En mi denuncia quiero mostrar que necesitamos una evangelización que, junto a una llamada a la conversión y a un encuentro personal con Dios, clame contra las injusticias humanas y rechace la vivencia de un cristianismo que nos consuela de forma pasiva ante las problemáticas del mundo y que, en cierta manera, con nuestro silencio insolidario, nos convierte en cómplices del escándalo del mundo con sus desigualdades, marginaciones, exclusiones y opresión de los débiles. El Evangelio no puede ni debe ser para nosotros como un tufillo de cloroformo que nos adormece, paraliza y tranquiliza. Sería un evangelio creado a nuestra medida y para nuestra satisfacción convirtiéndonos en irresponsables... Yo denuncio.
Por eso,
al compartir la Palabra no se debería evitar el entrar en cierto conflicto con las injusticias humanas, el entrar en choque contra las estructuras humanas que marginan, empobrecen y roban dignidad, el nadar contra corriente y en contracultura con los valores consumistas. El Evangelio no es aséptico en cuanto a las problemáticas humanas, no es un consuelo a los asistentes a los templos para que se queden pasivos y las cosas sigan como están. Sería caer en el pecado de omisión, sería comportarse como el sacerdote de la parábola del Buen Samaritano. Sería ir desprendiendo un tufillo religioso, presas del ritual, pero un ritual que no nos convierte en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Yo denuncio.
Es por todo esto que muchas veces he insistido en lo que de promoción humana tiene la evangelización, ya que se hace ante el prójimo, ante el hombre que está oprimido, ante hombres empobrecidos y privados de su dignidad en cantidades y cifras que son de escándalo humanitario. Muchas veces he dicho que
la evangelización no es sólo anuncio, sino también denuncia y que, por amor a los hombres a los que se evangeliza, debe ser una evangelización de talante crítico a favor de los hombres, pues el lugar sagrado por excelencia para Dios no es el templo, ni el ritual, ni la celebración de las fiestas solemnes, ni los rincones de oración, sino el hombre. Si nuestro credo o ritual no está avalado por la misericordia y la justicia, Dios rechaza nuestros cultos, nuestros intentos evangelísticos, oraciones y fiestas de guardar, aunque las dediquemos a darnos golpes en el pecho. No más evangelización de espaldas al dolor de los hombres. Yo denuncio.
Una evangelización acrítica, no denunciadora, que no considere la fuerza evangelística del compromiso y de la acción social, que no busque la justicia y la práctica del amor y de la projimidad entre los hombres, no es auténtica evangelización. Sale de nuestros labios y se hiela antes de llegar al corazón de las gentes, se congela o se pudre, desprendiendo un fuerte olor a putrefacción, antes de entrar por los oídos de escucha de las poblaciones. La pena es que hoy, a muy pocos interesa una evangelización auténtica, integral y comprometida, ni en la iglesia evangélica ni tampoco en la católica. A veces son sólo paños calientes para atraer a las gentes a rituales vacíos en donde se da un consuelo que acaba induciendo al pecado de omisión.
A la iglesia le da miedo denunciar al sistema y se cobija debajo de él, recibiendo prebendas temporales a pesar de todas las injusticias, contradicciones y opresiones del sistema mundano. Yo denuncio.
Hay que despertar a una nueva evangelización célico-terrenal que intente cambios en el mundo a favor de los hombres empobrecidos y oprimidos, sin perder su mirada en la Nueva Jerusalén. Yo no sé como se puede leer la Biblia e interpretarla de una forma tan pasiva y de búsqueda de autoconsuelo, como si la Biblia no nos retara a un compromiso radical con el hombre, con el prójimo oprimido. Así,
desde estas formas de interpretación cómodas e insolidarias, además de meternos en el pecado de omisión de la ayuda, nos separa de los valores del Reino. Es por eso que podemos vivir contentos y consolados ante iglesias con valores del antirreino y con vivencias de la espiritualidad cristiana de autoconsumo y autodisfrute... y la evangelización sufre. No es consecuente con los valores bíblicos, flaquea ante sonidos que parecen celestiales, pero que, al dejar de ser solidariamente terrenales, se convierten en ruidos molestos a los oídos de Dios mismo... y Dios no responde a nuestra evangelización. Se da el sonoro silencio de Dios en muchos ambientes en los que esperaríamos frutos evangelísticos. Ese silencio del Altísimo es su grito de denuncia. Yo denuncio.
A veces parece que en la evangelización estamos defendiendo los intereses de nuestra iglesia, de nuestro grupo, de nuestra denominación, de nuestra confesión religiosa, pero
raramente se ve una evangelización comprometida igualmente con Dios en su grandeza y con el hombre en sus miserias, con el hombre sufriente, con aquellos que fueron objeto de la misericordia de Jesús. Es como si, a veces, pareciera que la evangelización se puede hacer despojada de la misericordia, despojada de la búsqueda de la justicia. Como si la evangelización fueran sonidos de ángeles y de trompetas divinas que suenan de espaldas al dolor de los hombres, sin considerar los valores del Reino en lo que tienen de recuperación de los últimos, en lo que tiene de inversión de valores a favor de los proscritos e injustamente tratados, a la vez que se olvidan también los Derechos Humanos como si fueran algo político que no encaja en la Biblia. Yo denuncio.
Lo primero que tiene que hacer la evangelización con plena conciencia, es darse cuenta que tiene que partir del reconocimiento, no sólo verbalizado, sino expresado con acción comprometida, de la plena y universal dignidad humana. No sea que algún día nos acerquemos al ritual y se nos eche fuera diciéndonos que antes nos reconciliemos con nuestro hermano. La gran tarea de predicar el Evangelio a todo el mundo, esa
gran comisión de que algunos hablan en relación con la evangelización, no se cumple solamente con un esfuerzo para que a través de alguna radio, alguna voz humana o alguna hoja impresa llegue a los rincones del mundo. Esa radio, esa voz humana o esa hoja impresa, deben ir precedidas, acompañadas y seguidas por el compromiso consecuente de los cristianos en el mundo, siguiendo el ejemplo de Jesús. Si no, convertiremos el Evangelio en un evangelio al que se le han cortado violentamente los valores del Reino y los compromisos de misericordia. Evangelio mutilado y alicortado.
Hay que rescatar el Evangelio del samaritano, el que fue capaz de compartir la vida, el pan y la Palabra... aunque haya que comenzar de nuevo la evangelización del mundo.
Por tanto, yo denuncio...denuncio... denuncio... denunciad conmigo.
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