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Los testigos de la Navidad

Si Dios estableció el principio de la importancia de los testigos para impedir las falsas acusaciones, es lógico que a la hora de llevar a cabo la encarnación de Jesucristo, también lo hiciera dando testimonio por medio de los mensajeros que Él mismo había preparado de antemano.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 21 DE DICIEMBRE DE 2022 12:00 h
Imagen de [link]Zoran Kokanovic[/link], Unsplash.

Algo que llama la atención en la Biblia, es la importancia que desde el principio se da a los testigos cuando se trata de demostrar algo ante un tribunal humano[1]. El Apóstol Pablo toma de la Ley del A. Testamento ese principio y lo establece también en la Iglesia, tanto en relación a acusaciones contra alguno de los ancianos (los guías espirituales) como en relación con alguno de los miembros de la misma[2].Y si fue Dios el que estableció el principio mencionado para impedir que se dieran falsas acusaciones, es lógico que a la hora de llevar a cabo algo tan importante como era la encarnación de su Hijo Jesucristo, que también lo hiciera dando testimonio por medio de los mensajeros que Él mismo había preparado de antemano. De ahí que una de las cosas que llaman nuestra atención acerca de la Natividad de Jesús y de todo cuanto rodearon los hechos de la Navidad, es la cantidad de testigos que asistieron a este hecho maravilloso de la encarnación del Hijo de Dios. Testigos, tanto  celestiales como humanos.



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Los testigos celestiales 



Antes de mencionar los testigos celestiales directos, es necesario señalar la orden divina anticipada respecto del servicio que cumplirían los ángeles, en relación con la encarnación de Jesús y su paso por este mundo, hasta el día de su exaltación al cielo. En el libro de Hebreos se escribió que los ángeles recibieron dicha orden. Dice así, el texto: “Y otra vez, cuando introduce  al Primogénito en el mundo, dice: Adórenle todos los ángeles de Dios”[3]. Pero además de esa información acerca del papel de los ángeles en relación con el Señor Jesús, también tenemos la información de que los ángeles “son espíritus ministradores, enviados  para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación” De ahí que también se añada que el tema de la salvación es uno el cual, “anhelan mirar los ángeles”[4]



Esa fue la razón por la cual no solo en relación con la Navidad, sino en la tentación de Jesús en el desierto, en Getsemaní, en la resurrección de Jesús, fue atendido por ángeles como mensajeros divinos para servirle, para fortalecerle y, finalmente, ser también testigos de su resurrección[5]. Todo lo cual está directamente relacionado con la adoración que “todos los ángeles” le deben al “Hijo” dado que es “superior a ellos”[6]. Pero una vez que había terminado su obra aquí en la tierra y subido a los cielos, también fue aclamado/adorado con vítores por los ángeles[7].



 Entonces, centrándonos en el hecho de la Navidad, encontramos varios testigos celestiales de dicho acontecimiento:  



1.- El ángel Gabriel que se le presentó a María, a la cual anunció que concebiría en su vientre por el Espíritu Santo y que daría a luz “a un Hijo” al que llamaría por nombre “Jesús”; y que también sería llamado “Hijo del Altísimo” e “Hijo de Dios”[8]



2.- El ángel que habló a José en sueños, para prevenirle acerca del origen del embarazo de su mujer, María, y darle instrucciones acerca de cómo debía proceder, tanto en relación con su esposa como con el niño Jesús[9].



3.- El ángel que anunció el nacimiento de Jesús en Belén a los pastores y cuyo anuncio fue acompañado de un coro de ángeles que cantaban, dando gloria a Dios y anunciando el mensaje divino de “buena voluntad -de Salvación- para con los hombres”[10].



