Cinturón que ata y no desata: 25 de abril, Día Internacional para la lucha contra el maltrato infantil

Nace la niña y es feliz en todo lo que una recién nacida puede serlo. Duerme, come y llora. Es atendida. Su madre la cuida. Se desvela por ella. El mismo día que cumple los ocho meses intenta desplazarse por la estancia. Gatea. Torpemente gatea. A duras penas logra desplazarse hacia donde su mirada la lleva. La madre, temerosa, no aparta los ojos de su tesoro. Va tras ella. La toma en sus brazos y la regresa al punto de partida donde las dos se encuentran. Pero la niña vuelve a separarse en cuanto toca el suelo. Así hace una y otra vez. Tantas como la madre repite su acción.

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Una idea cruza a la velocidad del rayo a la mente de la mujer. La ilumina. Recuerda a la perfección cuál fue el método que su progenitora usaba con ella y está convencida de su buen resultado. Vuelve a dejar a la niña en el suelo, justo en el lugar que ella ha elegido para vigilarla más de cerca y va a toda prisa al dormitorio. Abre la puerta que corresponde a su parte del armario y toma el cinturón de una de sus batas. Es largo. La niña es pequeña. Será suficiente. 

Regresa al salón. La bebé no está. Ha aprendido rápido a moverse. Con sus rodillas va pisando el borde del vestido turquesa que le han puesto esta mañana. El lazo de su cabeza, perdido entre algunos juguetes que la rodean, se le cayó hace rato. A partir de hoy va a convertirse en una princesa que verá la vida desde una almena que comienza a construirse para ella.

La madre la llama una y otra vez por su nombre, ese que ha heredado de una de sus abuelas y que en ella se acorta en el diminutivo Nata. Nata no habla aún, sólo balbucea. La madre cree oírla. Guiada por su instinto la encuentra en el baño. Está sentada en el centro de la ducha. Sobre él parece la muñeca que adorna una tarta de cumpleaños. Da palmadas de alegría en cuanto ve asomar la cara de la madre. Sonríe y, al hacerlo, deja correr un hilo de babas que se precipita hacia su babero de croché. Es entonces cuando pueden verse los dos dientes que empiezan a brotar en la mandíbula inferior. 

La madre se enfada. Es la primera vez que se ha atrevido a alejarse de su vista y, ese pequeño triunfo que la niña celebra, no es aceptado. 

Entre sus brazos la devuelve al salón. Cuando la ata, la niña la abraza con intención de liberarse. No entiende. Golpea el lugar con el movimiento de sus piernas. Agita los brazos. La madre le habla pero ella no comprende lo que dice. Todavía no sabe que ninguna de las dos entenderá jamás las palabras de la otra.

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El cinturón la amarra a una silla que ha retirado de la mesa. La criatura  llora. Berrea. Quiere descubrir por sí sola ese pequeño mundo feliz que la ronda. La madre pone el dedo índice sobre  sus labios y, curvando la lengua, hace salir una ráfaga de aire acompañada de ruido intimidatorio. El sonido aterroriza a Nata de tal manera que calla. Mira a la mujer que está frente a ella y no la reconoce. Dos lágrimas permanecen pegadas a sus mejillas. Lágrimas que intenta arrancarse a manotazos porque le escuecen.

La madre, después de asegurarse de que no podrá escapar, da dos pasos hacia atrás y se sienta en uno de los butacones. Continúa leyendo la revista que hojeaba. Eso desea.

Así irán avanzando, poco a poco, día a día, los tiempos de Nata. Sin remedio se irá acostumbrando al cinturón, sea cual sea, que ata y no desata, de tal manera que llegará a ser para ella el símbolo de sumisión más grande que conozca. Igualmente asociará que ha de permanecer en silencio cada vez que oiga, venga de la boca que provenga, el sonido desagradable que hace el aire al chocar entre el índice y los labios. 

Esta esclavitud repetitiva que le llega de tiempos ancestrales, le impedirá desarrollarse como merece. La llevará a no tomar decisiones. La mantendrá inmóvil. No abrirá la boca sin antes pedir permiso.

Sujeción y silencio. Enclaustramiento y sumisión que pasa de una generación a otra, que daña tanto, que mutila y ciega, que maltrata. Una forma cruel de arrancar en el camino de la vida con la voluntad truncada.

El 25 de abril es el Día Internacional para la Lucha contra el Maltrato Infantil. Esta fecha se crea para fomentar los derechos de los niños y de las niñas a nivel mundial, así como para concienciar a la colectividad sobre las consecuencias del maltrato contra niños y niñas. Esta conmemoración es, por tanto, una oportunidad más de contribuir a que las instituciones y la sociedad en general, se conviertan en instrumentos que preserven el respeto de los derechos de los niños y de las niñas. 

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