Por otra parte, en el mundo faltan auténticas proclamaciones verbales de Jesús, pues también, habiendo tantos cristianos en el mundo, hay una especie de silencio vergonzante, de anonimato asustadizo en torno al uso de la palabra, del verbo y del logos en la proclamación del Evangelio. Quizás es que al no practicar las exigencias del Evangelio integral, que incluiría toda una teopraxis, no sólo la praxis queda anulada y nos hace cómplices de la injusticia en el mundo, sino también la palabra, el “logos” cristiano, la verbalización… la evangelización. Se da también la pasividad vergonzantes.
No hay verdad sin acción. Las verdades que se proclaman y no nos comprometen, quedan en una especie de silogismos perfectos, pero vacíos. Eso puede ocurrir con la evangelización. Comunicamos palabras, pero no la verdad que me ha cambiado, que me ha comprometido con el prójimo y me ha convertido en un agente de liberación. Cuando no hay acción, cambios de conducta, compromisos con el prójimo y con la justicia, no hay comunicación de la verdad. Una auténtica conducta evangélica comprometida tendría tanta fuerza como las palabras. Ambas se necesitan mutuamente.
Por eso hoy en la evangelización, la praxis comprometida, la teopraxis es necesaria e imprescindible para poder hablar de la verdad, del Dios verdadero que necesita que el verbo se encarne y more entre nosotros para darnos ejemplo de servicio. La iglesia será evangelizadora cuando encarne y lleve a la práctica histórica la praxis del Maestro, cuando sea capaz de realizar la Palabra encarnándola en medio de un mundo de dolor, asumiendo todo lo que implica el concepto de projimidad que nos trajo Jesús y poniendo en marcha los valores del Reino, valores de búsqueda de justicia y misericordia.
Hoy la proclamación verbal del evangelio, debe apoyarse en la teopraxis, apoyo que debería ser desde el principio algo connatural y no forzado, para dar credibilidad a la palabra en una sociedad que, debido a la falta de coherencia y de praxis comprometida, ha dejado de dar crédito a los discursos eclesiales, a los sermones insolidarios y que son incapaces de asumir la denuncia profética en busca de justicia y misericordia. Los pueblos se cansan de discursos vacíos que, al faltarles la acción comprometida, no se identifican con la verdad que el hombre necesita, aunque, en realidad, sean verdades teóricas correctas y formuladas con belleza.
La predicación del Evangelio necesita el revulsivo de la acción comprometida, necesita de siervos y profetas que sigan al Dios de la vida que exige coherencia entre la palabra y la acción. La evangelización necesita del
“logos”, de la palabra, de la verbalización, de la proclamación hablada, pero también de la proclamación vivida a través de toda una praxis evangélica, una teopraxis necesaria y que conforma la otra cara de la realidad evangelizadora.
La presencia pública de la fe cristiana no debe ser solamente de palabra, de sermón o prédica. La presencia pública del Evangelio en el mundo hoy se debe articular también a través de la vivencia activa de la misericordia, de la búsqueda de justicia y de la dignificación de las personas que es lo que nos convertirá en “sal y luz” en medio de un mundo sin el sabor de la justicia, del amor y de la misericordia. No debemos interpretar el ser “sal y luz”, como el hecho de proclamar de palabra, cuestión no sólo loable, sino imprescindible en la comunicación del Evangelio. Ser “sal y luz” implica también los imperativos de acción que nos dejó Jesús: “Ve y haz tú lo mismo”, nos dice después de exponernos la parábola del Buen Samaritano; “Porque ejemplo os he dado”, nos dice después de lavar los pies a sus discípulos; “Por sus frutos los conoceréis”, nos dice como garantía del valor de la acción social evangelizadora.
Es por eso que, si los silencios en la proclamación del Evangelio son vergonzantes, la pasividad de los cristianos, la falta de acción, la escasez de una teopraxis evangelizadora es un escándalo, en paralelo con el gran escándalo que hoy representa en la humanidad tanta pobreza, tanta exclusión social y tanta injusticia social que desequilibra el mundo reduciendo a media humanidad a la infravida. No hay proclamación ni predicación del Evangelio de espaldas a esta realidad, sorda al grito de dolor de los despojados del mundo. A poco que se lea el Evangelio y que se siga el ejemplo del Jesús de la historia, que es el mismo que el hoy Jesús glorificado, tendrá que pararse en medio de su evangelización, como hizo el Maestro, ante el grito de los pobres, Bartimeos y Lázaros del mundo en busca de la comunicación a los hombres del auténtico Evangelio, la Buena Noticia a los pobres.
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