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4.- El ángel Gabriel, que habló a Zacarías, padre de Juan el Bautista, sobre el papel de éste como precursor de la venida del Señor-Jesús.[11]



5.- El ángel que habló a José, en sueños, para que escapase a Egipto con el niño y María, su madre, a causa de la persecución que Herodes desencadenó contra el niño Jesús para matarlo.[12] 



6.- El ángel que habló a José en sueños, en Egipto, para avisarle de que los que querían la muerte de Jesús, habían  muerto, habiendo pasado así el peligro.[13]



Los testigos terrenales, necesarios



Los testigos humanos no fueron elegidos de entre la clase religiosa, ni de la clase política, ni tampoco de la alta clase social. El evangelista Lucas, anunció desde el principio de su Evangelio su labor de investigación, en relación con los hechos de la Navidad y el Evangelio de Jesús[14] y él nombra a personajes importantes de la sociedad del pueblo de Israel, pero ninguno fue tomado en cuenta por Dios para darle a conocer la venida del Mesías[15]. Los principales testigos del anuncio y el nacimiento del Señor Jesús fueron escogidos, en su mayoría, de entre la gente sencilla, del pueblo. Sin duda, indicándonos con esa actuación divina que Dios no tiene en cuenta aquellos seres humanos que ocupan centros e instituciones de poder y de dominio, sean estos económicos, políticos o religiosos. Veamos:



1.- Zacarías, el padre de Juan el Bautista. Este hombre era sacerdote que, junto con su esposa eran “irreprensibles”[16]. Zacarías fue muy sorprendido con la aparición de un ángel cuando se encontraba ministrando en el templo. Un ángel le habló acerca del nacimiento de un hijo por el cual tanto Zacarías como su esposa, Elisabet, estuvieron orando por muchos años. Zacarías recibió anticipadamente, junto con la noticia del nacimiento de su hijo, el mensaje de la venida del Mesías testificando de él como “el Señor” y como: “un poderoso Salvador” del cual, su propio hijo, Juan el Bautista sería el precursor.[17]



2.- María, la madre de Jesús  y su padre, José.[18] Era lógico que, María y José fueran los principales protagonistas y testigos del hecho de la Natividad de Jesús. Hecho increíble para los seres humanos y que, una y otra vez, todo lo relacionado con la historia de Jesús ha sido calificado por algunos teólogos modernos, de carácter mitológico. Sin embargo, todo cuanto ellos recibieron y vivieron tocante a la Natividad de su hijo Jesús y los hechos de la Navidad -especialmente María- lo compartieron con los Apóstoles y la primera Iglesia Primitiva; lo cual fue recibido por la comunidad, viniendo a ser la parte  más importante de los hechos  de la Revelación divina.[19]



3.- Elisabet, la madre de Juan el Bautista. Elisabet era prima de María, la madre de Jesús. Ella fue visitada por su prima María, cuando aquella estaba embarazada de seis meses. Y aun podríamos decir que Juan el Bautista, estando el vientre de su madre, fue un testigo silencioso,  pero inquieto y gozoso; porque  al “oír” y “sentir” la salutación de María, dice el texto que “la criatura saltó en su vientre”[20]. Dicho sea de paso, esto nos debería llevar a pensar sobre la capacidad de las criaturas en el vientre de sus madres, para percibir sonidos y tener vivos sentimientos. De ahí (además de otros factores) nuestra oposición al aborto y estar a favor de la defensa de la vida, de los no nacidos. Pero por otra parte, la exclamación de Elisabet, que tuvo lugar cuando fue visitada por su prima María, fue un testimonio guiado por el Espíritu Santo acerca la naturaleza de la persona de Jesús. Elisabet lo reconoció como “mi Señor”, aunque todavía estaba en el vientre de María.[21] 



