Keller descubre que sin la obra renovadora del Espíritu Santo no hay más que moralismo o la “gracia barata” de la que hablaba Bonhoeffer.
Los años 70 fue una época tumultuosa para la sociedad americana. Muchas de la tensiones y conflictos de finales de los 60 dan lugar a una gran cantidad de protestas en la universidad a principios de esa década, que llevan a la matanza de estudiantes en Kent por la Guardia Nacional. A la lucha contra la guerra del Vietnam, se une la búsqueda de la igualdad de la mujer, el enfrentamiento a la discriminación racial y la revolución sexual. El pequeño grupo evangélico de estudiantes que había en la universidad de Bucknell (Pensilvania) no sabía si unirse a las manifestaciones o quedarse orando.
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Tim Keller (1950-2023) siempre fechó, personalmente y por escrito, su conversión al cristianismo en enero de 1970. Incomprensiblemente, Collin Hansen sustituye el propio relato de Keller en su libro, por el testimonio de su amigo Bruce Henderson, que le cuenta en una entrevista, la primera noticia que tiene de ello, el día que cumplió veinte años en abril. El medio que Dios utilizó para su conversión fue InterVarsity –como se llama en Estados Unidos a los Grupos Bíblicos Universitarios, parte de IFES, la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos–, que en Bucknell no tenía más de una decena de estudiantes.
[photo_footer]La simpatía de la mayoría de los profesores por las protestas contra Vietnam en la universidad donde estudiaba Keller, Bucknell, hace que se cancelen las clases y los estudiantes se reúnan en la plaza.[/photo_footer]
La simpatía de la mayoría de los profesores por las protestas hace que se cancelen las clases y los estudiantes se reúnen en la plaza con carteles. En el centro se instala una plataforma con un micro abierto para que el que quiera, pueda dar su opinión. Uno del grupo evangélico apareció con un cartel que decía “La resurrección de Jesucristo es intelectualmente fiable y satisfactoria, existencialmente”. La mayoría se burlaban, pero algunos preguntaban qué quería decir eso. Tim tuvo algunas buenas conversaciones y se puso en una mesa de libros que dejaba al que tuviera interés.
El verano de 1970 va Keller con Henderson a un curso de una semana de formación de InterVarsity que había en Upper Nyack (Nueva York). Lo llevaba Stacey Woods (1909-1983). Formado en las Asambleas de Hermanos de Australia, fue a Canadá y llegó a ser el primer secretario general de los Grupos Bíblicos Universitarios en Estados Unidos, siendo uno de los fundadores de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos con el doctor Martyn Lloyd-Jones. Él fue uno de los responsables de que el movimiento fuera llevado por estudiantes y no una organización. Además, promovió un cristianismo bíblico que no tuviera miedo al pensamiento y la cultura.
[photo_footer]Keller estudia en el Seminario Teológico de Gordon-Conwell, que se acababa de formar en 1969 con los padres del neo-evangelicalismo, Billy Graham y Harold Ockenga.[/photo_footer]
InterVarsity llevaba un tiempo intentando formar un grupo en Lewisburg –la ciudad de Pensilvania donde está la universidad de Bucknell–, pero el capellán se oponía. En el viaje al curso en Nueva York, Henderson y Keller preparan el programa para todo el año. Piensan actividades de retiros y conferencias con los oradores que podían invitar. Estamos en plena Revolución por Jesús, cuando muchos hippies se convierten al cristianismo y empiezan a surgir grupos de rock como el que invitan a dar tres conciertos en la universidad. Era una banda de Pittsburgh llamado John Guest y los Eskursions.
Guest era un pastor episcopal, nacido en Oxford (Inglaterra) que se había convertido a los dieciocho años en una de las famosas campañas de Billy Graham en 1954. Se dedicaba a la evangelización. Era uno de los fundadores de la escuela evangélica de formación al ministerio episcopal de Trinity y estaba en el comité ejecutivo de la Asociación Nacional de Evangélicos –el equivalente a la Alianza Evangélica en Gran Bretaña y otros países–. Guest mostró la diferencia entre saber de Jesús y conocer a Jesús.
