Al inicio del año 2023 se puede decir que vivimos en un continente moribundo, cansado, decadente, corrupto y hostil a la fe cristiana y los valores bíblicos.
En su “Especial de Nochevieja 2022” José Mota presentó a Europa como el Titanic en su último viaje, dirigido por una tripulación de incompetentes.1 En los 70 minutos que dura el programa salieron más verdades que en muchos telediarios.
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A nuestra generación le toca ser testigo de un acontecimiento histórico: el ocaso de Europa y posiblemente de lo que comúnmente se ha llamado occidente: países unidos por valores y una cultura basada sobre los principios y conceptos judeocristianos.2 Los pilares sobre los cuales se ha apoyado Europa y que han perdurado durante unos 1700 años se están haciendo añicos. Esto está ocurriendo de forma intencionada por los defensores de un nuevo orden mundial que promueven sus ideas con celo misionero. De hecho, su ideología tiene más bien las características de una religión que de otra cosa. Se trata del secularismo en su forma más radical. Se expresa en un nuevo paganismo con sus credos, druidas y supersticiones. En la medida que se extiende condena y destruye todo lo que ha llevado este mundo a progresar.
El ataque a los valores cristianos por el neopaganismo de la nueva religión que no solamente niega y odia todo lo que tiene que ver con la Biblia y la fe cristiana, sino que además trata de sustituir el orden divino por sus monstruosas creaciones aberrantes, dignos de una película de horror. Hablamos por ejemplo de la redefinición de la familia. De hecho se trata de la abolición de la familia. Ni siquiera los peores regímenes comunistas se atrevían con esto3. La meta por alcanzar es la igualdad al estilo marxista, donde el estado decide lo que uno necesita y lo que no. Esto nos llevará finalmente a la formación de gobiernos totalitarios que controlan el más mínimo detalle de nuestras vidas.
La fe cristiana -que en su momento daba un balón de oxígeno al imperio romano putrefacto por sus luchas internas, su corrupción y su decadencia- ya se ve sistemáticamente marginada. En el caso europeo, está siendo barrida totalmente de la vida pública por ideólogos que profesan un secularismo fundamentalista. Y ¡ay de los países o partidos que se atreven a poner resistencia a esta purga ideológica!
Veamos cómo empezó todo: era en primavera del año 51 d. C. cuando el apóstol Pablo en su segundo viaje misionero pisó por primera vez el continente europeo para predicar el evangelio. Un grupo de mujeres en la ciudad de Filipos se encontraba entre las primeras personas en suelo europeo que decidieron seguir a Jesucristo. A lo largo de los años, la fe cristiana se extendió por todo el imperio romano. Aún así, los cristianos siguieron siendo una minoría insignificante. Pero esto iba a cambiar. En menos de 300 años el imperio romano primero se vio obligado a tolerar la fe cristiana y luego la convirtió en la religión oficial del imperio.
Después del hundimiento de Roma, eran los francos que se convirtieron en los nuevos adalides del cristianismo en Europa Occidental y en una buena parte del sur del continente. Con Carlomagno, los Diez Mandamientos se convirtieron en ley imperial. Patricio, Bonifacio, Columbano y otros ganaron a las tribus germanos y anglosajones para Cristo y en el este Cirilo y Metodio consiguieron otro tanto con los eslavos.
Admito que es un resumen muy generalizado que requiere muchas matices y explicaciones. Pero una cosa queda fuera de duda: alrededor del año 1000 dC, la gran mayoría de Europa se consideraba cristiana y formaba -a pesar de todas las diferencias étnicas que existen hasta el día de hoy- una conciencia y una cultura profundamente marcada por el cristianismo. Había nacido la idea de Occidente.
Cuando esta fe se degeneraba cada vez más al nivel de una organización criminal, secuestrada por una mafia con sede en Roma, los rayos del evangelio irrumpieron de nuevo las tinieblas y regalaron a una buena parte de este continente lo que hoy llamamos la Reforma: un retorno a la fe profesada por los apóstoles. Sobre todo, en el centro y norte de Europa la fe protestante se extendió en cuestión de pocas décadas y devolvió a Europa las ganas de vivir después de años muy oscuros. Además, regresó el deseo de explorar y retomar un concepto de libertad basada en la obediencia a Cristo.
Una explosión de creatividad y de libertad surgió, se extendió sobre toda la Europa protestante y empezó a moldear el mundo entero. De las tinieblas de la Edad Media surgieron naciones que lideraban un nuevo concepto de gobierno: la libertad individual practicada en responsabilidad delante de Dios y sus mandamientos.
Pocos han elaborado y esclarecido esta idea de la historia de manera más concluyente que Francis Schaeffer en su obra monumental How then should we live?4
Pero ocurrió una cosa: esa Europa protestante que regalaba al mundo tantos logros sociales, políticos, económicos aparte de las espirituales empezó a ser carcomido por dentro. De eso se encargó una teología que poco a poco abandonaba la fe en la soberanía de Dios y la autoridad de la Biblia y se afilió con aquellos que supeditaban Dios a la razón humana y las ideologías políticas y filosóficas del momento.
Precisamente allí radica una de las debilidades más significativas del protestantismo en términos generales: su incapacidad histórica de mantener su independencia ante las filosofías del momento y su continua alianza con el poder político y las modas del tiempo. Este proceso empezó en Alemania y desde allí se extendió al resto de Europa como un cáncer.
El protestantismo confesional, basado en las cinco solas de la Reforma, cedió su lugar a un protestantismo cultural y humanista, donde el hombre se convirtió en la medida de todas las cosas y Dios se quedó al margen. Sí, había algunos avivamientos locales de vez en cuando dentro de las iglesias protestantes, pero el aparato institucional siempre sabía domesticar estos brotes de fe auténtica.