4.- Los pastores a los cuales aparecieron los ángeles anunciándoles el mensaje del nacimiento de Jesús[22]. Tal y cómo nos dice el texto bíblico,  los pastores fueron informados del nacimiento del Salvador, en Belén, a donde se dirigieron y pudieron comprobar la veracidad del anuncio que habían recibido. La lección que se desprende de este glorioso hecho comunicado a los pastores, es que la actuación de Dios en relación con su obra salvífica, no tiene en cuenta la condición o posición  de los seres humanos. Como decíamos anteriormente, Dios se complace más en revelar su voluntad a la gente humilde y sencilla, que a los seres humanos que ocupan centros e instituciones de poder, tan condicionados siempre por el poder económico, el político, el religioso e incluso el mucho conocimiento.[23]



5.- Los magos de oriente. Estos “magos de oriente” habían recibido el testimonio divino sobre el nacimiento del “Rey de los judíos” y una vez que obedecieron a su guía, se convirtieron en testigos de la Natividad de Jesús[24]. Esta fue una lección divina, anticipada, de su revelación que fue mucho más allá de los límites del pueblo de Israel, dando a conocer así sus propósitos de salvación a todas las gentes, en vista de que “Dios no hace acepción de personas”[25]. Esta realidad se hace patente en todas las Escrituras; pero con la venida del Señor Jesús, su muerte y resurrección quedó totalmente clarificado el propósito salvífico divino que se extendía a todos los pueblos de la tierra, sin distinciones.[26] 



6.- Simeón, el anciano al cual el Señor le había prometido que no vería la muerte,  hasta que viera a aquel que traería “la consolación a Israel”. Simeón era un israelita que no estaba condicionado por los prejuicios que caracterizaron a sus conciudadanos, a causa de su orgullo religioso. Él fue guiado por  el Espíritu de Cristo a la misma presencia del niño Jesús, cuando éste fue llevado al templo por sus padres.  Cuando Simeón  estuvo ante el niño, lo cogió en sus brazos y profetizó palabras por las cuales anunció la Salvación de Dios, no solo para el pueblo de Israel, sino también “para los gentiles”. Pero Simeón también anticipó la muerte de Jesús y cómo esta sería “como una espada” que traspasaría de dolor el corazón de su madre, María, además de ser “señal” y medio para “revelar” los corazones de los hombres.[27] 



7.- La viuda y profetisa Ana. Ella era profetisa y también fue elegida como testigo y mensajera por medio del Espíritu Santo, para hablar  a todos, en el templo, acerca del Mesías. Al parecer, a nadie le molestaba ni nadie trató de impedir a aquella mujer (por ser mujer) viuda, muy anciana, que hablase del niño Jesús, como el  Mesías “a todos los que  esperaban la redención en Jerusalén”[28]. Un testimonio de la gracia de Dios sobre el ministerio de una mujer sencilla, llena del Espíritu Santo y testificando del Mesías a todos, hombres y mujeres.



Conclusión



Todos estos sucesos que tuvieron lugar, en relación  con el nacimiento del Señor Jesús, tuvieron suficientes testigos, tanto celestiales como humanos. Que los sabios de este mundo no quieran creer en el hecho de la encarnación del Hijo de Dios, no debería extrañarnos. Ellos dicen que todo eso de la encarnación del Hijo de Dios es un mito que el cristianismo copió de algunas de las mitologías antiguas. Sin embargo, no debe extrañarnos que aquella verdad y promesa antigua, revelada en Génesis 3.15, sobre la simiente de la mujer, aplastando la cabeza de la serpiente se haya transmitido de generación en generación en las antiguas culturas, y que se hubiera envuelto con otras creencias paganas, quedando oscurecida aquella verdad, aunque siempre esperanzadoramente cierta en el pueblo de Israel[29]. El apóstol Pablo ya escribió que “la simiente” de Génesis 3.15, “es Cristo”[30]. Entonces, como alguien dijo: “En el fondo de las mitologías antiguas se esconden parte de las verdades reveladas en las Escrituras”[31]. Pero en el Nuevo Testamento encontramos esas verdades claras, cumplidas y confirmadas de manera clara y completa.



