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Los secretos de Javier Marías

Sus libros tratan sobre el temor de que nuestra vida sea destrozada por esos secretos, que a la mínima oportunidad se pueden convertir en seísmos devastadores.

MARTES AUTOR 97/Jose_de_Segovia 13 DE SEPTIEMBRE DE 2022 08:45 h
Si hay un tema claro en la literatura del Javier Marías (1951-2022) es que las apariencias engañan.

Si hay un tema claro en la literatura del Javier Marías (1951-2022) es que las apariencias engañan. Todos tenemos la experiencia de creer conocer a alguien hasta que de repente, descubrimos algo de esa persona que nunca habíamos imaginado. Como Javier Marías, yo también creo que todos tenemos secretos, cosas que mantenemos ocultas, pero a diferencia de él, sé que un día saldrán a la luz, aunque ahora estén cubiertas por un manto de falsedad y simulación. 



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Hay autores con los que uno tiene una relación especial. Uno ya no lee sus libros solo por su valor literario, sino que hay un vínculo afectivo por el que ya no puedes analizar sus obras, por el valor especifico de cada una, sino que cualquiera de ellas te sirve de entrada a un mundo tan personal como el de tu propia memoria. Ese es mi caso, con la que ahora llaman la generación de los 80, que incluye escritores como el ahora fallecido Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, o Javier Cercas.



Aquellos años veía a Javier en el autobús que me llevaba por la tarde a la Facultad de Filología de la Universidad Complutense, donde él enseñaba teoría de la traducción, al venir de Venecia y volver a vivir con su padre, el filósofo Julián Marías. Yo hacía, entonces, un curso de neerlandés por las tardes, después de intentar compatibilizar el alemán con mis estudios de Periodismo. Como ningunos de los dos hemos aprendido a conducir –siguiendo la tradición familiar, supongo, ya que tampoco lo hacían nuestros padres–, íbamos en un autocar que salía cerca de nuestra calle –él vivía en la parte que se llama Vallehermoso, yo en la de Amaniel–.  



[photo_footer]Javirer enseñaba teoría de la traducción, al venir de Venecia y volver a vivir con su padre, el filósofo Julián Marías.[/photo_footer]



Literatura y periodismo



La literatura y el periodismo han tenido siempre una extraña relación. Hay escritores como Antonio Muñoz Molina que hacen que compre en papel El País para poder sentir en mis manos el placer de leer la letra impresa de sus artículos cada sábado en el suplemento cultural de Babelia. Otros, como Javier Marías, sin embargo, mostraba su lado cascarrabias cada domingo en El País Semanal, que evitaba leer para poder seguir admirando su literatura. A diferencia de muchos, yo apreciaba más a Marías por sus libros, que por sus artículos.



Hay gente que no aguanta una obra de Marías. Les resultan incomprensibles sus obsesiones e insufrible la reiteración de los pensamientos de sus personajes. Yo no sé por qué, pero tengo una extraña debilidad por él. Basta que lea las primeras líneas de cualquiera de sus libros y no pueda dejarlo. Releo sus párrafos una y otra vez, maravillado por su estilo, sensibilidad y tremenda capacidad de observación. 



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La literatura tiene esa capacidad para introducirse en nuestra mente y desvelar nuestros pensamientos. Lo que la mayoría encuentra repetitivo en autores como Javier Marías, hace que algunos nos reconozcamos en las vueltas y revueltas que da nuestra cabeza, lo que no decimos y callamos. Algo que él se pregunta a menudo es qué pasaría si siempre dijéramos lo que pensamos. Yo creo, como Javier Marías, que francamente la vida sería un infierno.



[photo_footer]Las historias de amor y espionaje de Marías hablan de los secretos que todos guardamos.[/photo_footer]



“El joven Marías”



Es imposible concebir al narrador de una historia como Así empieza lo malo sin pensar en “el joven Marías”, como le llamaba Juan Benet, cuando Javier empezó a escribir a los diecisiete años. La relación del protagonista (Juan De Vere) con el matrimonio de un director de cine (Eduardo Muriel y Beatriz Noguera), recuerda, por una parte, al ingeniero anglófilo que cambió la literatura española del siglo XX –Benet, según Marías–, como al tiempo que pasó con su tío Jess en París –el hermano de su madre, que se dedicaba a hacer películas pornográficas y de terror, junto a su compañera, Lina Romay–. Esta es una novela de iniciación, lo que los alemanes llaman bildungsroman, un relato de formación y aprendizaje en la vida.  



Javier viene de una familia excepcional. Su padre, Julián, es probablemente el más brillante discípulo que tuvo Ortega y Gasset, pero al que dio un sentido cristiano que no tuvo su maestro. Aunque era monárquico, fue puesto en la cárcel por republicano en cuanto llegó Franco al poder. Representa “la tercera España”, que no era franquista ni republicana, la gran perdedora de la historia, que nadie ha querido vindicar. Su madre, Dolores Franco, era una mujer inteligente y sensible, que tuvo grandes problemas en la dictadura para publicar su libro España como preocupación. Murió joven de cáncer, en 1977, y su familia no volvió a ser la misma. Los que conocimos a Julián, le recordamos como un viudo anhelante del reencuentro con su esposa en la resurrección. Y Javier estaba tan unido a ella que dejaba cualquier cama, para buscar una cabina de teléfono para hablar con su madre, por la mañana temprano.



