Es Dios quien endereza los pasos del camino del hombre, es decir, quien lo dirige para que tales pasos sean en la dirección correcta.
Nos gusta imaginar que somos los dueños de nuestra vida y que tenemos las facultades necesarias para hacer todo lo que nos propongamos, no teniendo límites sino los que nosotros mismos queramos ponernos. Esta forma de pensar está basada en la confianza que se apoya en la capacidad propia y en la independencia personal. Incluso los niños son aleccionados a pensar de esta manera, que es, en definitiva, la divisa del humanismo, el cual no reconoce otro señor más que al ser humano. La sabiduría propia es el medio del que se echa mano para planificar y lograr los fines deseados, medio que se considera suficiente, sin necesidad de tener que recurrir a nadie más. De este modo es como se llega a la conclusión de que no nos hace falta ninguna ayuda superior, al tener en nosotros mismos todo lo que precisamos. El éxito depende de nuestra fuerza y el logro lo tenemos a mano, si queremos.
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Abraham, cuando todavía era Abram, puso en práctica un plan, que había sido ideado por su esposa Sarai, para tener descendencia. Ambos eran de edad avanzada, con el agravante de que ella era estéril, lo que hacía humanamente imposible que la promesa que Dios le había dado a él se cumpliera. ¿Cómo iba a realizarse por sí sola esa promesa, si ellos no ponían de su parte añadiendo algo que la hiciera realizable? Las evidencias eran incontestables, pues el tiempo pasaba y seguían sin descendencia, lo cual era lo lógico y natural en aquel matrimonio. Había que hacer algo que hiciera posible lo que de otra manera era imposible.
Y así fue como Abram, según el plan de Sarai, se allegó a su sierva Agar, una mujer joven y fértil, que aseguraría que la promesa de Dios se cumpliría. No podía fallar el plan, que además concordaba con la costumbre de aquel tiempo, de que un matrimonio sin hijos los conseguía por medio de otro vientre. Si Dios había dado la palabra, ellos fraguaron la manera y pusieron los medios para que se llevara a cabo. Al actuar así lo que en realidad estaban haciendo era hacer a Dios superficial e innecesario, siendo ellos mismos los autores y ejecutores del plan. Si la naturaleza les había negado ser progenitores, poniendo un límite infranqueable a su deseo, su inteligencia había encontrado la forma de conseguirlo. Por tanto, no había tal límite; el límite lo habían superado ellos, quedando Dios al margen en todo este asunto.
Efectivamente el plan dio su fruto, siendo el resultado el embarazo de Agar. Pero pronto comenzaron los problemas en el seno de aquella familia extendida, por la rivalidad entre las mujeres. La mujer fértil miraba por encima del hombro a la mujer estéril, estallando una auténtica guerra entre la esposa y la concubina, a causa del hijo. Ahora la ideadora del plan se volvió contra su marido, echándole en cara la afrenta que estaba recibiendo. Es decir, no era nada prometedor lo que se avecinaba en aquel hogar, habida cuenta de que antes que se produjera el nacimiento ya se habían desatado las hostilidades. Si era así estando Agar embarazada, ¿qué sería cuando fuera madre?
Y lo que parecía ser un magnífico proyecto, basado en una inteligente planificación humana respaldada por la costumbre, resultó ser un enredo que traería indeseables consecuencias añadidas, que perduran hasta el día de hoy. Y es que aquel excelente plan ya venía con una tara esencial, al ser un producto meramente humano y lo que parecía lo mejor resultó ser un fracaso total. Finalmente, la madre y el hijo tuvieron que ser expulsados de la casa, en aras de la paz en el hogar.
El plan de Dios, no el plan humano, era el que había de cumplir la promesa, no a la manera humana, sino a la manera de Dios, que era que de aquel matrimonio, incapacitado por naturaleza para tener hijos, surgiera un descendiente que fuera depositario del propósito de bendición de Dios. Y así fue como lo que era imposible se hizo posible, porque no hay nada difícil para Dios. Es decir, los planes humanos son un fiasco, siendo el de Dios el que da fruto seguro.
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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El corazón del hombre piensa su camino; mas el Señor endereza sus pasos.’ (Proverbios 16:9). La primera parte del pasaje enseña cómo el hombre medita para planificar su camino y en ese proceso de pensar diseña el curso de actuación que seguirá, a fin de obtener lo anhelado. Cuidadosamente traza su hacer, sopesando los pros y los contras. Pero si todo consiste en lo que el hombre ha delineado, el resultado será la inestabilidad del camino, porque pronto surgirán imponderables y contingencias desconocidas e insuperables. Pero el pasaje tiene una segunda parte, donde se afirma que es Dios quien endereza los pasos del camino del hombre, es decir, quien lo dirige para que tales pasos sean en la dirección correcta. Otra traducción posible es que es Dios quien establece esos pasos. Establecer es dar firmeza y solidez, de modo que lo que sería movedizo tiene consistencia.
Puedes construirte todo un estupendo proyecto de vida en tu mente, pero considera que si empieza y acaba en ti mismo no tendrá permanencia duradera. Recuerda que es Dios el que puede dirigirlo y asentarlo.
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