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Trabajar por la libertad en un mundo de explotación y trata

¿Hasta qué punto priorizamos nuestras normas culturales y religiosas en detrimento de la libertad de amarnos y servirnos unos a otros que trae la nueva creación de Cristo? Por Marion Carson.

LAUSANA 04 DE AGOSTO DE 2022 12:30 h

Llegó a Glasgow vía Londres en un autobús nocturno. Con una taza de café caliente en nuestro centro de acogida en el centro de la ciudad y con la ayuda de un voluntario que hablaba su idioma, pudo contarnos parte de su historia.[1]



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Había salido de África hacia Europa para escapar del terrorismo y la guerra en su país y había conseguido llegar a Bélgica. Tenía la esperanza de poder solicitar asilo, asimilarse a la cultura y ganarse la vida en Europa. Pero, como tantos otros, se encontró vulnerable a la explotación. Se alegró mucho cuando un granjero belga le ofreció empleo y trabajó duro para él durante muchas semanas. Le dieron un alojamiento muy básico, junto con otros, y le proporcionaron comida. Al principio parecía un buen arreglo, pero pronto se hizo evidente que el granjero no tenía intención de pagarle. Cuando pidió su salario, fue tratado displicentemente.



Así que decidió marcharse, pero ¿a dónde podía ir? Optó por el Reino Unido, y llegó a Glasgow, sin conocer a nadie y sin hablar una palabra de inglés. Tras varias noches durmiendo a la intemperie, estaba exhausto, hambriento y desconcertado.



Hay víctimas de la explotación y la trata en todo el mundo. Muchas han sido explotadas mientras escapaban de la persecución religiosa o étnica o, como este hombre (lo llamaré Thierry), huyendo de la guerra. Y su número está destinado a aumentar. Mientras escribo, más de tres millones de personas han tenido que abandonar Ucrania como consecuencia de la invasión de su país por fuerzas rusas. En su desplazamiento y desesperación, son muy vulnerables a la explotación por parte de traficantes de personas que saben a quiénes apuntar. Ya se ha informado de que muchos niños han desaparecido en la frontera ucraniana-polaca.[2]



En nuestro centro de acogida, tenemos el privilegio de poder trabajar con víctimas de la explotación, conocer algo de sus historias y ayudarlas de la mejor forma posible. En el caso de Thierry, pudimos ayudarlo a encontrar el apoyo adecuado, y me complace informar que su vida ha dado un giro. Ha iniciado el largo camino de aprender a vivir con el trauma de su pasado y con la esperanza de tener una vida más estable.[3]





Digo que es un privilegio para nosotros, y de hecho lo es. Pero somos muy conscientes de que estamos arañando la superficie de lo que es una situación trágica para millones de personas en todo el mundo. También somos muy conscientes de que estamos enfrentando los daños causados por quienes explotan a otros, sirviendo a personas cuyas vidas han sido destrozadas por delincuentes que solo las ven como mercancías.



Nuestro ministerio, como tantos otros, trabaja con víctimas de la explotación y la trata de personas. Contamos con el generoso apoyo financiero de iglesias y muchos voluntarios que dan de su tiempo para escuchar y acompañar a personas como Thierry. Sin embargo, preferiríamos que esa explotación ni siquiera se produjera. Y creemos que es responsabilidad de los cristianos no solo trabajar con las víctimas, sino ayudar a prevenir ese sufrimiento en primer lugar.



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Pero ¿cómo pueden hacer esto cristianos individuales y comunidades eclesiásticas? Para muchos, puede parecer un problema que está «ahí fuera», muy alejado de nuestra experiencia cotidiana. Sabemos que hay personas como Thierry, y nos encantaría evitar más sufrimiento, pero ¿qué podemos hacer ante un problema tan enorme que afecta a millones de personas en todo el mundo?



Aprender de la historia



Podemos aprender mucho de los cuáqueros de Estados Unidos antes de la guerra civil, que tanto hicieron por denunciar la injusticia de la esclavitud.[4]En su época, la esclavitud era la norma, y muy pocos la habían cuestionado. La mayoría de los cristianos daban por sentado que podían poseer esclavos, y encontraban apoyo a su opinión en las Escrituras. Los cuáqueros, sin embargo, empezaron a cuestionarlo: ¿cómo podía ser compatible la propiedad de esclavos con los principios bíblicos de libertad e igualdad? Comenzaron a oponerse a los valores y normas de la cultura imperante, tanto dentro de la iglesia como en la sociedad en general.