En su Negra espalda del tiempo, Javier ha hablado de su hermano muerto en la infancia. Él es el cuarto de cinco hijos, aunque el mayor falleció de pequeño. Tenía solo 70 años cuando ha fallecido ahora de neumonía. No sé si el genio es algo genético, pero todos ellos son a cuál más brillante: Fernando es uno de mejores historiadores del arte, vinculado al Prado y especializado en Velázquez; Miguel es un economista que se convirtió en el más impresionante crítico de cine que ha habido en este país; y Álvaro es un músico especializado en barroco, que escribe sobre música clásica lo que no es capaz de decir con su boca, ya que es conocido por sus pocas palabras.



[photo_footer]Javier era el cuarto de cinco hijos en una familia, a cuál más brillante.[/photo_footer]



Aquellos años 80



A principios de los años 80, España estaba todavía en transición a la democracia. Se renuncia a la memoria de la guerra y se inician una serie de cambios que traerán leyes como la del divorcio –promovida por la UCD de Fernández Ordóñez–. La historia del desdichado matrimonio de Así empieza lo malo es incomprensible sin saber que antes, uno se casaba para siempre. Esto lo cuenta, además, alguien que ha sido soltero hasta hace muy poco, como Javier, que era hijo de un matrimonio muy unido, aunque ella muriera tan joven. 



La Transición fue una época de “chaqueteo”, cuando franquistas de toda la vida se presentaban como demócratas. Hasta el punto de que algunos que habían delatado a otros, por no ser suficientemente afectos al régimen, se congratulaban por el final de la dictadura, presumiendo de ideas liberales –caso de Cela–. Mientras que el padre de Javier era despreciado como alguien de derechas, cuando Franco lo había metido en la cárcel por una falsa acusación que hizo que fuera represaliado como republicano. Por eso, cuando rechazó el Premio Nacional de Narrativa en 2012, el autor de Los enamoramientos dijo: “Si mi padre no había merecido un Premio Nacional, yo tampoco”.  



El pediatra Van Vechten oculta así, en ese libro, su ominosa conducta durante el franquismo, pretendiendo haber ayudado a las víctimas de la dictadura. La reconversión acelerada de múltiples biografías no solo logra ocultar la Historia pasada, ante el dictado peaje del silencio, sino que reinventa supuestas heroicidades antifranquistas. Así Javier Cercas se pregunta en El Impostor cómo Enric Marco no solo pretendió ser superviviente de un campo de concentración nazi, sino que llegó a ser secretario general del sindicato anarquista de la CNT, a finales de los setenta, por su imaginada actividad contra la dictadura. El país entero, parecía haberse instalado en la impostura. 



¿Mentimos, más que hablamos?



Si la Transición se basa en la ocultación y la mentira es porque nuestras vidas se sustentan sobre al autoengaño de una falsedad tantas veces repetida, que nos acaba pareciendo cierta. Lo que un escritor como Cercas descubre es que “la ficción salva, pero la realidad condena”. Es como si “necesitáramos la ficción para seguir viviendo”. Puesto que “aquí todo el mundo se inventó un pasado antifranquista”, como Marco, “para soportarse”. Ya que “él es, de algún modo, lo que somos todos”.



[photo_footer]En sus dos últimos libros Marías nos introduce en la vivencia interior de un matrimonio donde los esposos resultan unos extraños, el uno para el otro.[/photo_footer]



Historias como la de El impostor y Así empieza lo malo nos hablan de “nuestra insaciable y humillante necesidad de ser queridos, aceptados, admirados”, dice Cercas. “Habla de que todos somos un poco actores”, puesto que “todos somos novelistas de nosotros mismos”. Mentimos, más que hablamos, como dice el dicho popular. “Y ofrecemos a los demás una imagen que no siempre es la verdadera”. El problema es que, “al final, hay que afrontar la verdad”. 



Cuando Muñoz Molina intenta entender al asesino de Martin Luther King, vuelve a la Lisboa de los años 80, donde no solo estuvo el criminal que protagoniza su novela Como la sombra que se va, sino también él, cuando escribía el libro de Invierno en Lisboa. Y lo que descubre es su propia culpa, las mentiras a su mujer y la distancia de su hijo recién nacido, buscando huir de una realidad que le resultaba anodina, el peso de una carga familiar, que le lleva a desear una vida distinta. 



¿A quién pretendemos engañar?



