Pensar en plural

El cantante Marcos Martins llegó a la final del concurso La Voz, de la cadena española Tele5. Fue admirado por todos por su talento musical, pero sobre todo destacó su manera de encarar todas las dificultades, las votaciones, la propia competición  con los demás concursantes, la tensión de las actuaciones, etc. Su “maestro” en el programa, Alejandro Sanz destacó la paz que irradiaba en todo momento, una mansedumbre que hacía que todos se sintieran tranquilos a su alrededor. Alejandro hablaba de algo “espiritual” y no le faltaba razón, la Biblia nos enseña algo que Marcos, como hijo de Dios, sabe: que la mansedumbre es parte del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22-23).

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¿Qué significa ser manso? ¿Cómo vivir lleno de paz cuando todo a nuestro alrededor se derrumba? ¿Cómo saber reaccionar cuando amigos y enemigos parecen haberse “vuelto locos”? La palabra de Dios nos asegura que Él nos acompaña siempre, incluso cuando todo parece descontrolarse. Cuando el mundo se tambalea, podemos vivir tranquilos porque sabemos que nada se escapa de las manos del Creador: su Espíritu nos enseña a orar y a depender de su poder sin tener que desesperarnos nunca. Vivimos tranquilos porque nuestro objetivo no es en primer lugar lo que nos pasa a nosotros, sino lo mejor para todos; nos encanta regalar a los demás la paz que Dios ha puesto dentro de nuestro corazón.

Por eso cuando el Espíritu de Dios nos llena somos capaces de vivir siendo mansos. ¡Algo que muy pocos comprenden! Porque la mansedumbre es crucial en las relaciones familiares, en la amistad, en cualquier tipo de situación en la vida, en los conflictos ¡en el día a día de nuestro trabajo y en las relaciones humanas!. Si todos defendiéramos lo nuestro, el mundo sería siempre un caos. Si nuestros deseos tienen que ser cumplidos a cualquier precio, la humanidad no tardará mucho en autodestruirse.

El mundo necesita a los mansos, porque una persona mansa piensa siempre en plural y pocas veces en singular. 

¿Es posible vivir así? ¡Claro que sí! Dios mismo nos llena con su Espíritu para hacerlo, porque cuando le tenemos a Él, nuestros deseos son satisfechos de una manera trascendental; la promesa del Señor nunca falla: “No tendrán hambre ni sed, ni los molestará el sol ni el calor, porque yo los amo y los guío, y los llevaré a manantiales de agua, abriré un camino a través de las montañas y haré que se allanen los senderos” (Isaías 49:10-11).

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Cuando pensamos en los demás, nos parecemos a nuestro Padre celestial. Cuando llenamos de paz nuestro alrededor, ayudamos a sanar las relaciones y a restaurar a las personas que necesitan aprender a vivir. Cuando nos sabemos amados por el Creador somos capaces de sumergirnos en su gracia para acompañar a quienes están solos. Ayudamos a hacer brotar agua en los desiertos de la vida y a allanar los senderos tortuosos. Aprendemos a vivir más en plural y menos en singular.