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Cuando el pasado es una gran carga

El perdón no es un “capricho” divino, sino el medio por el cual se comienza a sanar el corazón.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 30 DE NOVIEMBRE DE 2022 15:00 h
Imagen de [link]Mukuko Studio[/link], Unsplash.

“…pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Filp. 3.13-14)



A mediados de los años 90 del siglo pasado, escuchando la radio en un programa abierto al público, una mujer de cincuenta años daba testimonio de que en la adolescencia fue abusada por su propio padre. Dicha mujer estaba casada, pero al hablar de aquella experiencia y revivir lo que supuso para ella, comenzó a llorar. La locutora trató de “ayudarla”, pero sus intentos fueron totalmente inútiles: Su pasado le pesaba como una losa y a pesar de los años trascurridos, le perseguía y torturaba cada vez que lo recordaba; lo cual era frecuente pues también añadió que, al casarse, dicha experiencia del pasado había traído serios conflictos en la relación con su marido. Era evidente que para aquella mujer su pasado era una gran carga. Aunque fuera solamente por aquella dura experiencia que contó. Uno de los tertulianos, erudito en historia del arte e historia, sin sensibilidad alguna la recriminó diciéndole que “después de tantos años”, la cosa no era como para que ella todavía ‘guardara’ esos negativos recuerdos. Evidentemente, este experto en arte e historia no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. 



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Pero esa historia era sólo un botón de muestra de aquellas experiencias del pasado que podrían estar amargando la vida a muchas personas. Hay muchas y diversas causas por las que mucha gente se siente infeliz, por su pasado: una infidelidad escondida, un hurto no confesado, una grave ofensa no solucionada; algún fracaso significativo en las relaciones personales; decisiones serias y, seriamente equivocadas... Dependiendo de las experiencias, a veces es el resentimiento contra el que hizo el mal que se instala en el interior; otras, podrían ser el sentimiento de culpa real que llena el corazón; pero otras podrían ser la frustración por no haber hecho lo que deberíamos en su día… Todo lo cual constituye un serio impedimento en la realización de las personas para que vivan una vida plena. Al respecto, nosotros creemos que, no solo el pasado, sino el futuro y aun toda la vida cuando se pone en las manos de aquel que nos la dio, da muchos y los mejores resultados; pues sus promesas actúan de tal manera que se produce una verdadera sanidad y restauración de la vida. 



Por supuesto, nos referimos al Señor Jesús. En él encontramos la solución al peso que podría representar nuestro pasado defectuoso y en ocasiones tan complejo; tanto en relación con las causas como con las consecuencias de las mismas. 



Así, la Biblia nos dice que tratándose del pecado de otros, hemos de perdonar por el daño que nos han causado. En todo hemos de dejar el juicio a Dios. En algunos casos, el pensar en que es probable incluso que las personas que nos han hecho mal, hayan sido víctimas, a su vez, de otros, no las justificaría, porque de igual modo serían responsables ante Dios por sus actos. Sin embargo, nos ayudaría a comprender su comportamiento. Pero lo importante es que comprendamos que el perdón es un mandato de Dios para con nosotros. Y no es un “capricho” divino, sino el medio por el cual se comienza a sanar el corazón y, si fuera necesario, restaurar la relación rota con Dios y con nuestro prójimo. Eso, sin importar si nuestro prójimo quiere arreglar las relaciones por el daño causado, o no. A veces no es posible; ni tampoco deseable. Ya sería una cuestión de salud propia: la mía, la tuya y, quizás, la de un tercero.



Por otra parte, en relación al mal que nosotros realizamos, Dios nos perdona cuando reconocemos nuestra acción y, arrepentidos, le pedimos perdón por ello y a quien corresponda. De esa manera entramos en un remanso de paz, y el Señor nos concederá la posibilidad de comenzar de nuevo, después de restaurar nuestra vida. 



Luego, el pasado no se conseguirá borrar definitivamente de la mente. Algunas veces nuestra memoria evocará los hechos y las experiencias que tenemos almacenadas en nuestra mente; pero ya no tendrán poder sobre nosotros para provocar los sentimientos anteriormente mencionados: dolor, ira, resentimiento, tristeza, frustración o incluso venganza… El Señor se ha encargado de poner las cosas en su debido lugar, produciendo el milagro de la sanidad interior. Lo hemos visto una y muchas veces. ¿Qué ha pasado para que se produjeran esos maravillosos resultados? Sencillamente que se han cumplido las palabras del Señor Jesús: 



He venido a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos...” (Lc.4.16-18).



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Él con su maravillosa Palabra y el poder de su Espíritu Santo ha actuado en el alma herida, sanándola, liberándola y restaurándola. 



No olvidemos que el apóstol Pablo lo experimentó de una forma milagrosa y gloriosa, convirtiéndose de un enemigo de Jesucristo, perseguidor de sus discípulos en un fiel discípulo suyo y predicador de tan poderoso y sanador mensaje. ¿Por qué? Él mismo lo expresó sin ambages:



Pero la gracia de Dios fue más abundante... Pues fui recibido  a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en Él para vida eterna” (2ªTi.1.12-16) 



No obstante, a muchos les costaba creer que aquel Saulo, perseguidor de los discípulos de Jesús hasta la muerte, hubiera sido transformado convirtiéndose él  mismo en un discípulo (Hch.9.26-27; Gál.1.13-14,23-24).



