocupe de la dignificación y el rescate de las personas en su situación de alienación por el sistema que nos induce a un consumo insolidario y que nos uniforma. Una voz que cree criterios y filtros que impiden que no nos traguemos el camello de la injusticia y que sólo filtremos las pequeñeces.
La globalización, hoy, nos permite observar el mundo entero como unidad de visión... y, la contemplación de esta unidad de visión que se nos muestra a todos, nos debe responsabilizar a los cristianos para hacer una evangelización encarnada en la realidad, para tener una voz que despierte conciencias y nos anime a ser discípulos de Jesús, con sus valores, prioridades, estilos de vida y compromisos. Eso haría que hubiera un cambio de rumbo en la evangelización del mundo y que ésta fuera percibida como algo diferente y reconocible, como algo que nos anima a ser la voz, las manos y los pies del Señor en medio de un mundo alienado y, en una gran parte, sumido en el dolor y la injusticia humana, una voz que no fuera extraña al grito de los pobres, una voz que armonizara con los gemidos de los proscritos, desclasados, despojados y oprimidos del mundo.
Eso sería voz evangelizadora, voz en línea con la voz del Maestro que fue un modelo de servicio. Jesús era voz encarnada en medio de los problemas del mundo, voz que culminaba, que se cuajaba en el inclinarse para el servicio a los cansados. “Ejemplo os he dado”, nos dice Jesús como línea de servicio evangelizadora que se une a la voz que los creyentes deben de tener. Voz que comunica salvación para la eternidad y liberación en nuestro aquí y nuestro ahora. Jesús no separó lo celestial de lo terrenal, sino que vino, como presencia celeste, a encarnarse en medio de las problemáticas humanas de nuestra historia.
Tengamos voz de denuncia para que el hombre actual no se hunda en un individualismo insolidario, en un consumismo inducido y una competitividad loca que se alza sobre los cadáveres de los más débiles. Si esa voz cambia el mundo, lo estamos evangelizando, le estamos dando oportunidades de apertura a lo trascendente y de acogida solidaria de los débiles practicando la projimidad, projimidad que es la excelencia de la solidaridad humana, del amor. La acción y la voz cristiana tienen que desembocar siempre en el amor, el amor que Dios ha derramado en el corazón de muchos y que circula como caudal que rompe las lógicas inhumanas de los sistemas injustos. Por eso el amor evangeliza uniendo la voz a la acción comprometida y liberadora.
Necesitamos una evangelización para un mundo global y uniforme que desaliene al mundo, que le saque de su enajenación, de la alienación en que le sumerge el sistema creándole necesidades de consumo que en la mayoría de los casos no tiene. La evangelización del mundo debe introducir en su megáfono evangelizador la frase de Jesús de que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”, que la felicidad no está en el comprar, tener, consumir, vestir ropas de marcas -mientras tantos mueren de hambre y se mueven en la pobreza e indignidad- ni en pasearse por los nuevos templos que ha creado la lógica del sistema consumista: Las grandes superficies comerciales en donde la única libertad que se conoce es la de poder ir viendo diferentes mercancías para seleccionarlas y comprarlas aunque no nos hagan falta.
Y muchos de los más formados intelectualmente se pasean entre las ofertas de todo tipo de ideologías que no saben filtrar, que les afirman en las bondades del sistema y de su lógica consumista, en concepciones del mundo insolidarias con los débiles y ávidas de “formatear” cerebros bajo la lógica del comprar, tener, poseer.
Señor, ayúdanos a ser esa voz capaz de evangelizar al mundo, voz que se plasme también en hábitos de servicio, de denuncia y de deseos de rescatar el mundo para ti, voz que anuncie que se puede compartir la vida, el pan y la Palabra.
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