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Jesús libera a las mujeres Marta y María: 8-M Día Internacional de la Mujer

Las enseñanzas del Reino de Dios no deben ocultarse anteponiendo las obligaciones terrenales. Las palabras de Jesús liberan.

TUS OJOS ABIERTOS AUTOR 94/Isabel_Pavon 08 DE MARZO DE 2023 17:00 h
Jesús en casa de Marta y María, un cuadro de Andrey Mironov. / A. N. Mironov, Wikimedia Commons.

Seguían ellos su camino. Jesús entró en una aldea, donde una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Marte tenía una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba sus palabras. Pero Marta, atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo:



—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.



Jesús le contestó:



—Marta, Marta, estás preocupada e inquieta por muchas cosas; sin embargo, sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará. 



Lc 10:38-42



 



Creo que estamos de acuerdo en que, más que de imposiciones o restricciones, necesitamos que se nos hable de la persona de Jesús, de sus maneras. Es hermoso recordar sus vivencias. Leemos en el encabezamiento de esta reflexión la historia de un encuentro que decide tener con dos mujeres, dos hermanas con caracteres diferentes, cada una de ellas con su parte de razón.



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En primer lugar hay que resaltar que, en este relato del evangelio de Lucas, hay que distinguir la importancia de escuchar la Palabra de Dios.



Aunque el texto comienza hablando en plural, “seguían ellos su camino”, los supuestos acompañantes de Jesús desaparecen y la historia se desarrolla sólo entre  tres personas. La primera sabemos que es Jesús, que ha decidido entrar en una aldea que se halla en Betania. También conocemos a la segunda, Marta. Su nombre significa “señora”. Es probable que sea la hermana mayor. Ve a Jesús, se muestra disponible para servirle y le invita a entrar en su casa. La tercera es María, que está lista para escuchar con humildad y atención al Maestro. Las dos mujeres son hermanas de un hombre llamado Lázaro, que en estos momentos no aparece en la escena. Marta está dispuesta a dar. María está dispuesta a recibir.



Por el trato que se descubre entre ellos, parece que los tres se conocen de antes y  ellas andan entre sus discípulos; son discípulas que en sus conversaciones frecuentes hablan de las cualidades de este hombre que embelesa a todo el que le escucha.



María, al verle entrar, en lugar de ponerse el delantal, se sienta a sus pies para disfrutar de sus palabras y su compañía. Ve prioritario dejar entrar en su corazón lo que  quiera que desee contarle, el camino que quiere abrirle. Pone en él toda su atención. 



Marta en este instante ejerce la hospitalidad, una acción muy apreciada en el judaísmo. Le hace los honores debidos a Jesús que llega cansado y sudoroso; sediento y con hambre. Se queda sola haciendo la tarea. Se molesta. Se ha aturullado con la situación. Todos los días no están los cuerpos iguales, ni las mentes tampoco. Quiere ser la mejor anfitriona, porque ese que acaba de entrar por su puerta lo merece. Pero hoy está más cansada que otras veces y no entiende la falta de empatía de su hermana. En lugar de pedirle ayuda a ella, sabe que sola no va a lograrlo, se acerca a Jesús para que haga de intermediario. Nos detenemos aquí para aclarar su papel.



Los deseos de Marta encajan en la sociedad patriarcal de aquellos tiempos. Como tantas mujeres cargadas de responsabilidades, se apura cuando llega el invitado. Quiere atenderle lo mejor posible, lo leemos en el pasaje. Se siente sola en la encomienda de atender a un amigo que se ha presentado sin avisar. Tampoco había en aquellos tiempos modo de anunciar una visita, lo sabemos.  Ella ha sido educada así hasta que Jesús le aclara las ideas. Es posible que, sumergida en un ambiente como aquél, nunca se le pasara por la cabeza que podía plantearse la vida de otra manera. 



