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Tolkien, medio siglo después

Uno de los misterios de Tolkien es cómo un católico tan proselitista como él, se pudo resistir a la tentación de hacer de su obra una alegoría más clara de su fe.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 07 DE FEBRERO DE 2023 10:00 h
Este año hará medio siglo que murió J. R. R. Tolkien (1892-1973), el autor de El Señor de los anillos.

Este año hará medio siglo que murió J. R. R. Tolkien (1892-1973), el autor de El Señor de los Anillos. Aunque fue él quien llevó a la fe a C. S. Lewis (1898-1963), los evangélicos no le tienen el mismo aprecio que los católicos. Sin embargo, su obra muestra las mismas influencias, el trauma de la Primera Guerra Mundial, la fascinación por la mitología nórdica o los “cuentos de hadas”, así como una visión conservadora de la vida y el cristianismo. Se distancian a partir de la fascinación de Lewis por Charles Williams (1886-1945) y rompen a causa de su matrimonio con una divorciada. Tolkien envidiaba la facilidad de palabra y escritura de Lewis, pero despreciaba su literatura y le parecía superficial, su defensa del cristianismo. Le molestó que no se convirtiera al catolicismo-romano, aunque el anglicanismo de Lewis estaba más cerca del catolicismo que del movimiento evangélico. 



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Hay varias biografías sobre Tolkien en castellano, incluida la clásica de Humphrey Carpenter, pero mi preferida es la de Michael White –publicada en España por Península, como parte de su colección Atalaya–. Entre la creciente bibliografía hay incluso varias aportaciones hispanas, como la de Daniel Grotta –publicada por la editorial chilena de Andrés Bello–, o la de Eduardo Segura –doctorado en filología inglesa sobre El señor de los anillos, y uno de los asesores de las películas de Peter Jackson–. El libro oficial de la segunda parte de la trilogía cinematográfica está escrito curiosamente por un evangélico, Brian Sibley, que ha escrito mucho sobre C. S. Lewis–. Y hay ensayos dedicados incluso a la influencia del catolicismo-romano en su obra, como los editados por Joseph Pearce en J. R. R. Tolkien. Señor de la Tierra Media –para la editorial Minotauro– o el reciente J. R. R. Tolkien. El árbol de las historias con las ponencias presentadas en el congreso celebrado en la universidad CEU San Pablo en 2014.  



La obra de White es de un biógrafo profesional, que ha escrito sobre personajes tan diversos como Mozart, Asimov o Lennon, pero sobre todo acerca de grandes hombres de ciencia como Leonardo, Newton, Darwin, Einstein, Galileo, o Hawking. No es uno de esos especialistas de Tolkien que se sepa de memoria los nombres de todos los reyes enanos o príncipes elfos. Así que en eso creo que se parece a la mayoría de nosotros. Una cosa es que te guste Tolkien, como es mi caso y el de White, y otra el fanatismo de esos estudiosos, que son capaces de aburrir al más entusiasta de sus lectores, con mapas, canciones, cronologías y genealogías de la Tierra Media. En ese sentido yo creo que es una excelente introducción a la vida de Tolkien. 



La nostalgia de la orfandad



Nacido en 1892, las iniciales J. R. R. responden al nombre con que fue bautizado como John Ronald Reuel en la catedral anglicana de Bloemfoentein, Sudáfrica, donde su padre dirigía un banco. Su salud enfermiza y la constante frustración de su madre hizo que regresaran a Inglaterra, dejando a su padre en África, donde murió repentinamente cuando Tolkien acababa de cumplir cuatro años. Su madre se convierte por lo tanto en la principal influencia de su vida. Con ella pasó sus mejores años, viviendo en el campo, jugando en el bosque y leyendo historias fantásticas de dragones, que fueron la gran inspiración que dio lugar a su obra. Tolkien comparte así con C. S. Lewis, una constante nostalgia de la infancia, que les hace sentirse siempre huérfanos espiritualmente.



[photo_footer]Cuando la madre de Tolkien se queda viuda, se convierte a la Iglesia de Roma y su familia les rechaza.[/photo_footer]



La mayor herencia de su madre va a ser, sin embargo, su fe católica. Cuando ella se convierte a la Iglesia de Roma, toda su familia le rechaza. Su padre era un estricto metodista, que se hizo unitario al final de su vida, y rechazó a partir de ese momento todo contacto con ella. Su cuñado era uno de los pilares de la iglesia anglicana en Birmingham. Era él quien la había apoyado económicamente desde que vinieron a Inglaterra, pero ahora le retiró toda ayuda, dejándola en brazos de la caridad católica. No es extraño que Tolkien aborreciera por eso el protestantismo, que consideró siempre su enemigo. Tanto más cuando la diabetes de su madre empeoró hasta provocar su muerte a los 34 años. Tolkien la vio siempre como una mártir, que dio su vida por su fe.