Los estudiantes evangélicos hacían el gesto del dedo hacía arriba, que habían popularizado los hippies cristianos de la Gente de Jesús, para decir que Él era “el único camino” a Dios. Los conciertos no dieron resultados de conversiones como la de Keller, pero consiguieron que más de un centenar de estudiantes rellenaran una tarjeta con interés en tener una conversación sobre temas espirituales. Tim visitó a cada uno de ellos. Se fueron formando así pequeños grupos para estudiar la Biblia en la universidad.
Keller decía que esa fue su primera experiencia de las dinámicas espirituales que estudió luego con Richard Lovelace en el Seminario Teológico de Gordon-Conwell –que se acababa de formar en 1969 con “los padres del neo-evangelicalismo”, Billy Graham y Harold Ockenga, financiados por Howard Pew–. La explosión de interés que ve en el curso de 1970-1971 en Bucknell, que hace que hace que el grupo evangélico pase de una decena a un centenar de estudiantes, no respondía a un programa de evangelización.
[photo_footer]Keller descubre con Lovelace que sin la obra renovadora del Espíritu Santo, no hay más que moralismo o la gracia barata de la que hablaba Bonhoeffer.[/photo_footer]
Lovelace le enseña que no se puede producir un avivamiento o renovación espiritual. Es iniciativa del Espíritu Santo y lo hace en una congregación, localidad, región o país por unas pocas semanas o años. Tim hizo varios cursos con él de teología bíblica e historia de la Iglesia, profundizando en la obra de Jonathan Edwards en el Avivamiento del siglo XVIII, que le lleva luego a Packer y Lloyd-Jones. Lovelace le muestra que sin esta dinámica espiritual, la iglesia cae en el legalismo. Keller descubre así, que sin la obra renovadora del Espíritu Santo, no hay más que moralismo o la “gracia barata” de la que hablaba Bonhoeffer –el predicador luterano que fue al seminario de Union en Nueva York, antes de ser ejecutado por los nazis en 1945–.
La fe de Keller crece en medio de un despertar espiritual, que siempre esperó en su ministerio. Su compañero de habitación, Frank King, se convirtió también en el último año. Una compañera llamada Sue Essig recuerda a Tim como alguien que escuchaba y conectaba emocionalmente. En aquella promoción que acaba con los reclutamientos para el Vietnam a finales del 72, estaba también Sue Pichert –que llamaban Kristy–, que recibió una nota a mano escrita por Keller, para invitarle a las reuniones de InterVarsity. Ella tenía contacto con un ministerio evangélico para jóvenes llamado Young Life y tenía una hermana dos años menor –llamada Kathy– en la universidad de Allegheny, que llegaría a ser la esposa de Tim.
[photo_footer]Keller estudió con Richard Lovelace en el Seminario Teológico de Gordon-Conwell, la dinámica espiritual de los avivamientos.[/photo_footer]
La primavera de 1971 Keller invita a Ed Clowney, el primer presidente del Seminario Teológico de Westminster (Filadelfía) –que fue también mi profesor en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo de John Stott–. Keller le pidió que diera una charla evangelística a los estudiantes de Bucknell sobre el existencialismo. Se titulaba “El cristiano y el hombre absurdo”. Clowney había estudiado la obra del filósofo danés Kierkegaard en la maestría que hizo en la universidad de Yale. Habló también de Sartre y Camus ante más de ciento cincuenta estudiantes, muchos de pie.
Keller recordó siempre la conferencia de Clowney como una de las mejores que oyó en su vida. Explicó el problema humano del pecado en término de alienación. La visión existencialista europea le parecía más realista que el liberalismo optimista americano. La conexión de Keller con Clowney le llevaría luego al seminario de Westminster, donde escucharía el famoso sermón que inspiró “El Dios pródigo”. Aprendió de su humildad y generosidad, pero también de su pasión por predicar a Cristo desde cualquier texto de la Escritura. Clowney es, sin lugar a duda, el maestro de Keller.