Se identifica así Molina con el propio King y su amante furtiva, Georgia Davis, que le sigue de ciudad en ciudad y está también con él, la última noche, en el Lorraine Motel. Algo que los cristianos preferimos no escuchar, porque la honestidad de estos libros contrasta con nuestras pretensiones de creernos mejores que los demás, libres de toda infidelidad. Creemos que nuestro lenguaje espiritual puede ocultar la realidad de lo que somos, cuando la Palabra de Verdad descubre nuestra impostura.     



Las historias de amor y espionaje de Marías hablan de los secretos que todos guardamos, aquello que no decimos y callamos. En sus dos últimos libros, Berta Isla y Tomás Nevinson, se introduce en la vivencia interior de un matrimonio donde los esposos resultan unos extraños, el uno para el otro. Muestra la opacidad por la que nunca podemos estar seguros de lo que el otro piensa y quién realmente es. 



La desgraciada pareja de Así empieza lo malo oculta un pasado que no puede borrarse, aunque no haya llegado a emerger públicamente. Cuando el relato se vuelve predecible, lleno de diálogos vacíos y cuestiones intrascendentes, aparece la verdad, secuestrada por intereses espurios. Se oculta por razones legítimas de protección, pero también se calla por la prudencia de los efectos que supondría revelarla. Y el rencor que desata no haberla sabido antes.



Dice Jesús que “no hay nada oculto que no haya de ser manifiesto, ni secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz” (Lucas 8:17). Los libros de Javier Marías son sobre la verdad y la mentira, los secretos y sus desvelos, el dilema entre saberlos y descubrirlos, o saberlos y callarlos. Tratan sobre el temor de que nuestra vida sea destrozada por esos secretos, que a la mínima oportunidad se pueden convertir en seísmos devastadores. 



[photo_footer]Los libros de Javier Marías son sobre la verdad y la mentira, los secretos y sus desvelos, el dilema entre saberlos y descubrirlos, o saberlos y callarlos.[/photo_footer]



El que todo lo ve



La Biblia nos enseña que solo el Autor de la vida nos conoce mejor de lo que nos conocemos a nosotros mismos. A Él no le podemos engañar. Sabe la realidad de nuestra vida. Y es por eso por lo que solo Él puede juzgarnos justamente. Algunos creyentes, sin embargo, piensan que tienen el absurdo cometido de discernir quiénes podrán pasar ese juicio, según los frutos y evidencias que ellos creen poder ver por su mera apariencia externa. Ciertamente la ignorancia es atrevida. Necesitamos ser más humildes y reconocer que “el Señor conoce a los suyos” (2 Timoteo 2:19).



La ley de Dios es como un espejo (Santiago 1:23), que pone en evidencia lo que somos. La tentación es rehuir la mirada y pretender que no somos tan malos como otros, pero ante los ojos de Dios, todos somos declarados faltos (Romanos 3:20). A Él, no le podemos engañar. Sabe la realidad de lo que hacemos, pensamos y decimos.



¿Somos lo que decimos? ¿Por qué hacemos lo que hacemos? “Dios traerá toda obra a juicio, junto con todo lo oculto, sea bueno o sea malo, dice el Predicador (Eclesiastés 12:14). El sabe lo que hay en nuestros corazones (1 Samuel 16:7) y escucha todas nuestras palabras (Mateo 12:36). Oye y ve todo. No estamos solos con nuestros secretos. 



“Hay muchas cosas en la vida que no quiero poner bajo los ojos de Cristo –dice Sproul–. Aunque sé que para Él nada está oculto. El me conoce mejor que mi mujer. Y sin embargo, me ama. Es lo más maravilloso de la gracia de Dios. Una cosa sería que nos amara si le podemos hacer creer que somos mejores de lo que somos, pero a Él no le podemos engañar. Sabe todo lo que se puede saber de nosotros, incluso aquello que destruiría nuestra reputación. Conoce en detalle y al momento cada esqueleto que guardamos en el armario. Y sin embargo, nos ama.”


 

 


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COMENTARIOS

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Maximo
18/09/2022
21:21 h
3
 
Gracias, estimado hermano José. Siempre encuentro en tus comentarios y en la diversidad de programas de radio, el lado real en el trato de los temas y de las personas objeto de tus análisis y comentarios. Tu habilidad y honestidad a la hora de presentar a los personajes, hace que veamos de ellos o solo los dichos, las buenas obras y la voluntad de servir al Señor; también nos ayudas a ver los ángulos oscuros de los tales y eso trae un aprecio y un respeto y aprecio equilibrado de aquellos.
 

Rogelio Prieto Durán
14/09/2022
08:50 h
2
 
Una vez más, muchas gracias Jose.
 

Alfredo
14/09/2022
08:36 h
1
 
Gracias, José de Segovia, que nos recuerda tantas verdades, nuestra impotencia y la omnipotencia de Dios: "por las obras de la ley ningún ser humano será justificado" sino por el amor de Dios que ha sido derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Antes de recibir ese amor toda la fe es nada (1 Cor,13:2), la esperanza no avergüenza si el amor de Dios está en nuestro corazón para que la fe sea viva, un acto de amor en sí , fe justificante y no fe sola ( Lucas 7:47).
 



 
 
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