La hormiga tiene sentido de la responsabilidad, porque sabe lo que tiene que hacer y cuándo, dependiendo su supervivencia de ello.
Entre las facultades que los seres humanos tenemos está la del sentido de la responsabilidad, por la cual somos conscientes del deber que nos compete. Entre los animales hay también un cierto sentido de la responsabilidad, que funciona de acuerdo al instinto que los mueve, lo que hará que el jefe de una manada busque la seguridad de ella, ante el peligro sobre la misma, o que una madre procure la alimentación y el bienestar de su cría durante el tiempo en el que ésta está desvalida.
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Pero la diferencia entre el sentido de la responsabilidad en los seres humanos y en los animales yace en que los segundos lo ejercen obedeciendo a las pautas que están escritas en sus genes, mientras que en los primeros hace falta el concurso de la voluntad. Por eso hay seres humanos que tienen un gran sentido de la responsabilidad, otros que lo tienen a medias y otros que no tienen ninguno, porque dependiendo de la voluntad así será el ejercicio de la responsabilidad. Eso significa que nadie puede escudarse en decir: ‘Yo soy así’, para eludir su responsabilidad, dado que tiene la capacidad necesaria, la cual procede de su voluntad. Si no la pone en movimiento en aquello que debe hacer, eso mismo lo constituye en culpable. Sería inocente si no tuviera voluntad; pero como la tiene, porque es un ser humano, no tiene excusa.
Hay un problema que surge en las relaciones humanas cuando el que tiene sentido de la responsabilidad debe trabajar, codo con codo, con el que no tiene sentido de ella, porque lo que ocurrirá será que el que tiene sentido acabará haciendo toda la tarea y el que no lo tiene no hará nada, lo cual significará un abuso por parte del segundo y un fastidio insoportable para el primero. Hay quienes están siempre pendientes de lo que está por hacerse y hay quienes están siempre sin querer ver lo que tiene que hacerse.
Hay parásitos en el mundo animal que viven a costa de otros, beneficiándose de lo que hacen sin aportar nada. Chupan, extraen y succionan, dejando a sus víctimas en estado de debilidad continuada. Si no se acaba con ellos, la existencia para el parasitado será una auténtica pesadilla, porque no terminan de morirse, pero tampoco se pueden poner bien. En cambio el parásito está cómodo en ese estado de cosas, dado que todo le es dado fácilmente, sin esfuerzo por su parte.
Hay parásitos también entre los seres humanos, que se han habituado a vivir a costa de otros, aprovechándose todo lo que pueden de la diligencia y laboriosidad del prójimo. Es verdad que hay ocasiones en las que la persona se encuentra en un estado tal de necesidad y vulnerabilidad, por las circunstancias que sean, que precisa la ayuda y el soporte de otros. Y negárselo sería una falta de responsabilidad. Pero también es factible que alguien se pueda acomodar y pensar que, después de todo, vivir dependiendo de otros de manera continuada es una opción. Pero incluso en el caso de que alguien precise la ayuda de otros, siempre habrá algo que pueda aportar, en un sentido u otro, porque todos tenemos dones y aptitudes que poner en funcionamiento. Pero para ello es preciso tener sentido de la responsabilidad y ejercerlo.
En cierta ocasión Jesús encontró a un hombre que hacía 38 años que estaba enfermo e incapacitado para moverse. Al verlo le preguntó si quería ser sanado. A primera vista parece una pregunta absurda, porque ¿cómo no va a querer ser sanado alguien que lleva tanto tiempo así? Pero la pregunta tiene sentido, porque pudiera ocurrir que, después de tanto tiempo, el hombre se hubiera acostumbrado a vivir de esa manera, que su mundo en el que se movía le fuera familiar, que se las arreglara estando como estaba, que estuviera contento con vivir gracias a la caridad ajena.
La sanidad podía significar adentrarse en un terreno totalmente desconocido para él, con retos, responsabilidades, problemas que enfrentar ante lo nuevo, temores por lo que será o no será, etc. Hubiera sido cruel esperar que ese hombre procurara hacer algún movimiento para entrar en el estanque. Pero la pregunta de Jesús va dirigida para comprobar si en este hombre incapacitado hay voluntad o deseo de querer salir de su estado pasivo involuntario en el que hasta ahora había vivido. Hay una pasividad involuntaria y hay una pasividad voluntaria. Y el problema sucede cuando el pasivo involuntario se convierte en voluntario, cuando el sentido de la responsabilidad se anula y se escoge vivir sin el mismo, obligando a otros a que lo ejerzan por partida doble.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos y sé sabio.’ (Proverbios 6:6). La hormiga tiene sentido de la responsabilidad, porque sabe lo que tiene que hacer y cuándo, dependiendo su supervivencia de ello. No puede permitirse dejar de hacerlo o hacerlo más tarde, porque significaría su aniquilación. La hormiga, con su insignificancia física, posee un gigantesco sentido de la responsabilidad y por eso se convierte en ejemplo para el perezoso, que es el paradigma del que no tiene sentido de la responsabilidad, porque el perezoso espera siempre que otros actúen en lugar de él y hagan lo que él tiene que hacer.
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Los casos ante los que nos sitúa ese pasaje son dos extremos, el de la diligencia de la hormiga y el del parasitismo del perezoso. Pero en medio de ambos hay toda una gama de matices en cada esfera de la actividad humana, da igual que sea en la esfera pública o en la privada, ya sea en hombres como en mujeres. Mas al final la hormiga y los que se parecen a ella reciben el fruto de su sentido de la responsabilidad; lo mismo que el perezoso y los que se aproximan a él recogen el resultado de su falta de sentido de la responsabilidad.
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