Esa primavera el grupo evangélico universitario de Bucknell invitó a Clowney para hablar un fin de semana en un retiro sobre la Iglesia. Hizo cinco largas exposiciones sobre dos versículos de la Primera Epístola del Apóstol Pedro (2:9-10). Una mujer de los veinte estudiantes que asistieron fue convertida, pero la visión que le dio a Tim de la Iglesia cambió su vida. Comprendió que para experimentar la obra del Espíritu de Dios necesitas la comunión cristiana que sólo la iglesia puede dar. Keller entendió que un grupo de estudiantes no es una iglesia.
[photo_footer]Keller conecta con Ed Clowney en la universidad, que le lleva luego al seminario de Westminster, donde escuchará el famoso sermón que inspiró El Dios pródigo.[/photo_footer]
Aunque sus compañeros recuerdan que Tim no tenía entonces, especial inclinación a la escritura, sí que era un lector voraz. En el grupo evangélico de estudiantes se encargaba de la mesa de libros que ponían a la puerta de la cafetería de la universidad. Sue recuerda a Hansen cómo recomendaba títulos y hablaba con todo el que se acercaba. Muchos de los libros eran de la propia editorial de InterVarsity (IVP). Estaban clásicos como “¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?” (1943) de F. F. Bruce –el profesor de las Asambleas Hermanos que enseñaba en la universidad de Manchester (Inglaterra), con quien hace el doctorado, René Padilla– y contemporáneos como la introducción a “La filosofía y la fe cristiana” (1969) del profesor del Seminario Teológico de Fuller en Pasadena (California), Colin Brown.
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Su introducción a la teología viene por Packer, el autor reformado anglicano que le introduce a los puritanos y su “Conociendo a Dios” –el libro que recopila la serie de artículos de la revista que publicó con Lloyd-Jones–, pero de C. S. Lewis admira la creatividad con la que presenta “Mero cristianismo” con lógica e imaginación. Para una visión más evangélica recomienda el “Cristianismo básico” de Stott, que le dará un modelo de predicación expositiva, diferente al norteamericano. Estos autores británicos serán para él, siempre su punto de referencia.
Los Grupos Bíblicos Universitarios le mostraron la importancia de estudiar el texto en pequeños grupos, algo que aprende también Bonhoeffer en su experiencia en el seminario clandestino durante la guerra, que inspira su “Vida en comunidad”. Los estudiantes evangélicos en Bucknell se reunían en pequeños grupos a las cinco de la tarde para orar y comer juntos. Keller mantuvo la amistad con Henderson, que fue testigo de su boda. Y uno de los primeros ancianos que tuvo al formar su iglesia en Nueva York era Mako Fujimura, un graduado de Bucknell de origen japonés. Compartió incluso el pastorado de Redeemer con otro licenciado de Bucknell, Dick Kauffman.
Una de las cosas que Tim aprendió desde el principio de su vida cristiana es que tu fe tiene que estar basada en la justificación que Dios no da en Cristo, en vez de nuestra santificación. Es más, nuestra falta de santidad viene de no entender la justificación. Lovelace escribe en su “Dinámica de la vida espiritual” que “cristianos que no están seguros de que Dios los ama y acepta en Jesús, independientemente de sus logros espirituales personales, son personas, inconscientemente, totalmente inseguras”.
El ministerio cristiano no es otra cosa, para él, que proclamar el Evangelio. Cuando individuos e iglesias contemplan la inmensidad del amor de Dios y creen el Evangelio, se abren a la obra renovadora del Espíritu. “Tenemos que mostrar primero, la gracia de Dios, aceptándoles cada día, no por su espiritualidad o logros en el servicio cristiano, sino porque Dios les ha imputado la perfecta justicia de Cristo”, dice Lovelace. Es de ahí de donde viene la centralidad del Evangelio que tenía Keller.
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