Con un protestantismo ideológicamente socavado por la crítica alta y teólogos y pastores incapaces de entender las señales de los tiempos, las denominaciones históricas protestantes se abrieron fácilmente a las filosofías de moda. Esto explica que -por ejemplo, en Alemania- primeramente, el militarismo prusiano, después el antisemitismo y luego el nacionalsocialismo encontraban poca resistencia a la hora de imponer sus criterios a una Iglesia hueca de contenido. Entre las últimas voces discrepantes en el siglo XX se encontraba la iglesia confesante de Bonhoeffer y la de Carlos Barth desde Suiza, milagrosamente salvada de la barbarie nazi.
Seguimos con el triste ejemplo alemán que es paradigmático para lo que pasó en otras partes de Europa. Después de la hecatombe de la destrucción total después de la Segunda Guerra Mundial, las iglesias estaban llenas. La nueva República Federal, por imposición de los tres aliados occidentales, se daba una nueva constitución provisional que invocaba en su preámbulo la “responsabilidad ante Dios y los hombres.”
Pero en la medida que creció el bienestar y las iglesias siguieron con su teología racionalista, la membresía en las iglesias protestantes cayó en picado. Teólogos como Bultmann, Käsemann, Niemöller y Sölle se encargaron de vaciar al protestantismo de cualquier contenido bíblico-histórico. En la parte oriental de Alemania -mayoritariamente protestante- las iglesias luteranas hacían las paces con el régimen comunista para salvar sus espacios de autonomía.
Eran precisamente las iglesias luteranas en ambos lados de la Alemania dividida que una y otra vez abogaban en favor de la continuidad del status quo. Por lo tanto, la caída inesperada del muro de Berlín le pilló de sorpresa al protestantismo alemán que a estas alturas ya estaba completamente secularizado y a la merced de las ideologías políticas predominantes.
Era un político -el católico Helmut Kohl- que entonaba a la hora de la reunificación del país el himno antiguo Grosser Gott wir loben dich” (“Dios todopoderoso, te alabamos”). Fue la última vez que se nombraba el nombre de Dios en público en un acto oficial en el país de la Reforma.
Porque finalmente llegó al poder la hija de un pastor protestante, Angela Merkel. Sus convicciones “cristianas” han sido mal representadas, exageradas y citadas muchas veces fuera de contexto. No solamente no hay ninguna prueba que la canciller fuera creyente, sino todo lo contrario. En sus tiempos de la RDA había militado fielmente en la FDJ, la organización juvenil comunista. Sin lugar a dudas, se trata -y no solamente en lo religioso- de uno de los personajes más sobrevalorados de las últimas décadas.
A lo largo de los más de 16 años de su gobierno el país cambió profundamente. Merkel consiguió robar a su partido cristiano demócrata la identidad cristiana y situó el partido a la izquierda de los socialdemócratas. Fue ella que finalmente abrió las puertas para que en el año 2021 llegase al poder una coalición de socialistas y ecologistas radicales que terminaron lo que Merkel había empezado: la descristianización completa de la vida pública, la destrucción legal de la familia como pilar fundamental de la sociedad y la demolición económica de lo que antaño fue considerado la “locomotora de Europa”.
A día de hoy, el protestantismo en Alemania es completamente irrelevante en la vida pública y las iglesias de la reforma están secularizadas por completo y en manos de la secta de los “testigos del clima”. El protestantismo histórico sobrevive gracias al sistema del “impuesto eclesial” que le garantiza un caudal enorme de dinero gracias a la colaboración del Estado a través de Hacienda.
Me he enfocado en Alemania en esta última parte, precisamente por su papel en la destrucción de la herencia protestante. Pero la situación general es aplicable a la gran mayoría de los países europeos en el sentido que al inicio del año 2023 se puede decir que vivimos en un continente moribundo, cansado, decadente, corrupto y hostil a la fe cristiana y los valores bíblicos.
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Vivimos en una Europa que no solamente ha perdido el norte, sino además sus ganas de vivir. Presenciamos el derrumbe de nuestra sociedad europea y estamos al borde de no solamente vivir la peor crisis económica y política desde la primera guerra mundial, sino la demolición intencionada de 2000 años de historia de la fe cristiana en el continente europeo. Lo que empezó con Pablo, Lidia y unas cuantas mujeres anónimas yace ya en sus últimas. Los políticos que nos gobiernan y que se arrogan su papel mesiánico de salvadores por decreto estatal llevan a cabo sus tareas de demolición sin apenas encontrar resistencia -y aún menos de parte de los creyentes y sus iglesias. Serán los historiadores y teólogos de generaciones futuras quienes certificarán la muerte de un paciente que creía tener la vida eterna, pero sin Dios. Y lo que le causó su muerte no fue una encadenación de factores desafortunadas, sino el juicio del Señor, el ¡basta ya! de Dios.
Notas
1 https://www.youtube.com/watch?v=IXOePcqP6R0
2 Uno de los primeros autores que escribió sobre el tema era Oswald Spengler. The Decline of the West. Ed. Arthur Helps, and Helmut Werner. Trans. Charles F. Atkinson. New York: Oxford UP, 1991. Uno de los libros más recientes sobre el tema es el de Douglas Murray: The Strange Death of Europe, London: Bloomsbury Continuum, 2017
3 Con la única excepción de los jemeres rojos en Camboya y los peores momentos de la revolución cultural en la China de Mao.
4 https://bit.ly/3vzWukZ
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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