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Rechacen imitaciones: ¿cómo puedo saber si un avivamiento es auténtico?

El avivamiento, según Edwards, era una exhibición del poder de Dios que le da gloria a su Nombre y que sale de la gracia soberana de la omnipotencia del Altísimo.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 25 DE MAYO DE 2023 15:00 h
Imagen de [link]Tanbir Mahmud[/link], Unsplash.

No todo lo que reluce es oro y tampoco todo lo que se llama avivamiento lo es. Esta afirmación nos lleva a la pregunta: ¿Hay una forma de averiguar si un avivamiento es auténtico y viene de parte de Dios? 



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Hay un teólogo que se ha ocupado del tema más que nadie. Y no solamente me refiero a su profundo conocimiento de las Escrituras, sino también a su propia vivencia. Estamos hablando de Jonathan Edwards (1703-1758), posiblemente uno de los teólogos más brillantes de todos los tiempos. No solamente estudió la Biblia en cuanto al avivamiento como pocos lo habían hecho  antes  y cómo nadie lo ha hecho después. Además, vivió personalmente el gran despertar de la Nueva Inglaterra en el siglo XVIII. De hecho, él fue uno de los protagonistas en este acontecimiento espiritual.1



Por lo menos cuatro de sus innumerables libros y escritos se dedican exclusivamente a este tema.2 En lo que sigue trato de resumir todo este material en pocas palabras.



La época de Edwards, igual que la nuestra, fue muy caracterizada por el racionalismo que poco a poco se abrió camino en la teología protestante y por una actitud crítica contra todo lo que se salía de los parámetros establecidos de una ortodoxia petrificada. Es curioso que Edwards -antes de establecer una serie de parámetros bíblicos- advierte a sus lectores a tener cuidado para no rechazar un movimiento espiritual demasiado rápido y condenarlo. Su postura se resume en cuatro puntos:



1- Solo porque algo es “nuevo y diferente” no significa que esté mal. 



2- No debemos juzgar un verdadero avivamiento por sus efectos en el comportamiento extraño de algunas personas implicadas.



3- No debemos asumir que una obra no es de Dios solo porque no encaja en las expectativas de lo que se cree correcto.



4- No debemos asumir que una obra no es de Dios solo porque algunas personas “recaen”, volviendo a su vida anterior3.



Edwards nos facilita una serie de reflexiones donde explica lo que distingue un avivamiento auténtico de una imitación sin fundamento bíblico. 



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1. El propósito del avivamiento es la gloria de Dios



En todas sus obras, Edwards enfatiza que Dios debe recibir la gloria y el honor en todo. Así es como él también abordó el avivamiento que en su opinión era una exhibición del poder de Dios que le da gloria a su Nombre y que sale de la gracia soberana de la omnipotencia del Altísimo. Un avivamiento es una obra de Dios, no de los hombres y menos del diablo. Edwards va detallando en cinco puntos lo que esto significa: 



- Un avivamiento es sobrenatural en su naturaleza y en las circunstancias donde se produce. Lo que más llama la atención son personas profundamente afectadas por el pecado que no buscaban a Dios y que ahora dan un giro completo en sus vidas. 



- Un avivamiento no es comparable a una campaña evangelística donde algunas personas se entregan al Señor y que de entrada tiene un límite de tiempo establecido.



- El carácter extraordinario de un avivamiento se ve en el gran número de personas que se convierten o recuperan el primer amor a Cristo.



- Un avivamiento glorifica a Dios por su impacto en muchos que antes no conocían el evangelio o lo rechazaban. 



- Un avivamiento tiene un efecto inmediato en el pueblo de Dios, donde aumenta de forma espectacular el amor, el gozo y el hambre por Dios y sus verdades. 



2. El objetivo del avivamiento es repercutir en la naturaleza humana caída



Edwards entiende que el hombre se compone de dos partes: tiene un cuerpo mortal y una naturaleza inmaterial e inmortal que se llama alma. La fe radica en el alma, que es también la sede de nuestra personalidad. Los dos aspectos principales de nuestra alma son la mente y las emociones. Ambos se influyen mutuamente.



Aunque caídos en pecado, los hombres están en plena posesión de dos facultades creadas por Dios: la capacidad de pensar y la voluntad. Ambos están profundamente influenciados por el pecado. Siendo pecador, una persona puede entender intelectualmente el evangelio de Cristo cuando lo escuche e incluso experimentar el movimiento del Espíritu Santo. Pero su corazón será hostil a toda obra divina y su mente intentará justificar intelectualmente su rechazo a las cosas divinas. En esta situación se encuentra una persona cuando le llega el evangelio. En muchos casos existe una auténtica lucha espiritual.



3. El poder vivificador del Espíritu Santo



Edwards percibió la convicción de la verdad del evangelio como el primer paso de los pecadores hacia la salvación. Y esto solo puede llevarse a cabo por una obra divina: el poder vivificador del Espíritu Santo. Siempre se trata de una obra sobrenatural, que lleva a la persona a comprender su situación real: la de un pecador que merece el castigo divino.