El catolicismo-romano de Tolkien no es por lo tanto un catolicismo cualquiera. Se trata de la fe del converso. La prueba es que Tolkien encontró su hogar espiritual –como tantos otros escritores de la época Chesterton, Greene, o Waugh– en los oratorios fundados por Newman, tras su paso de ministro anglicano a cardenal de Roma. El tutor de Tolkien fue un cura del oratorio de Birmingham, que ayudó a su madre cuando estaban sin ningún apoyo, el padre Francisco Javier Morgan. Por medio de él pudo acceder a la educación superior, aprendió muchas lenguas y “se enamoró del Bendito Sacramento”. 



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Su fe era algo tan sagrado, que en cierta forma estuvo siempre más allá que todas sus fantasías. Este es uno de los misterios de Tolkien: cómo un católico tan proselitista como él, se pudo resistir a la tentación de hacer de su obra una alegoría más clara de su fe. Esta fue, sin duda, una de sus grandes diferencias con Lewis, que sacrificó en cierto sentido su reputación literaria, para dedicar toda su vida a hacer una auténtica apología del cristianismo, en un medio académico en que ya todos lo ridiculizaban.



[photo_footer]El catolicismo-romano de Tolkien es la fe del converso, que hereda de su madre, a la que ve como mártir.[/photo_footer]



Amistad y conversión de Lewis



Tolkien y Lewis se conocieron enseñando filología en Oxford. Los dos compartieron los años más creativos de su vida. Juntos formaron un grupo literario llamado los Inklings, que se reunía en las habitaciones que Lewis tenía en la universidad y un pub de Oxford, que tiene todavía sus fotos y una placa que recuerda sus reuniones. Allí leyó Tolkien por primera vez El señor de los anillos, y Lewis habló de Narnia y las Cartas de un diablo a su sobrino. Esto es así hasta la segunda guerra mundial, cuando empiezan a reunirse menos frecuentemente, al empezar Tolkien y Lewis a distanciarse. Su relación se enfría en los años 50, aunque los Inklings continúan hasta poco antes de la muerte de Lewis en 1963. ¿Qué es lo que ocurrió entre ellos?



White dedica todo un capítulo a la amistad entre Tolkien y Lewis. A nadie se abrió tanto Tolkien en su vida como a Lewis, aceptando muchas de sus sugerencias, al ser por ejemplo el primero que leyó El hobbit. Los sentimientos de Tolkien por Lewis fueron tan intensos que no pudo soportar la intrusión de una tercera persona en su amistad: un escritor llamado Charles Williams, que deslumbró a Lewis en cuanto llegó a Oxford. Era mayor que ellos, y había escrito ya veintisiete libros. Trabajaba en la editorial de la universidad desde que había tenido que dejar sus estudios por los problemas económicos de su padre. Lewis no sólo le introdujo en sus reuniones con Tolkien, sino que luchó hasta conseguir que fuera profesor en la universidad, aunque no tuviera más que un título honorario. Esto despertó los celos de Tolkien, que se vio inmediatamente desplazado de la atención de Lewis, que empezó a tener cada vez más éxito comercial con sus publicaciones, mientras que Tolkien era todavía un desconocido.



Lewis se había criado en el ambiente protestante de Irlanda del Norte, pero se consideraba un agnóstico cuando conoció a Tolkien en los años 20. Para él, el cristianismo era un mito como cualquier otro, por eso le sorprendió encontrar a alguien inteligente como Tolkien, tan comprometido con su fe católica. Su amistad le dio otra visión de Dios, que le llevó a raíz de una famosa conversación el año 1931 a pensar en la posibilidad de que el mito de Cristo fuera verdad. 



Su conversión llevó a Tolkien a esperar que Lewis se hiciera católico como él, pero lo que ocurrió es que en realidad volvió a sus raíces anglicanas. Es más, se convirtió en todo un apologista de una fe en la que Tolkien pensaba que no había madurado suficiente, cuando empezó a escribir sobre su conversión en “El regreso del peregrino: una apología alegórica del cristianismo” (1933). Lewis le dedica, sin embargo, a Tolkien sus “Cartas de un diablo”, aunque en realidad no apreciaba casi ninguno de sus libros. La verdad es que le parecían demasiado precipitados y superficiales, ya que él trabajaba muy lentamente toda su obra.



[photo_footer]Lewis fue el pimero en leer El Hobbit y dedica a Tolkien las Cartas de un diablo a su sobrino.[/photo_footer]



Las diferencias con Lewis



Las historias de Tolkien nacen generalmente como cuentos infantiles, pero cualquiera que haya leído su obra se da cuenta de su interés por el detalle. Sus nombres son largamente pensados, aunque en su mayoría vengan de las Eddas de la mitología islandesa. Por lo que, al desarrollar constantemente sus escritos, sus editores acababan hartos de sus continuas revisiones. Era tan obsesivo en la inseguridad de sus correcciones que tenía que reescribir cada libro una y otra vez. Tolkien de hecho nunca pudo cumplir plazo alguno para ninguna de sus publicaciones. 