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Para entenderlo mejor, he aquí un texto que conocemos pero no está mal recordarlo. Se trata de Proverbios 31:10-31, que describe muy bien el comportamiento perfecto que debe tener una mujer de su casa para ser considerada ideal. Es una carga muy pesada. Son exigencias que nunca se les piden a los varones. El ama de casa debe actuar conformando este rol establecido. Cualquier esposo, en el caso de encontrarla, presume de su suerte y de los hijos que le da a luz, sobre todo si son varones. ¡Cómo no! 



 Lo primero que dice el texto es:



Mujer ejemplar no es fácil hallarla;



¡vale más que las piedras preciosas! 



Y continúa:



Su esposo confía plenamente en ella



y nunca le faltan ganancias.



Brinda a su esposo grandes satisfacciones



todos los días de su vida. (Sin dejar pasar ninguno).



Va en busca de lana y de lino,



y con placer realiza labores manuales.



Cual si fuera un barco mercante,



trae de muy lejos sus provisiones.



Antes del amanecer, se levanta



y da de comer a sus hijos y a sus criadas.



Inspecciona un terreno y lo compra,



y con sus ganancias planta viñedos.



Se reviste de fortaleza,



y con ánimo se dispone a trabajar.



Cuida de que el negocio marche bien,



y de noche, (de noche), trabaja hasta tarde.



Con sus propias manos



hace hilados y tejidos.



Siempre tiende la mano



a los pobres y necesitados.



No teme por su familia cuando nieva,



pues todos los suyos andan bien abrigados.



Ella misma hace sus colchas



y se viste con telas más finas.



Su esposo (es el esposo, no ella), es bien conocido en la ciudad; 



se cuenta entre los más respetados del país (con una mujer así, ¡quién no!).



Continúo. 



Hace túnicas y cinturones



y los vende a los comerciantes.



Se reviste de fuerza y dignidad



y no le preocupa el día de mañana.



Habla siempre con sabiduría



y da con amor sus enseñanzas.



Está atenta a la marcha de su casa



(todavía más) y jamás come lo que no ha ganado.



Sus hijos y su esposo



le alaban y le dicen:



"Mujeres buenas hay muchas,



pero tú eres la mejor de todas."



Los encantos son una mentira,



la belleza no es más que ilusión,



pero la mujer que honra el Señor



es digna de alabanza.



¡Alabadla ante todo el pueblo!



Después de refrescarnos la memoria, podemos entender mejor el mundo en el que Marta está inmersa. Sin embargo, no le sale bien lo que pretende. Igual que su hermana, tiene derecho a escuchar lo que Jesús viene a compartirles y se lo está perdiendo. Interrumpe la palabra de su amigo para pedirle ayuda, quiere que él regañe con María, que la defienda a ella. 



Jesús le da la razón a su hermana, algo que Marta no espera, y en ese desconcierto aprende una lección. ¡Ojo! Jesús no la castiga. La coloca por encima de todas las normas sociales que le han impuesto por ser mujer, en este momento la de servir y atender al visitante. La eleva. 



De esto que hablo, las mujeres sabemos mucho. Sabemos que aunque queremos estar en lo que más nos interesa, nos vemos obligadas a cumplir con otras labores que nos exigen. Si me miro, si repaso mis bullas, mi querer tenerlo todo listo para luego hacer lo que más me gusta, entiendo que este enfado, esta petición de ayuda, no es más que el deseo de ir, lo antes posible, donde está María, que ya ha entendido esto de ser libre y no necesita explicaciones extras para disfrutar de Jesús. Está claro que se queda con la mejor parte y no será su hermana quien se la quite.



Las enseñanzas del Reino de Dios no deben ocultarse anteponiendo las obligaciones terrenales. Las palabras de Jesús liberan, podemos estar seguros, y Marta entiende ahora esta liberación. Y es que el Señor es diferente a cualquier otro predicador que sólo admite a hombres. Desata el yugo de las mujeres y las invita a formar parte de su Reino como mujeres discípulas que pueden aprender igual que ellos. 