Para ellos era fundamental la llamada «Regla de Oro»: «Así que en todo tratad a los demás tal y como queréis que ellos os traten a vosotros. De hecho, esto es la ley y los profetas» (Mt 7:12). Se dieron cuenta de que a ellos no les gustaría ser esclavizados, por lo que no podían imponerlo a los demás. Inevitablemente, su postura suscitó críticas y hostilidad, en particular por parte de cristianos que encontraban apoyo a la esclavitud en los escritos bíblicos.[5] No obstante, se enfrentaron a la cultura imperante, tanto en la sociedad como entre los cristianos, y desempeñaron un papel importante y crucial en la historia de la abolición.



También para nosotros, la máxima «tratad a los demás tal y como queréis que ellos os traten a vosotros» puede ser el impulso para hacer algo con respecto a la esclavitud actual. Tal vez la forma más obvia sea apoyar y participar en servicios que permitan a personas como Thierry construir una nueva vida para sí mismos. Podemos llevar el amor de Dios a las vidas de quienes han experimentado años de explotación y de ser tratados como mercancías. Pero también hay mucho que podemos hacer para ayudar a prevenir la explotación y la esclavitud. Al igual que los cuáqueros, podemos unirnos a la tradición profética de buscar la justicia y la misericordia, y decir la verdad al poder.[6] Al igual que los cuáqueros, podemos hacer campaña contra la injusticia que supone el tráfico de seres humanos y participar en actividades de sensibilización. Podemos denunciar la mercantilización de seres humanos y presionar a los que están en el poder. Podemos boicotear a las empresas cuyos bienes son producidos por personas explotadas.



[photo_footer]Esclavos trabajando en Virginia en el siglo XVII.[/photo_footer]



Pero no basta con identificar y tratar los signos y síntomas de cualquier enfermedad. Es importante abordar las causas. Y las causas de la trata de personas son muchas y complejas: la falta de oportunidades, el capitalismo y la desigualdad (racial, social, religiosa y de género), entre otras.[7] Se trata de cuestiones políticas, por supuesto, y hay muchos cristianos que intentan cambiar las cosas a este nivel. Pero muy a menudo, la causa raíz es mucho más profunda. La gente se encuentra explotada debido a fallas humanas: la codicia y el ansia de poder sobre los demás. Y aquí los cristianos ciertamente tienen algo que decir, porque la tradición profética que resuena en todo nuestro canon de las Escrituras, y en la que se encuentra el propio Jesús, nos advierte contra estas mismas cosas.



Examinarnos a nosotros mismos



Para que nuestro mensaje sea creíble, debemos primero, sin duda, examinarnos a nosotros mismos. En primer lugar, debemos preguntarnos sobre nuestra actitud hacia el dinero y las posesiones. ¿Nos mueve el amor al dinero o el amor a Dios? Jesús es claro: no podemos servir a Dios y a las riquezas (Mt 6:24). Para los cristianos que viven en culturas materialistas, esta cuestión puede ser especialmente difícil de afrontar.



Pero las causas de la explotación humana son mucho más que cuestiones económicas. La explotación de los demás también se ve facilitada por suposiciones sobre las personas. Es mucho más fácil explotar a alguien si creemos que es inferior a nosotros por su raza, religión, condición social o género. Gran parte de la explotación sexual comercial de las mujeres se produce porque se las considera meros objetos, por ejemplo, y muchas personas son vistas como mercancías porque se considera que provienen de una raza o religión inferior.[8]



De modo que debemos examinarnos a nosotros mismos sobre esto también. Las actitudes hacia la raza, la religión, la condición social y el género están muy ligadas a la cultura y, a lo largo de la historia del cristianismo, los cristianos han luchado por saber cuándo debemos adherirnos a las normas de la cultura imperante y cuándo debemos cuestionarlas. A veces esto ha causado grandes problemas dentro de la propia iglesia, como en el caso de la esclavitud.



La dificultad también aparece en las Escrituras, no solo en los profetas del Antiguo Testamento y en la postura de Jesús contra los líderes religiosos de la época, sino en la propia iglesia primitiva, como, por ejemplo, en la carta a los Gálatas. En Galacia, la iglesia estaba siendo asediada por personas que exigían que los gálatas debían seguir ciertas prácticas religiosas junto a afirmaciones de que quienes no lo hicieran debían ser considerados religiosamente inferiores. Pablo argumentó enérgicamente en contra e insistió en que se trataba de un intento de someterlos a un «yugo de esclavitud» (Gá 5:1). Se opuso a la idea de que los creyentes de orígenes paganos, y no judíos, eran cristianos inferiores.