Este proceso debe llevarse a cabo a través de la predicación de la Palabra. Hasta que el Espíritu de Dios no comienza a aplicar la Palabra a la mente y el corazón de una persona, no se puede hablar del primer paso hacia una conversión a Cristo. En este contexto, los reformadores hablaron de la necesidad de predicar primero la ley, antes de anunciar las buenas nuevas.



Una vez que se comparte el evangelio y el Espíritu trabaja en una persona, una respuesta por su parte es inevitable. Es el momento cuando el consentimiento intelectual se convierte en convicción de la verdad de las cosas predicadas. Solo el Espíritu Santo puede conseguir esta obra. Para aquel que ya es creyente -en este caso hablamos de renovación- el proceso es muy similar, porque después la terrible certeza de haber vivido en desobediencia a Dios viene una inundación de alivio y gratitud por el inmerecido perdón de los pecados. De la confesión de todo lo que Dios considera pecado se llega a la gran libertad de saber que nuestros pecados han sido pasados por alto. Ningún esfuerzo humano puede conseguir esto. Esto es solo una obra divina.



4. Transformación por avivamiento lleva a la conversión



Para Edwards es evidente que una persona no puede convertirse por sí misma, porque no tiene la capacidad natural para ello. Nuestra voluntad irremediablemente rechaza las cosas de Dios. Estamos ciegos y “sin entender” y así se llega a la clara conclusión que se enseña en Romanos 3. Es aquí donde el Espíritu Santo comienza su obra transformadora sobrenatural. 



La tercera persona de la Trinidad misma abre los ojos de la mente humana y permite que una persona vea la belleza y la excelencia de Jesucristo. Ningún esfuerzo humano puede causar este fenómeno. La conversión consiste en un cambio de actitud que permite ahora percibir la verdad del evangelio y de quien es Dios. Esto lleva a un cambio en el comportamiento. Aquellos que conocían la vida pasada de esta persona antes de su conversión y lo comparan con su nueva forma de vivir, se dan cuenta de la diferencia. En otras palabras: hay un antes y un después.



5. Perseverancia hasta el fin



La consecuencia de una conversión auténtica tiene un carácter milagroso:  ahora en Cristo, el cristiano es una persona conectada al cielo y provista de todas las bendiciones espirituales que Dios tiene para él. Esto sólo ha sido posible por una intervención sobrenatural y divina. Su ceguera espiritual ha sido eliminada. Todavía tiene las mismas facultades que el no regenerado, pero tiene un nuevo sentido espiritual del corazón. Su nueva disposición le abre ahora la vista para las cosas de Dios.



Para Edwards, la vida cristiana es consecuencia de la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente, igual que la conversión. En otras palabras: el Espíritu Santo hace una obra continua en el cristiano. Se trata de un proceso gradual que representa una continuación del trabajo que ya ha comenzado en la regeneración. 



A raíz de lo expuesto, se puede alegar que todo esto se aplica a cualquier persona que entrega su vida al Señor. Esa afirmación es absolutamente correcta. Porque en un avivamiento no hay atajos o condiciones especiales a la hora de conocer a Cristo. Cualquier persona que es rescatada de las tinieblas a la luz admirable es producto de un milagro divino. Lo particular del avivamiento es que no se trata de casos aislados, sino de un auténtico movimiento en masa que es imparable y a veces acompañado de acontecimientos extraordinarios que ocurren según la voluntad de Dios.



Hasta aquí hemos hablado de lo fundamental. Pero hay más parámetros a tener en cuenta. Lo veremos en el siguiente artículo. 



En este punto una cosa me parece más que evidente: los anhelos y preocupaciones del mundo evangélico de nuestros días distan mucho de la pasión de las reflexiones de un teólogo que vivió personalmente el fuego divino. El domingo que viene, los cristianos celebran la fiesta de pentecostés. Tal vez un buen momento para acordarse de cómo todo comenzó.



 



 



Notas



[1] Véase mi artículo en PD.



[2] Los 73 tomos de sus obras completas están disponibles de forma gratuita en inglés: http://edwards.yale.edu/research/browse



[3] Jonathan Edwards, Distinguishing Marks of a Work of the Spirit of God, pp 89-104


 

 


2
COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 

jorge varon
28/05/2023
19:24 h
2
 
Algunos pueden creer que un avivamiento es un "pre-arrebatamiento", y es cuando se le exige a los participantes en dicho arrebatamiento una perfección personal que no es de este mundo. Cuidado con los extremos y con el ojo envidioso.
 

Francisco Gomez Garcia
27/05/2023
19:35 h
1
 
Cierto ,no hay un avivamiento si en la persona no se produce un verdadero cambio interior y exterior 2 Cor 5:17
 



 
 
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