Ahora bien, cuando leemos la historia de la Navidad y reparamos en estos testimonios, no debe extrañarnos que algunos teólogos digan que todo ese relato no deja de ser una construcción de la comunidad cristiana primitiva, sobre la cual también nació el mito de la encarnación de Jesús, el Hijo de Dios. Sin embargo, aquí hemos de decir lo que el Apóstol Pablo también escribió acerca del reconocimiento de la sabiduría de Dios en relación con la muerte del Señor Jesús: “sabiduría que ninguno de los principales de este mundo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria”[32]. De ahí que Dios obrara sin tener que pedir permiso a “los príncipes de este mundo” para llevar a cabo su obra; en este caso, la encarnación de su Hijo Jesucristo y su obra redentora. “Principales de este mundo”, como decíamos antes, en el contexto de la política,  la historia, la comunicación, el poder económico, militar, etc.



Por tanto, en relación con el hecho de la Navidad y todo cuanto la rodeó, vale decir que para los que creemos en el registro fiable de las Sagradas Escrituras, creemos igualmente en  los testimonios tanto de ángeles como de los seres humanos que participaron en relación con ella. Entendiendo que los ángeles obedecieron las órdenes divinas tal y cómo se ha señalado, mientras que los testigos humanos fueron asistidos con  la capacidad profética del Espíritu Santo que hablaba por medio de ellos. De lo cual hay un amplio testimonio a lo largo de las Sagradas Escrituras[33].



Concluimos, entonces, diciendo que Dios obra como quiere, cuando quiere, en relación a quién quiere y no le pide ni le da explicaciones a nadie. En todo caso, la Natividad del Señor Jesús, fue un hecho con propósitos de salvación para el género humano. Así que los que hemos experimentado esa salvación, hoy podemos gozarnos “con un gozo inefable y glorioso”[34]. Y desde ese estado, no ganado por nuestros propios esfuerzos sino por “la buena voluntad de Dios para con las personas”[35]. Decimos a todos nuestros hermanos, hermanas y amigos en general:



¡Feliz Navidad!   



 



Notas



[1] Nú.35.30; Dt.17.6; 19.15; Mt.18.16; 2ªCo.13.1; 1ªTi.5.19; Hcch.10.18



[2] Ver, 1ªTi.5.19; 2Co.13.1



[3] Hb.1.6



[4] Heb.1.14; 1P.1.12



[5] Mt.4.11; 28.1-7; Mr.16.5-8; Lc.22.43; 24.1-8



[6] Heb.1.4-12



[7] 1Ti.3.16.



[8] Lc.1.26-32



[9] Mt.1.20-21



[10] Lc.2.8-20



[11] Lc.1.15-17



[12] Mt.2.13-19



[13] Mt.2.19-21



[14] Lc. Cps. 1-2



[15] Lc.2.1-7; 3.1-2



[16] Lc.1.5-25



[17] Lc.1.17,69-80



[18] Mt.1.8-25



[19] Lc.1.1-4, con Hch.1.14. Es muy posible que, ante el silencio del Nuevo Testamento en relación a José, marido de María, que él hubiera fallecido antes de la muerte del Señor Jesús. De otra forma no se entiende dicho silencio. 



[20] Lc.1.39-42



[21] Lc.1.39-43



[22] Lc.2.8-20



[23] Mt.11.25-27



[24] Mt.2.1-2,11-12



[25] Hch.10.34; Ro.2.11



[26] Mt.28.9-20; Lc. 24.46-49; Hch.1.8; 13.46-47; 15.16-18 



[27] Lc.2.25-35 con J.2.24-25



[28] Lc.2.36-38



[29] 1ªP.1.10-12



[30] Gál.3.16



[31] Si no recuerdo mal, esa frase la dijo el escritor, C. S Lewis. Pero no estoy seguro. 



[32] 1ªCo.2.8



[33] 1P.1.10-12



[34] 1P.1.8



[35] Lc.2.14


 

 


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