Además, amplió los parámetros de su argumento y declaró que en el bautismo todos son iguales: «Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús» (Gá 3:28). Estas famosas palabras no significan que Pablo dijera que las diferencias raciales, sociales y de género deben ser completamente ignoradas. Lo que dice es que los presupuestos culturales y religiosos que pueden gobernar nuestro pensamiento, y de cuya influencia no somos necesariamente conscientes, pueden llegar a dominar nuestras comunidades al punto que nuestra capacidad de amarnos unos a otros puede verse comprometida (Gá 5:6).





Responder al desafío



Las palabras de Pablo nos desafían a reflexionar sobre nuestras propias actitudes con respecto a la raza, el género y la condición social en nuestras iglesias. ¿Vemos realmente a los demás como iguales? ¿Hasta qué punto priorizamos nuestras normas culturales y religiosas en detrimento de la libertad de amarnos y servirnos unos a otros que trae la nueva creación de Cristo?



Estas pueden ser preguntas difíciles dentro de las iglesias, pero las ignoramos por nuestra cuenta y riesgo, ya que, si nuestras comunidades no ejemplifican lo que queremos defender para el resto del mundo, nuestra voz profética en la sociedad en general solo puede debilitarse. Es vital que nosotros, los cristianos, estemos dispuestos a examinar con humildad y oración nuestras actitudes con respecto al dinero y las posesiones, la condición social y las diferencias de género, etnia y religión (incluidas nuestras diferencias teológicas) si queremos ser testigos creíbles de la justicia social en nuestro mundo. Como mínimo, debemos estar dispuestos a reconocer nuestras propias debilidades y prejuicios e intentar comprender en qué aspectos nuestras culturas han comprometido nuestra capacidad de amar a nuestro prójimo, aun dentro de nuestras propias comunidades.



Es un privilegio formar parte de la vida de Thierry y ver cómo recupera la esperanza. Pero nuestras responsabilidades no terminan ahí. También tenemos la obligación de abordar las causas de la trata de personas, siendo una voz profética contra los valores y las normas del mundo en el que la esclavitud puede florecer. Sin embargo, para que nuestra voz sea eficaz, primero debemos estar dispuestos a examinar nuestros propios valores y preguntarnos: ¿hasta qué punto nuestras comunidades están a la altura de las normas que nosotros mismos defendemos? Se necesita valor, como bien sabían los cuáqueros, para desafiar las normas aceptadas, incluso y quizás especialmente dentro de la iglesia. Pero, si queremos tener una voz profética en este mundo y ayudar a prevenir la esclavitud y la explotación de personas como Thierry, primero debemos examinarnos a nosotros mismos.[9]



 



Marion Carson es capellana en la Galsgow City Mission, además de teóloga y profesora. También trabaja como investigadora principal en el International Baptist Theological Study Centre, en Ámsterdam.



Este artículo apareció por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.



 



Notas




[1] La autora sirve como capellana en la Glasgow City Mission, en Glasgow (Escocia). 



[2] Sue Mitchell, ‘Ukraine: Thousands of vulnerable children unaccounted for’ BBC News, March 11, 2022. 



[3] Sobre la ayuda médica y psicológica que necesitan las personas traficadas, ver Hemmings, S., Jakobowitz, S., Abas, M., et al. ‘Responding to the health needs of survivors of human trafficking: a systematic review,’ BMC Health Services Research 16 No 1. 2016, doi:10.1186/s12913-016-1538-8. 



[4] Sobre el abolicionismo de los cuáqeros, ver Brycchan Carey and Geoffrey Plank (eds) Quakers and Abolition (Champaign: University of Illinois Press, 2018). 



[5] Ver más, Marion L.S. Carson, Human Trafficking the Bible and the Church: An Interdisciplinary Study (Eugene, OR: Cascade, 2016). 



[6] Ver Kevin Bales, Ending Slavery: How We Free Today’s Slaves (Berkeley: University of California, 2007). 



[7] Annalisa V. Enrile, Ending Human Trafficking and Modern Day Slavery: Freedom’s Journey (Thousand Oaks: Sage Publications 2018, 51-70). 



[8] Sobre las varias formas de esclavitus contemporánea, ver Trafficking in Persons Report, producido cada año por el Departamento de Estado de los Estados Unidos. 



[9] Nota del editor: Ver el artículo de Abraham (Abey) George “El tráfico de seres humanos y la respuesta de la iglesia global” en el número de enero 2014 del Análisis Mundial de Lausana. 



 

 


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