El 21 de abril de 1970 Tim apareció en la habitación de su compañero de Universidad para decir que se arrepentía de su pecado y creía en Jesús.
Para entender el pensamiento de Tim Keller (1950-2023) hay que darse cuenta de que la vida va más allá de las ideas. Nuestros énfasis y visión del mundo tienen que ver con nuestra educación y lugar de procedencia, pero también la experiencia que marca nuestra vida. Si Keller viniera del sur del Estados Unidos y hubiera crecido en pleno “cinturón bíblico”, puede que se hubiera quedado leyendo sus libros en aquella iglesia rural de Virginia –donde estuvo nueve años, después del seminario– o habría llegado ser pastor de cualquier congregación respetable de la América profunda, pero sería otro de los predicadores evangélicos, que como dice la prensa secular, “no saben nada del mundo”.
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Lo que pasa es que Tim fue a la universidad en medio de las revueltas estudiantiles del 68 y se convierte en plena Revolución por Jesús. Si hubiera llegado a la fe con la explosión evangélica que se produce a partir de la Mayoría Moral de la Era Reagan en los años 80, su perspectiva de la fe, la sociedad y la política, sería la del neoconservadurismo que es hoy sinónimo de lo que es ser evangélico en Estados Unidos, pero Keller es un “hijo de los 60”. Nace y crece en la América que llaman “liberal”. Pensilvania es una de las antiguas colonias inglesas que son ahora territorio demócrata. Al lado de Nueva York, muestra esa actitud abierta del Norte, que no tiene los prejuicios raciales del Sur.
[photo_footer]Keller fue a la universidad en medio de las revueltas estudiantiles del 68 y se convierte en plena Revolución por Jesús.[/photo_footer]
La universidad de Bucknell tiene un origen bautista, cuando se funda en 1846. Está al sur de Lewisburg en la zona rural del estado de Pensilvania, donde nació Keller en 1950. Bucknell fue un centro pionero en la educación de la mujer desde el siglo XIX. Cuando Tim llega en 1968, estallan las revueltas estudiantiles en todo el país. King ha sido asesinado en Memphis y dos meses después, Bobby Kennedy en Los Angeles. Ese verano no sólo invade la Unión Soviética, Checoslovaquia, sino que viene la dura represión de las protestas ante la convención nacional del Partido Demócrata en Chicago. Todo está revuelto y a punto de estallar.
Bucknell había sido un centro conservador como todo Estados Unidos, la mayor parte de los 60. Vestían formalmente y había estrictas normas en las relaciones entre hombres y mujeres, pero en 1968 llega la contracultura también a Bucknell. Tim recordaba que el año que llegó, los estudiantes estaban divididos hasta en su apariencia. Los “hippies” se habían dejado crecer el pelo y experimentaban con la droga o el sexo. Los más tradicionales se unían en las “fraternidades” o “sororidades” –según el género– de un club exclusivo que llevaba el nombre de letras griegas y los distintivos de clase o afición por el deporte.
[photo_footer]La universidad de Bucknell tiene un origen bautista, cuando se funda en 1846 al sur de Lewisburg en la zona rural del estado de Pensilvania, donde nació Keller en 1950.[/photo_footer]
Un solitario como Keller, no encontró su sitio en ninguno de los dos grupos. En su reciente libro de entrevistas con Collin Hansen –al que debo muchos de estos datos, pero no los comentarios y las observaciones en que difiero–, dice que había tanto “postureo” en unos, como en otros. Estaba el movimiento de Estudiantes para una Sociedad Democrática y hubo concentraciones en el estadio del campus en 1969 para quemar las tarjetas de reclutamiento para la guerra del Vietnam. Un cura católico, Philip Berrigan había sido puesto en prisión en Lewisburg por su oposición a la guerra. La mayoría del profesorado simpatizaba con las protestas, como demuestra la votación en 1970, por la que se cancelan las clases para apoyar la huelga de “moratoria”, que en el Sur llevó a la matanza de estudiantes en la universidad de Kent (Ohio) por la Guardia Nacional.
El departamento de historia y sociología estaba en la línea neo-marxista de Marcuse y la Escuela de Frankfurt. Keller acepta su crítica de la sociedad burguesa americana en la que se había criado en Allentown, pero no le convence la filosofía marxista en que se basa. No podía entender como la búsqueda de justicia social podía considerar la moralidad como relativa. Le extrañaba la unión de Freud con el análisis cultural marxista. Aunque también se escandalizaba de como los cristianos, que mostraban tanta preocupación por la moralidad personal, podían mantener la segregación racial en el Sur.
