Una líder fiel y servicial en la era del narcisismo

Cuando el pasado jueves se transmitió la noticia de la muerte de la reina Isabel II, muchas personas que no esperaban llorar lo hicieron abiertamente.

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Los presentadores de noticias también lloraron. Todos estábamos bastante emocionados. Tanto jóvenes como mayores hablaron de su sentida conexión con la reina y algo más que un mero sentimiento pasó sobre nosotros. Éramos conscientes de que nos habían arrebatado a alguien muy grande y lo sentimos.

Alrededor del mundo, ciudades y naciones expresaron su admiración. El presidente Macron de Francia tuiteó: “La recuerdo como una amiga de Francia, una reina de buen corazón que ha dejado una impresión duradera en su país y su siglo”. Los monumentos icónicos del mundo se iluminaron con sus colores.

¿Cómo es posible que alguien que había vivido una vida de privilegio, muy alejada de la gente común, pudiera inspirar tanto cariño? En un obituario reflexivo, el columnista de The Guardian, Jonathan Friedland, escribió: “Dentro de un marco de privilegio y riqueza heredada que es impactante, ella mostró cualidades de dignidad, devoción al deber e integridad de las que muchos líderes políticos de hoy podrían aprender”.

Su Majestad la Reina Isabel II ascendió al trono en 1952. Durante setenta años ha sido nuestra jefa de Estado. Durante siete décadas de cambios profundos, ha sido una presencia constante en la vida británica y nuestra mejor embajadora en todo el mundo. Joan Bakewell escribe: “Estos cambios sucedieron con éxito debido a un sentido seguro de identidad nacional y continuidad personificado por la presencia constante de la Reina en la vida pública”.

La reina nunca dio a conocer al público sus opiniones privadas, pero dejó claro que tenía una fe cristiana genuina y muy personal. Rara vez faltaba al culto dominical y se sabía que pasaba tiempo en oración todas las noches. En contra del consejo del clero principal, insistió en conocer a Billy Graham y el único libro que permitió que se publicara en su nombre lleva el título, “La reina sierva y el Rey al que sirve”.

Sus transmisiones a la nación a menudo elogiaron el ejemplo de Jesús, especialmente en su mensaje durante la pandemia de Covid-19. Hubo una campaña secular para poner velas en las ventanas para recordar a los muertos, así respondió la Reina: “A medida que cae la oscuridad el sábado anterior al día de Pascua, muchos cristianos normalmente encienden velas juntos. En la iglesia, una luz pasaría a otra, extendiéndose lentamente y luego más rápidamente a medida que se encienden más velas. Es una forma de mostrar cómo la buena noticia de la resurrección de Cristo ha sido transmitida desde la primera Pascua por todas las generaciones hasta ahora. Pero la Pascua no se cancela; de hecho, necesitamos la Pascua tanto como siempre. El descubrimiento de Cristo resucitado en el primer día de Pascua dio a sus seguidores una nueva esperanza y un nuevo propósito, y todos podemos animarnos con esto. Sabemos que el Coronavirus no nos vencerá. Tan oscura como puede ser la muerte, particularmente para aquellos que sufren de dolor, la luz y la vida son más grandes”.

En una era como la nuestra de narcisistas, populistas y farsantes, la reina Isabel nos mostró lo que significa ser una líder servicial fiel. El difunto Gran Rabino del Reino Unido, Jonathan Sachs, la recuerda con sobrevivientes del Holocausto: “Cuando llegó el momento de irse, se quedó. Uno de sus asistentes dijo que nunca la había visto quedarse tanto tiempo después de su partida programada. Le dio a cada sobreviviente, era un grupo grande, su atención enfocada y sin prisas. Estuvo con cada uno hasta que terminaron de contar su historia personal”.

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Creo que así es como debería ser el verdadero liderazgo cristiano. No debemos ser como comandantes de grupos de batalla o ejecutivos de negocios, sino siervos, pastores y mayordomos de las riquezas que Dios ha dado.

Su vida pasó por suficientes crisis y controversias como para inspirar una serie de Netflix y varias películas, y muchas veces me he preguntado por qué no se retiró al campo para disfrutar de sus perros y caballos. Pero como sirvienta de Gran Bretaña y de la Commonwealth, Isabel cumplió con sus deberes hasta solo unos días antes de su muerte. Fidelidad hasta el final: eso es lo más cristiano que puedes conseguir.

Ahora tenemos un nuevo monarca, el rey Carlos III, y todos nos preguntamos cómo será. Sin duda, su madre era una cristiana comprometida, pero a partir de sus discursos y escritos, el compromiso de Carlos es con una “espiritualidad” más amplia. Sabemos que es un hombre serio y que lo dará todo para seguir los pasos de la reina, se ha formado bien, habrá continuidad.

Conocí a Carlos, nos visitó hace unos años cuando abrimos una nueva iglesia y un centro comunitario en Sunderland, al noreste de Inglaterra. Estaba planeado que se quedara durante treinta minutos, pero pronto se convirtió en una hora y media. Se relacionaba con la gente, mostraba un interés genuino y escuchaba con atención. Y parecía divertirse mucho; nos gustó, ¡este no es el final de una era sino el comienzo de una nueva!

Entonces, ¿quizás puedas ayudarnos? En Gran Bretaña, saludamos al nuevo jefe de estado con una aclamación: “¡Dios salve al rey!”, ¿quizás podrías hacer de esta tu oración?

Dave Burke es mentor y orador sobre temas de primeros auxilios de salud mental. Fue pastor en en Sunderland (Reino Unido) durante muchos años.