Lo que parecía ser la resta de la dispersión, se convirtió en la ganancia de la cesión.
Una de las asignaturas que nunca estuvieron entre mis favoritas fueron las matemáticas, junto con su hermana la física, aunque ni de lejos despertaban en mí el rechazo que me producía la gimnasia, la cual era una verdadera tortura. ¡Ay, el potro! Cada vez que tocaba saltarlo era como si estuviera ante el peor monstruo de la pesadilla más terrorífica imaginable. Un literal potro de tormento para mí. Por eso, ¡qué envidia me daba aquel muchacho que cuando llegaba la hora de la gimnasia se quedaba aparte, sin participar! Ignoro cuál era la razón por la que estaba exento, tal vez debido a alguna prescripción médica, pero cuánto hubiera yo dado por poder estar en su lugar. En cambio, ¡qué deleite suponía para algunos de mis compañeros aquella hora de la gimnasia! Ellos tenían agilidad, confianza y fuerza para superar las pruebas físicas, haciéndolo de manera magistral, sin despeinarse siquiera.
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Pero las matemáticas tenían la ventaja de que no requerían destreza física, sólo mental, aunque tal vez la misma inquina que en mí despertaba la gimnasia, despertarían las matemáticas en los entusiastas de la gimnasia. Los números se regían por una lógica rigurosa que, si se observaba, te llevaba a encontrar la solución al problema propuesto. De ahí que la incógnita se pudiera despejar, si se tenía en cuenta el orden de los pasos a seguir y se había entendido el planteamiento del problema.
En la escuela pronto aprendimos que una de las leyes elementales de las matemáticas es que la suma significa aumento, mientras que la resta supone disminución. Eso era inmutable e inamovible, lo cual era un fundamento sólido sobre el cual construir cuestiones más complejas. Ya se tratara de las operaciones más simples o de las ecuaciones más complicadas, todas obedecían a esa ley invariable.
Pero resulta que ese principio matemático no solamente era válido para los números, sino que también lo era para otros aspectos de la vida. De hecho, se puede decir que este mundo se mueve de acuerdo a dicho principio, porque lo que suma es lo que vale y lo que resta es lo que no vale. La ley de adición y sustracción de las matemáticas se convierte así en una filosofía, en un modo de entender la vida. De esa manera, el objetivo número uno de la existencia es conseguir sumar y evitar restar. Lo primero es ganancia, lo segundo es pérdida. Si sumo seguidores, gano; si resto seguidores, pierdo. Si sumo ingresos, gano; si resto ingresos, pierdo. Si sumo visitas, gano; si resto visitas, pierdo. Por supuesto, el mundo de los negocios y del dinero, tan pragmático, funciona de acuerdo a esta lógica aplastante y cualquier cosa que la contravenga será considerada anatema.
Sin embargo, hay otras matemáticas que funcionan al revés, según el principio de que repartir es ganar y retener es perder. Parece una locura, pero eso es lo que dice el siguiente tweet de Dios: ‘Hay quienes reparten y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.’ (Proverbios 11:24). La palabra que se ha traducido “reparten” es esparcir, sinónima de dispersar, que es justo lo contrario de retener. Por tanto, pareciera natural pensar que esparcir y dispersar es un desperdicio, un desaprovechamiento total, algo propio de insensatos. Y por otra parte, pareciera que retener, y cuanto más mejor, es pura ganancia y, por tanto, algo propio de sensatos. Así lo estipulan las matemáticas normales. Pero es que en este tweet de Dios se está contemplando otro tipo de matemáticas, que son las matemáticas al revés, que funcionan en sentido opuesto a las matemáticas normales.
Los personajes de Abraham y Lot ofrecen un claro ejemplo de cómo funcionan las matemáticas normales y las matemáticas al revés. Llegó un momento en el que ambos habían sumado y acumulado tanto ganado, que la tierra no era suficiente para ser compartida por los dos. Hasta aquí, las matemáticas normales se habían cumplido al pie de la letra, porque cordero tras cordero, asno tras asno, buey tras buey, los números habían ido en aumento progresivamente, para beneficio de ambos. Pero tanto aumento requería más territorio. Y entonces fue cuando hubo que tomar una decisión. Y aquí es donde Abraham, el jefe del clan y con derecho a escoger primero, va a ceder ese derecho a su sobrino. En ese momento, viendo Lot la rica vega de la llanura y las posibilidades que ofrecía, de mucho beneficio, la escogió. Era un negocio redondo, donde sumar sería la norma. Por supuesto, Abraham se quedó sin la fértil vega, lo que indicaba que al ceder, había restado, es decir, que había salido perdiendo.
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Pero el tiempo pasó y lo que parecía que iba a ser la suma de la retención, se convirtió en la resta de la disminución, porque Lot tuvo que salir por pies de Sodoma, donde todo, incluido su patrimonio, fue devorado por las llamas. Abraham, en cambio, nada más efectuar la cesión, recibió la promesa de parte de Dios de que todo lo que veía sería para él y su descendencia, lo cual andando el tiempo se cumplió. Y lo que parecía ser la resta de la dispersión, se convirtió en la ganancia de la cesión. De hecho, Lot salvó su vida por los pelos, gracias a ser sobrino de su tío. Y así fue como las matemáticas al revés se hicieron patentes en las vidas de estos dos personajes. Unas matemáticas que siguen rigiendo, contra la lógica y el razonamiento humano.
La pregunta es: ¿qué tipo de matemáticas gobiernan tu vida? ¿Las normales o las que son al revés? Por las normales se adquieren ventajas muy temporales, que se pierden, como Lot. Por las que son al revés se pierden ventajas muy temporales, pero se obtienen las que no se pueden perder, como Abraham. Tú decides qué matemáticas vas a seguir.
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