De Marta y María se ha escrito y predicado mucho. También hay ensañamiento, tanto por parte de hombres como de mujeres, hacia Marta. Pero recordemos otros textos, referentes a la muerte de Lázaro, en los que se la menciona:



- Jn 11,5: Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. La quería.



- Jn 11,19: y muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María, para consolarlas por la muerte de su hermano. Era una familia considerada por sus vecinos. Las apreciaban.



- Jn 11,20-22: Cuando Marta supo que Jesús estaba llegando, salió a recibirle; pero María se quedó en la casa. Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aún ahora yo sé que Dios te dará cuanto le pidas. Marta es la que va a su encuentro. Vemos su fe. 



- Jn 11, 25-27: Jesús le dijo entonces: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y ninguno que esté vivo y crea en mí morirá jamás. ¿Crees esto? Ella dijo: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Esta es la declaración de Marta y no iba mal encaminada. Marta se comunica mucho con Jesús.



Y después de la resurrección de Lázaro, encontramos en Jn 12,2: Allí hicieron una cena en honor de Jesús. Marta servía. Marta vuelve a servir al Señor y no hay problema. 



Servir es bueno. Jesús, en el texto de hoy, la enseña a discernir, a estar atenta a que, cuando el Señor habla, hay que dejar todo lo demás.



María entra en el grupo actual de mujeres que apuestan por la igualdad. ¿Una posible feminista adelantada a su tiempo? Quizá. De lo que no hay duda es que sabe  que tiene tanto derecho a recibir lo bueno de Dios como cualquier hombre y se atreve a transgredir la costumbre de sus obligaciones. 



Marta es una más en el plural de las mujeres que prepara alimento sólido. María es la singularidad entre ellas y se alimenta espiritualmente. Dos mujeres que nos aportan carismas opuestos. Sin embargo, sus nombres son dignos de ser pronunciados con respeto. Marta y María. María y Marta. 



En nosotros se mezclan estas dos actitudes, querer ser perfectos socialmente y desear la libertad de elección. Mujeres y hombres formamos un todo en ellas. Cada uno con sus afanes y su mucha o poca espiritualidad, llevamos en nuestro interior la misma condición que las hermanas. Sólo nos falta saber cómo actuar con acierto en cada ocasión, de manera que el Señor se sienta a gusto al pasear por nuestra vida, por nuestra casa, nuestro lugar de trabajo, con la misma confianza que lo hace con ellas. Hombres y mujeres, tenemos que hacerlo posible. 



Decíamos al principio que Jesús se desvía del camino para ir a ver a sus dos amigas. También llega hasta nuestra casa. Quiere aliviarnos de nuestras obligaciones para que disfrutemos de las enseñanzas que nos ofrece. No las dejemos pasar. Quedémonos con la mejor parte y no permitamos que nadie nos la quite. Por eso pido que cuando veamos que nos estamos perdiendo lo importante, nos avisemos. Los hombres avisen a las mujeres. Las mujeres avisen a los hombres.



Termino con un poema de María Victoria Atencia titulado Marta y María para que nos sirva de reflexión. 



Una cosa, amor mío, me será imprescindible



 para estar reclinada a tu vera en el suelo:



 que mis ojos te miren y tu gracia me llene;



 que tu mirada colme mi pecho de ternura



 y enajenada toda no encuentre otro motivo



 de muerte que tu ausencia.



 



Mas qué será de mí cuando tú te me vayas.



De poco o nada sirven, fuera de tus razones,



la casa y sus quehaceres, la cocina y el huerto.



Eres todo mi ocio:



qué importa que mi hermana o los demás murmuren,



si en mi defensa sales, ya que sólo amor cuenta. 



 



 



Notas



Escrito con la ayuda del Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino. 



Comentarios Bíblicos al Leccionario Dominical. Ciclo C. Secretariado nacional de Liturgia.



Comentario del Nuevo Testamento. Evangelios sinópticos. Tomo 1. L.Bonnet y A. Schroeder.


 

 


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