Cuando las cosas no van bien

Es triste reconocer que hay épocas en las que la convivencia en las congregaciones no va bien. Algo las estropea. Dondequiera que el ser humano está presente, aparece el problema y no siempre los miembros son los culpables. Hay veces que los responsables abusan de la autoridad que ellos mismos se conceden. Se esconden para quitarse el muerto de encima, e invitan a predicar o dar estudios a alguien de fuera, alguien que consideran relevante, alguien respetado y conocido por el grupo a quien, de antemano, ponen de su parte. Los responsables, que no han sabido, no han querido afrontar ni quieren solucionar los problemas internos, le cuentan la situación con una visión muy parcial. Quieren convencerse y convencerle de que tienen razón aunque, en realidad, lo que les pasa es que no quieren perder su estatus, subvenciones, sueldos, ayudas, su poder. En fin, no soltar esa posición que disfrutan y que ahora parece tambalearse como por la fuerza de un terremoto a causa de lo que opinan los congregantes. 

Orientan al invitado sobre lo que tienen que predicar o enseñar con la finalidad de ir contra quienes se quejan, y si es preciso señalar desde el púlpito, se señala.

El convocado para este menester cree, a pies juntillas, en esta visión parcial que le presentan y accede al encargo de poner todo lo que pueda de su parte para que el problema se solucione. Acepta el papelón encomendado. Se siente salvador de la tormenta. Ha sido elegido para ello entre otros candidatos, por algo será, supone. Con un par de halagos, él mismo se convence de que es el prestidigitador que sanará la realidad que le han contado. Se envanece y coge fuerza. Incluso cree que es Dios mismo el que lo envía.

Comienza pidiendo oración por él y por el tema que va a compartir. Siempre le ha parecido bueno poner al Señor de su parte antes de empezar. La puesta en escena va acompañada de afables sonrisas y, poco a poco, va entrando en la materia principal cuyo fin es dejar amedrentada a las personas, acusarlas, sumirlas en la tristeza y encadenarlas a la impotencia. 

Concluye. Su misión está cumplida. En ningún momento ha consultado la situación real que viven los miembros, no. Para ellos ha ido directo el rapapolvo, sí, para esos que esperaban ansiosos una solución fiel al evangelio, o sea, una liberación.

Aceptar o no aceptar situaciones insostenibles, a quienes las sufren corresponde. Dejarse o no manipular, ya sea por los de dentro o por los elegidos que vienen de fuera a meter la nariz, también. Aunque el miedo empuje y haga acto de presencia, que la valentía acompañe siempre en estos casos. Y los salvadores de tormentas que se planteen primero si tienen que arreglar la suya propia antes que la ajena.