Lo cierto es que a medida que pasaba el tiempo (no mucho) todos se daban cuenta de lo que le había ocurrido, de tal manera que mientras que  los que habían sido “de los suyos” ahora le perseguían para matarlo, los demás, dijo Pablo: “Glorificaban a Dios en mí” (Gál.1.23-24). Pero a partir de su conversión a Cristo y entender lo que le había pasado, Saulo de Tarso pudo decir: 



“Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante... prosigo a la meta...” (Flp.3.13-14)



Sin embargo, Saulo de Tarso no fue el único que pasó por la experiencia de la conversión, pudiendo dejar su pasado religioso-criminal, atrás. Aunque diferentes los casos y las experiencias, otras muchas personas han experimentado su propia conversión y la sanidad emocional que necesitaban a lo largo de la Historia y abriéndose ante ellos un futuro de vida y de esperanza, antes jamás soñado. 



Mi buen consiervo y amigo, el pastor  bautista, Antonio Gómez Carrasco, -hace años con el Señor- sevillano él, pero afincado en Córdoba desde último de 1966,  me contó la historia de una tía de su esposa, la señora Maruja[1]. Aquella se llamaba Bibiana, a quien después de la guerra le  mataron a su esposo. Además de otras crueldades por ella vividas, esa fue una experiencia que la marcó de forma muy profunda, llenando de odio y amargura su corazón. Era muy evidente que Bibiana veía su reciente pasado como una gran losa pesada sobre ella.



Pero si dura fue la guerra, la posguerra no se suavizó para muchos españoles de la parte perdedora. Pero en medio de ese duro contexto, fue la madre de Bibiana la que primeramente llegó a conocer el Evangelio de Jesucristo y le habló a su familia la cual, uno a uno fueron entregando sus vidas al Señor. Sus corazones fueron sanados y dulcificadas sus vidas a causa del perdón: el recibido de parte del Señor  y el dado a sus enemigos. Sin embargo, Bibiana se resistía mucho. Su amarga experiencia vivida le impedía acercarse “al Padre de los espíritus hechos perfectos” (Heb. 12.23). Pero el Espíritu de Cristo no cejó en su empeño de llevarla  a los pies de Cristo. Así  hasta que, después de mucho resistir, finalmente, le dijo a su madre: “Ya no puedo más, me rindo”; y entregó su vida al Señor Jesucristo. 



Bibiana hizo el descubrimiento más grande de su vida: el amor perdonador, sanador, restaurador y reconciliador de Dios. Desde entonces, todos pudieron ver el gran milagro de la gran transformación que experimentó Bibiana, pues aunque fue tratada mal a causa de su fe por aquellos del bando vencedor, que le mataron a su marido[2] no guardaba rencor hacia ellos: ya no pensaba ni hablaba en términos de odio, amargura y venganza, sino de amor y de perdón. Esto fue posible porque, se cumplió en ella lo que dice la  Sagrada Escritura: 



“Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro.5.5)



Así Bibiana y toda su familia pudieron ser liberados de aquella dureza de su corazón causada por las amargas experiencias vividas en la guerra civil y sus consecuencias y experimentar en sus propias vidas lo que quiso decir el Apóstol Pablo, cuando escribió: “Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Flp.3.13-14). Ese fue un nuevo comienzo y escenario creado por el Espíritu de Dios en la vida de la familia de Bibiana y de ella misma[3]. El gran peso que era su reciente pasado había sido quitado, aligerando así el caminar de sus vidas. 



Pero como dije antes, este es solo un caso de los millones que se podrían contar a lo largo de la historia. Por tanto, nada de lo que hayamos vivido, hecho o nos hayan hecho a nosotros escapa al poder de Dios para obrar el perdón y la sanidad que muchos necesitábamos y otros muchos necesitan. Pero al hablar del perdón, hemos de saber que aunque para las personas es imposible perdonar un gran y terrible mal que nos hayan hecho, basta que con una actitud humilde por nuestra parte, aceptemos la voluntad de Dios y aceptemos perdonar para que el poder de Dios se desate a nuestro favor haciéndolo posible en nosotros. El perdonar es un mandamiento divino. Y hemos de creer que, Dios que dio el mandamiento, dará el poder para cumplirlo. Nada que nos hayan hecho en el pasado, aunque nos haya dejado algunas secuelas, podrá impedir que nos levantemos de nuestro estado de postración y caminemos con la mirada puesta en la meta que nos ha sido propuesta, por el mismo Señor de la gloria. Que así sea.



 



Notas



[1] Por supuesto, en su día pedí permiso para publicarla en una breve reflexión pública y me lo concedió. Antonio Gómez era de los que no dejaban pasar la oportunidad de compartir algo que pudiera servir para ayudar a una vida a encontrar al Señor Jesús.



[2] Después de la guerra, los vencedores se opusieron a todo lo que no estuviera en la línea de lo que se conocía como el “Nacional catolicismo”. Política y religión iban tan de la mano que eran una misma cosa. Así que “los protestantes” no tenían cabida en la recuperación y la nueva construcción de “la Patria”: Ni reconocimiento alguno, ni locales para reunirse ni poder hablar de su fe libremente, y un largo etc. Poco a poco se fueron consiguiendo espacios de libertad, hasta que llegó la llamada “Transición hacia la Democracia”.



[3] Podríamos poner algunos ejemplos más cercanos en el tiempo y, por tanto, más actuales, pero no nos parece prudente hacerlo, por razones obvias. 


 

 


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COMENTARIOS

    Si quieres comentar o

 

jorge varon
02/12/2022
17:10 h
2
 
No se entra al reino de Dios si nos aferramos a cualquier cosa, material o inmaterial : pasado, "bienes materiales", recuerdos etc. La puerta estrecha no permite el ingreso de ningún tipo de equipaje.
 

Alfredo
01/12/2022
09:04 h
1
 
" Dios que dio el mandamiento, dará el poder para cumplirlo..."si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados" Mt 6:15; " y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy." 1 Cor. 13:2. 13; " Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor"
 



 
 
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