La verdad es que no es fácil hablar del totalmente otro, de alguien al que no podemos abarcar con nuestro entendimiento, entendimiento que, en cuanto a la verdad y trascendencia absoluta, es limitado, sólo ve
“como por espejo, oscuramente”. Por eso tampoco es fácil hablar de Dios en la evangelización, nombrarle, explicarle, decir cosas de Él, argumentar sobre su existencia o esencia, sobre su poder y amor... pero hay que nombrarle, no podemos guardar silencio, aunque debemos hablar de Él sin desfigurar su rostro. ¿Cómo se puede hacer esto?
En primer lugar no debemos mostrar prepotencias al hablar de Dios, al nombrarle. Todo el lenguaje evangelístico tiene que estar estructurado y conformado dentro de unos parámetros específicos configurados por una virtud esencial de la evangelización: La humildad.
Por tanto, no al silencio sobre Dios. Es necesario nombrar a Dios, intentar dar razón de Él y explicarle aun a conciencia y sabiendo que
“vemos como por espejo oscuramente”. Esto hace que el evangelista también adquiera conciencia de sus limitaciones al hablar sobre Dios, sabiendo que, incluso, puede caer en errores en la interpretación de la Palabra que proviene del misterio inefable. Por eso, el evangelista tiene que dejar toda prepotencia y nombrar al ser absoluto con humildad, conciencia de sus límites y temor de Dios, pero no debe callarse. No debe guardar silencio en torno al nombre de Dios. De ahí que en la acción social evangelizadora se necesite también de alguien que nombre a Dios.
La fe no se puede expresar solamente a través de la acción y el compromiso. No se debe expresar solamente a través de los estilos de vida, no fluye sólo a través de la práctica del concepto de projimidad. Para que haya una evangelización integral hay que nombrar y referirse a Dios, aun a sabiendas de que el lenguaje tiene sus límites y riesgos al hablar sobre el misterio inefable... y más aún muchos tipos de lenguaje religioso, aunque lo contrario, el silencio, silenciar el nombre de Dios, puede conducirnos a una especie de muerte semántica del Tú trascendente. Por tanto, no se debe dar el silencio del hombre en torno a Dios aunque nos sobrepase en su misterio inefable.
Por otra parte, la evangelización integral tampoco se da sin la acción social evangelizadora, sin la práctica de la projimidad, sin la preocupación por el sufrimiento de los hombres, sin la implicación del servicio. Cuando sólo se habla de Dios y se suprime la implicación en el servicio, cuando no nos convertimos en las manos y los pies del Señor en la ayuda al otro, cuando no practicamos ni buscamos la justicia hacia el huérfano y la viuda, hacia los oprimidos, pobres y excluidos del mundo, sino que nos convertimos sólo en voceros y verbalizadores insolidarios de la Palabra, no se da el silencio del hombre, pero se da el silencio de Dios.
Este es el segundo de los dos silencios de los que vamos a hablar en este artículo. Así, a veces, buscamos la respuesta de Dios a nuestra evangelización y ésta no se da. Dios se calla y podemos percibir el silencio del totalmente otro, del Tú trascendente. La divinidad se calla y no responde. Se da el silencio aplastante de Dios.
Este silencio de Dios ante la práctica o vivencia de la espiritualidad cristiana de forma insolidaria, se explica muy bien en los textos proféticos. En ellos grupos religiosos hablan de Dios, practican cultos y todo tipo de rituales, se celebran fiestas solemnes, se ora, se canta... pero Dios no responde. Se da el silencio de Dios. Además, no sólo guarda silencio, sino que tampoco escucha. Dios es sordo a los clamores y rituales de los cristianos insolidarios con el prójimo. Sobre estos creyentes insolidarios se nota y pesa el silencio de Dios de forma aplastante, hasta el punto de que este silencio resulta insoportable para muchos religiosos. Así, se hacen preguntas a Dios de parte de estos creyentes o evangelistas insolidarios:
“¿Por qué, dicen, ayunamos y no hiciste caso; humillamos nuestras almas y no te diste por entendido?” (Ver Isaías 58). Se quejan a Dios de la falta de frutos, de la falta de respuesta desde lo trascendente.
He oído quejas de evangelistas en esta línea: “Tantos años predicando en España y Dios no da la respuesta del avivamiento que buscamos”. Me recuerda a las quejas de los religiosos del tiempo de Isaías a los que Dios tiene que responder diciendo que se olvidan de hacer justicia al marginado y al oprimido, de vestir al desnudo y dar de comer al hambriento. Muchos hablan de Dios con insolidaridad para con el hombre, de espaldas a sus gritos de dolor... y se da el silencio de Dios.
También en la evangelización suena el consejo del Altísimo: Haced justicia, amparad al débil... y venid luego. Veréis como entonces hay respuesta y abriré -dice el Señor- las ventanas de los cielos para que haya frutos y bendiciones en vuestra evangelización. Entonces ya no se dará el silencio de Dios.
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