Los injustamente tratados, los privados de dignidad. Los pobres que caminan por el mundo demandando con su mirada y sus rostros justicia. De estos pobres, a secas, que algunos cristianos no ven al preocuparse solamente de la pobreza espiritual, son de los que vamos a hablar, de forma sencilla y, quizás, incompleta, en relación con la evangelización… aunque, quizás, todos los artículos escritos en esta serie, de alguna u otra manera, apuntan hacia este objetivo.
Los católicos hablan de la “opción preferente por los pobres”. Yo siempre he dicho que la opción de Jesús por los injustamente tratados, por los empobrecidos, no solamente era una preferencia, sino una necesidad, algo constitutivo de su propio mensaje, de su esencia de ser el Mesías. Jesús, con su proyecto del Reino, quería que en el mundo brillara la justicia. Si Jesús hubiera pasado de largo ante la injusticia, no tendría sentido el que se hablara de la justicia del Reino, del reino de Dios y su justicia. Los pobres son el icono y el prototipo de la injusticia humana, rechazados, incluso, en los tiempos de Jesús, de los rituales religiosos de los autoconsiderados puros.
El que Jesús hablara ya en su declaración programática en Lucas 4, citando al profeta Isaías, del Evangelio a los pobres, de las buenas nuevas a los pobres, en paralelo con los quebrantados, los privados de libertad y los oprimidos, era una necesidad intrínseca a su identidad como Mesías. En esta opción tan necesaria y radical, brillaba el Dios justo, que no sólo nos justifica, o nos hace justicia de Dios en Jesús, sino que es excluyente de toda injusticia humana. El reino de Dios, que Jesús dice que ya está entre nosotros, se da allí donde se hace justicia, donde se rechaza toda injusticia del hombre contra el hombre, donde se dignifica a las personas, donde se libera, se comparte, se acoge y se comunican las nuevas de salvación.
Cuando Jesús fue preguntado por su esencia mesiánica, por su identidad de Mesías, por si era Él, realmente, el que había de venir, no se esforzó por espiritualizar los términos, ni contestó por su identidad mesiánica de forma abstracta. Su identidad mesiánica estaba en esta línea:
“A los pobres es anunciado el Evangelio”. Esto había que hacerlo saber a Juan el Bautista, al que les había enviado a preguntar por su identidad como Mesías o si, por el contrario, había que continuar esperando a otro. A los pobres es anunciado el Evangelio, fue la respuesta de Jesús. Era la frase imprescindible y necesaria de pronunciar desde la justicia de Dios… y dichoso el que no se escandalice con esto.
También en este texto, coloca el concepto de pobre en paralelo con el de ciego, tullido, leproso… prototipos en la época de Jesús de marginados, excluidos, proscritos y condenados a la mendicidad y marginación social. Los excluidos, también, de los rituales de los autoconsiderados puros. Jesús cita a este colectivo específico como destinatarios de su Evangelio, porque este grupo de los injustamente tratados era incompatible con su identidad mesiánica. Era totalmente necesario hablar explícitamente de ello. Era una opción necesaria. El Evangelio a los pobres era parte constitutiva de su esencia salvadora, mesiánica, liberadora, redentora… de la justicia de su Reino que ya estaba entre nosotros.
Y yo creo que la iglesia que hoy olvida a los pobres y sufrientes del mundo y comunica un Evangelio de espaldas a los gritos de los marginados e injustamente tratados, no es iglesia del Reino. Se acerca más a la iglesia del antirreino manteniendo feliz al Príncipe de las Tinieblas. El posicionamiento de Jesús en su evangelización, siempre partió de los pobres, del lado de los pobres. Desde ahí lanzaba sus mensajes evangelísticos, anunciando que los ricos también pueden salvarse si se arrepienten, comparten y devuelven lo robado, como hizo Zaqueo. El Evangelio es para todos.
Yo creo que la iglesia, también, en su evangelización, debe posicionarse del lado de los pobres. El Evangelio a los pobres y desde los pobres debe formar parte esencial de su ser como iglesia, de su esencia evangelizadora, parte constitutiva de su misión evangelizadora y diacónica entre los pobres del mundo. Yo no creo que este tema se deba tocar de una forma tan light como lo hace la iglesia, generalmente, en nuestros días. Creo que se ha perdido esta esencia mesiánica, estas cartas de identidad de la iglesia de Jesús.
La pregunta que le hicieron a Jesús, se la podríamos hacer hoy a la iglesia: ¿Eres tú la iglesia que había de venir o tenemos que seguir esperando otra? Y en la respuesta de la Iglesia, si es auténtica, si es iglesia del reino, debería estar la respuesta de Jesús:
“A los pobres es anunciado el Evangelio”. Los pobres como grupo específico acogido por la iglesia de forma necesaria, una iglesia que se esfuerza por la búsqueda de la justicia y que sus entrañas se remueven ante la injusticia del mundo.
Quizás, cuando todo lo espiritualizamos y nos olvidamos y hacemos sordos al los gritos de los empobrecidos y marginados del mundo, estemos perdiendo aquella esencia mesiánica que debe ser parte constitutiva, en toda su radicalidad, de la misión de la iglesia.
Pongamos atención en nuestra evangelización, dónde nos posicionamos, desde dónde evangelizamos, a quienes evangelizamos… No sea que nos convirtamos en iglesia del antirreino en medio de aleluyas y alabanzas que no pasan del techo de nuestros templos y que nadie escucha. Ni siquiera Dios. Porque Él sigue diciendo: Haced justicia… venid luego.
Si quieres comentar o