Por poner sólo un ejemplo, la edición de tres poemas clásicos de la literatura inglesa que comienza en los años 30, no la completa hasta los años 60. El prefacio finalmente lo tuvo que hacer su hijo Cristopher, que es quien dio a la luz la mayor parte de su obra de manera póstuma. Lewis, sin embargo, escribía desde los años 40 un libro detrás de otro, además de colaborar en múltiples publicaciones, dar conferencias, clases y hasta charlas por radio. Lo que explica no sólo su diferencia de popularidad, sino también de ingresos. Sin embargo, el tiempo parece haber favorecido a Tolkien.



A diferencia de la mayor parte de las biografías de Tolkien, White muestra evidentes simpatías por Lewis, sin embargo, le atribuye una conducta liberal en el aspecto sexual, que no está claramente demostrada. Es cierto que Lewis, siendo soltero, vivía en la misma casa con su hermano y una mujer divorciada, Janie Moore, madre de uno de sus compañeros del ejército, que prometió cuidar a su muerte. La diferencia de edad entre ellos sugiere más una relación maternal que sexual, aunque sus biógrafos están divididos sobre ello.



La ruptura que vino después



Lo que realmente molestó a Tolkien fue cuando Lewis conoció a una mujer divorciada, Joy Gresham, una judía americana que había sido también convertida al cristianismo. Como vivió antes de casarse con Lewis, un tiempo en su casa con los dos hijos que había tenido con un autor alcohólico, que escribía para Hollywood y le fue continuamente infiel, White supone que esa relación era también sexual. Yo creo que no, aunque tampoco podemos llegar a los extremos de su polémico secretario Walter Hooper, que insiste en que mantuvieron una relación célibe, incluso aún después de casados, sólo porque ella estaba enferma de cáncer. Entonces Hooper era ministro episcopal, pero luego se hizo católico-romano e intentó que Lewis fuera canonizado.



[photo_footer]El matrimonio de Lewis con una divorciada hizo que Tolkien rompiera con él.[/photo_footer]



Mientras que la historia de amor de Tolkien es con su esposa de toda la vida, Edith, el matrimonio de Lewis con una divorciada hizo que Tolkien rompiera con él. Joy era muy independiente, escritora y además presbiteriana. Curiosamente se hizo, sin embargo, amiga de su mujer, Edith, que siempre lamentó verse obligada a convertirse al catolicismo para casarse con Tolkien. Su matrimonio es descrito de hecho por White como algo frío y distante, ya que parecía preferir la compañía de sus amigos e hijos, a la de su esposa. Pero esto puede ser otra especulación más del autor. 



Lo que está claro es que tras la muerte de Joy en 1960, inmortalizada en la película Tierras de penumbra, Tolkien y Lewis no volvieron a encontrarse. Y al morir Lewis en 1963, Tolkien rechaza toda invitación a escribir sobre él, aunque Lewis siempre habló y escribió entusiastamente sobre Tolkien y El señor de los anillos. Así acaba la historia de una larga amistad, en torno a la cual se formó todo un grupo de escritores que habrían de pasar a la historia de la literatura. 



Destellos de gracia



Aquel club de Oxford se dedicaba a algo más que fumar en pipa y beber cerveza. Sus conversaciones inspiraron grandes obras que siguen teniendo una poderosa atracción para el lector y espectador contemporáneo. Sus temas son al fin y al cabo los que deberían interesar a todo hombre. 



[photo_footer]En la obra de Tolkien vemos el mal que representa Mordor, la tentación del anillo, el milagro del perd¢n y el amor sacrificado de sus personajes.[/photo_footer]



En la obra de Tolkien vemos el poder del mal que representa Mordor, la tentación del pecado que muestra ese anillo, el milagro del perdón y el sentido del amor sacrificado de sus personajes, que nos hablan de la realidad de una redención más allá de todo mito. Su exaltación de la nobleza, la integridad, la confianza y la fidelidad siguen hablando a un mundo desesperado. 



En ese sentido la obra de Tolkien despierta en nuestro degradado espíritu sed de la bondad y la gloria que hay en el León de Judá. La figura que evoca Aslan en Narnia es el Cordero que está sentado en el trono, que tiene todo poder sobre cielos y tierra. No son parábolas, sino reflejos de esa gracia de esos mansos y humilde de corazón, como los hobbits de Tolkien, que un día heredarán la tierra.


 

 


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COMENTARIOS

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Hector
13/02/2023
00:28 h
2
 
Se le da demasiada importancia a dos escritores (Lewis y Tolkien) que realmente no aportan nada significativo para el cristianismo.
 

jorge varon
11/02/2023
17:56 h
1
 
Hermoso artículo Muchas gracias.
 



 
 
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