Dios introduce en nosotros un nuevo principio de vida que hará posible vivir teniendo el control de las cosas, en vez de que las cosas nos controlen a nosotros.
Estamos ya en los últimos días del año 2022 y a punto de entrar en 2023. Una vez pasada Nochebuena y Navidad, los días que quedan hasta el 31 de diciembre, se viven con cierta expectación: ¿Qué nos deparará el Año Nuevo? ¿Será mejor o será peor que el que hemos vivido? También hay muchas personas que quieren tomar decisiones definitivas sobre algunas cuestiones que les preocupan: la salud, la economía, los estudios, el trabajo, etc., y se suelen hacer ciertas declaraciones de como estas:
“A partir del año que viene voy a comenzar a ir al gimnasio; tengo sobrepeso y no puedo seguir así…”. “Ya, a partir de primero de año tengo que dejar de fumar; estoy hecho un asco”. “Debería tomar una decisión seria sobre el control del gasto económico; las deudas ya son demasiadas”; “Ya no puedo seguir así más, con este vicio que me tiene dominado por completo...”. “A partir de primero de Año Nuevo quiero seguir un plan de estudio bíblico; no quiero seguir con esta ignorancia sobre lo que enseña la Biblia”.
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Así podriámos seguir y, seguramente haríamos una gran lista de buenos deseos y decisiones que se toman en estos días, “de forma seria” y con el propósito de seguirlos al pie de la letra. De alguna manera, se tiene la idea de que hay un “algo mágico” en el sólo hecho de la entrada del Año Nuevo. Inconscientemente, se piensa que el sólo paso de un año a otro, nos traerá el suficiente ánimo, resolución y “poder” que nos permitirá quitarnos esa forma de pensar, esa forma de ser o ese mal hábito como si de un vestido andrajoso se tratara y, en su lugar, vamos a ser revestidos de la vestidura nueva que nos permitirá ser mejores.
Luego, comienza el año y durante unos días tales decisiones se llevan a cabo con cierto entusiasmo, hasta que surgen las dificultades propias que acompañan a todo aquel que quiere dejar los malos habítos para adquirir otros mejores. Entonces, pasado algún tiempo, quizás un par de meses -¡o menos!- se va abandonando la disciplina adoptada, con pretensiones –quizás- de retomarla más adelante. Pero no tarda en venir la gran decepción, e impotentes para seguir adelante abandonan definitivamente toda disciplina.
No es fácil cambiar el carácter y los malos hábitos que se han ido forjando a través del tiempo y en los que han intervenido muchos factores. No basta con tener buenos deseos y decir: “Desde mañana me propongo ser mejor; desde mañana lo dejaré y comenzaré algo nuevo”. No que no se pueda cambiar en todas esas cosas mencionadas anteriormente. Hay suficientes ejemplos que demuestran que el ser humano puede cambiar ciertos hábitos. Cuando era joven me contó mi padre que cuando él tenía veintitantos años y estaba en el servicio militar, (1934-35) tuvo una efermedad pulmonar. Él fumaba tres paquetes diarios de tabaco. El médico le dijo que no duraría un año, a menos que dejara de fumar. Mi padre tomó conciencia de su condición y sintió tanto miedo a morirse que dejó de fumar, y nunca más volvió a hacerlo.
Esto nos muestra que en el terreno de los malos hábitos, el ser humano puede cambiar su forma de pensar y de actúar, aunque no todos lo puedan conseguir. Sin embargo, en el plano espiritual y tal y cómo Dios concibe al ser humano, hecho a su imagen, no puede cambiar a menos que sea asistido por un poder sobrenatural. Ese poder es el poder de Dios. Pero hace falta que la persona tome conciencia de su condición espiritual perdida, que clame a Dios por ayuda: “¡Oh, Dios! Soy un gran necesitado y si tú no lo haces, yo por mí mismo, no podré”. Entonces, Dios actuará, y dice la Biblia que Él responde a nuestro clamor, haciéndonos “una nueva creación” (Gál. 6.15); unas “nuevas criaturas” (2ªCo. 5.17); O, viéndolo desde otra perspectiva, en palabras de Jesús es como un “nacer de nuevo” (J.3.5,7; St.1.18; 1P.1.23-2). Dios introduce en nosotros un nuevo principio de vida que hará posible vivir teniendo el control de las cosas, en vez de que las cosas nos controlen a nosotros.
Pero hemos de insistir en que esa experiencia del “nacer de nuevo” o llegar a ser una “nueva creación”, no es algo que nosotros podamos producir. Es Dios el que lo produce en el ser humano y, de esa manera, el creyente es introducido en la esfera de “la gracia” (Ro.5.1-5) que le capacitará para vivir acorde a la voluntad divina. Sin embargo, quizás como creyentes no valoramos todo el potencial que Dios ha puesto a nuestro alcance para que se lleve a cabo Su propósito en nosotros. Confiamos más en nosotros mismos y nuestras habilidades que en el poder de Dios. Al respecto, hay una gran mayoría de cristianos que persiguen el poder de Dios para hacer grandes milagros (que, generalmente nunca ocurren) pero dejamos de preocuparnos de ese poder destinado a convertirnos en mejores hombres y mujeres de Dios y para Dios. Quizás, pensando en esto el apóstol Pablo orando a favor de los destinatarios de su carta, escribió:
“Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para que seáis ejemplo de constancia y paciencia, y para que llenos de su alegría deis gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de su pueblo en el reino de la luz; el cual nos ha rescatado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo.” (Co. 1.10-11)
Los términos, “poder”, “potencia”, “aptos”, “rescatado” y “trasladado” son los que marcan la diferencia en lo relacionado con el cambio, tanto de carácter como de hábitos. De ahí que el apóstol Pablo no se olvidara de señalar las consecuencias de la acción divina por medio de su poder en términos de “constancia”, “paciencia”, “alegría”, “gratitud”, “luz”, etc. Por tanto lo que puede hacer que triunfemos en nuestra vida, respecto de malas formas de pensar, malos hábitos, o incluso vicios que condicionan nuestra vida hasta llegar a esclavizarla, no es la buena decisión que nosotros podemos tomar a partir de fin del año vivido, sino una toma de conciencia de aquello que Dios ha hecho en nosotros y sobre lo cual no nos costaría tanto tomar nuestras mejores decisiones; sean estas del carácter que sean, porque el poder de Dios estará a nuestro favor, en vista de que “es Dios el que en vosotros produce así el querer (los mejores deseos) como el hacer (el poder para realizarlos) por su buena voluntad” (Flp.2.13). Y esto no solo a primero de Año Nuevo, sino durante todo el año y durante todos los años de nuestra vida.
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