[photo_footer]Hubo concentraciones en el estadio del campus en 1969 para quemar las tarjetas de reclutamiento para la guerra del Vietnam.[/photo_footer]
Desde la adolescencia Tim quedó impresionado por la foto del joven James Meredith, asesinado en una marcha por los derechos civiles en 1966. Se dio cuenta que los disturbios raciales no era cuestión de “unos alborotadores”, como le decían los adultos blancos que le rodeaban. No entendía como podía ser que fueran sus amigos no religiosos, los que apoyaban el movimiento por los derechos civiles, mientras que los cristianos blancos conservadores con los que creció decían que King era “una amenaza para la sociedad”. ¿Qué significaba entonces, socialmente, el interés por la santidad de la Iglesia Evangélica Congregacional en la que había pasado su adolescencia?
La Asociación Cristiana del campus era ahora Preocupación Social. Representaba al protestantismo histórico, que como su nombre indica, se dedicaba a la acción social. El grupo evangélico de Inter-Varsity variaba de cinco a quince estudiantes de los seis mil que había en la universidad. El departamento de religión seguía la teología de “la muerte de Dios”, que había divulgado la revista Time, dos años antes. Keller leyó la obra del obispo anglicano Robinson (Sincero para con Dios) y Altizer con Hamilton (Teología radical y la muerte de Dios), para el curso de religión. Estos autores se basaban en la teología de Tillich, Bultmann y los papeles en la prisión de Bonhoeffer, para preguntarse qué futuro tenía el cristianismo en la era nuclear.
Tim se debatía entre la rígida fe de su madre y la teología existencialista de sus profesores. No encontraba ninguna de las dos, satisfactoria. En los cursos de religión, estudió el judaísmo, el islam, el hinduismo, el confucionismo y el budismo. Buscaba una alternativa a la visión cristiana ortodoxa del juicio eterno en el infierno. Quería una religión que no condenara a nadie. Creía que si había un Dios, tendría que ser de amor, pero el problema era que una religión sin un Dios personal, como la budista, no podía mostrar realmente amor, para él. La mitología de las religiones antiguas, lo que presentaba era dioses caprichosos, incluso malvados, que luchan entre sí. No veía un Dios de amor en la religión.
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Keller se familiariza entonces con la crítica de los evangelios como literatura que compila la tradición oral de un Jesús histórico, ejemplo de sabiduría y defensor de la justicia, que se enfrenta a la autoridad, pero se pregunta si el cristianismo era históricamente, eso. Investiga la fiabilidad del Nuevo Testamento, que se pone en duda en las clases, pero no veía solidez en los argumentos de los críticos que sus profesores le decían que leyera. No pensaba que Dios hubiera muerto, pero no sentía que Jesús estuviera vivo. Tantos años en la iglesia no le habían dado una experiencia personal de Dios. Cuando oraba no sentía su presencia y no quería seguir las expectativas de su madre. En aquella época sin móviles, no hablaba con sus padres más de una o dos veces al mes. Su madre le enviaba cartas, pero él no las respondía.
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El segundo año en la universidad, Keller se hizo amigo de un estudiante que vivía fuera del campus. Bruce Henderson tenía un apartamento en un tercer piso con el techo tan bajo que Keller no podía estar de píe. Le conoció cuando un compañero que tenía de habitación, el primer año, Jim Cummings, le invitó a un campamento de InterVarsity –como se llama en Estados Unidos a los Grupos Bíblicos Universitarios, que son parte de IFES, la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos– en 1969. Pronto estaba leyendo a C. S. Lewis y John Stott, lo que le llevó a la diferencia entre la Ley y el Evangelio, la salvación por obras y como un regalo de la Gracia. Había aprendido esta distinción en las clases para su confirmación en la iglesia luterana a los 14 años, pero ahora a los 20, le parecía revolucionaria.
Henderson recuerda el momento del 21 de abril de 1970, que era el día de su cumpleaños, cuando Tim apareció en su habitación, para decir que se arrepentía de su pecado y creía en Jesús. Ahora tenía fe en su corazón y confiaba sólo en Cristo para su salvación. ¿Qué había pasado? Hasta ahora siempre venía con discusiones y preguntas sobre el mal, el sufrimiento y el juicio. Las dudas no habían desaparecido, pero ahora llevaba su necesidad a Dios. Sentía el peso del pecado, enfrentado a sus fracasos y defectos, pero había encontrado al Dios que se revela en Cristo Jesús por su Palabra. Ya no iba a juzgar más a Dios. Esperaba que el Dios justo le justificara, perdonando su pecado.
[photo_footer]Un compañero de habitación, el primer año, Jim Cummings, le invitó a un campamento de InterVarsity, como se llama en Estados Unidos a los Grupos Bíblicos Universitarios.[/photo_footer]
El estudiante de religión era ahora un discípulo de Jesús. Había nacido de nuevo. Keller no experimentó cambios dramáticos, después de su conversión, pero sus compañeros, se dieran cuenta del cambio, dice Henderson. Se integró en el grupo cristiano de estudiantes y empezó a hablar de la Biblia a otros. La Escritura se convirtió en un libro vivo para él, como dice en “Jesús, el Rey”. Ya no la analizaba y cuestionaba. Era ella, la que le analizaba y cuestionaba a él. No leía el libro. Le leía el Libro a él.
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