Necesitamos que el almanaque, más que gobernarnos, esté de nuestra parte, a nuestra disposición.
Han terminado las fiestas navideñas, las bullas, las comidas copiosas, el jaleo de fin de año con sus uvas y sus característicos fuegos artificiales. Tras ellas, aún cansados, comenzamos un ciclo nuevo. Lo hacemos con alegría, con ganas de hacer las paces con nuestro yo más íntimo. Procuramos olvidar las metas que no pudimos alcanzar durante los meses que se fueron. Es cierto que nos las propusimos con seriedad, con la esperanza de llevar a cabo otras expectativas y, por un motivo u otro, no llegaron a hacerse realidad.
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Este año vendrán días sin estrenar. Se nos ofrecen en las páginas en blanco de esta agenda que estrenamos, en la que estamos dispuestos a ser felices, a cubrir sus hojas de momentos entrañables, pequeños y grandes. Para ello necesitamos que el almanaque, más que gobernarnos, esté de nuestra parte, a nuestra disposición. No siempre es así. El trajín nos marca y, al hacerlo, nos maltrata queriendo recordarnos que cualquier tiempo pasado fue mejor o que no nos afanamos lo suficiente cuando tuvimos tiempo para hacerlo.
Antes de tirar la antigua, nos recreamos un rato en repasar sus páginas con parsimonia. Queremos y no queremos abandonarla. En ella va una parte importante de nuestras horas. Han sido muchas las circunstancias destacadas que fuimos anotando, unas veces con letra caligráfica, otras con garabatos que ahora nos cuesta interpretar. En ese pasear nuestros ojos por la horizontalidad de sus líneas, enseguida aparece una fecha que nos transporta a un recuerdo hermoso. Una boda. El nacimiento de un hijo o un nieto. Cumpleaños. La graduación que nos propusimos como reto en la que no tuvimos que repetir ninguna asignatura. El martes en que los primos volvieron de Bruselas y eso indicaba que durante unos días podíamos volver a relacionarnos con ellos como antes.
Quizá nuestros padres ya no están, y nada más entrar enero nos acordamos que fue el día ocho cuando contrajeron matrimonio. Un día feliz para la familia menos para nosotros que aún no nos hallábamos presentes.
Nos gobierna la responsabilidad y al mismo tiempo nos vuelven locos esas memorias felices cuajadas de risas y buena compañía. También las tristes, que transformaban nuestro ánimo en un lamento que nos condujo a un estado depresivo del que pensábamos que no podríamos escapar. Y escapamos. Sentimientos contradictorios que se mezclan al azar entre las fechas primeras y las últimas.
El nuevo calendario nos crea la duda sobre qué celebraremos este año, cómo se presentará, cuántas alegrías nos traerá, cuántas sorpresas no deseadas y por cuáles nos decantaremos para conmemorar. Al fin y al cabo para vivir hay que festejar.
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La agenda nos gobierna a veces con crueldad y exigencia inusitadas. Sería bueno darnos cuenta, ya que comenzamos, para que no se nos adueñe. Recordemos que es ella la que se ha inventado para nosotros, no nosotros para ella.
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