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Sobre la sana doctrina (II)

Pasamos a señalar cuáles eran (¡y son!) aquellos grandes hechos de la Revelación de Dios que conforman la llamada sana doctrina.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 10 DE JUNIO DE 2022 12:35 h
biblia, escrituras Imagen de [link]Sixteen Miles Out[/link] en Unsplash.

Decíamos en la anterior exposición que la sana doctrina no tiene que ver con los énfasis particulares de cada denominación, iglesia o sistemas teológicos, todos los cuales tendrán cosas buenas, pero también sus propias deficiencias. La sana doctrina tiene que ver, principalmente, con los grandes hechos de la Revelación de Dios, los cuales podemos identificar y definir aún sin necesidad de salir de las llamadas “Epístolas Pastorales”. Además, lo que el apóstol Pablo define como sana doctrina surge dentro de un contexto en el cual se atacaba a los apóstoles, su predicación y sus enseñanzas y se enseñaban falsas doctrinas cuyos resultados eran dañinos para la fe de los hermanos, a todos los efectosi.



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Dicho lo cual pasamos a señalar cuáles eran (¡y son!) aquellos grandes hechos de la Revelación de Dios que conforman la llamada sana doctrina. Así podremos enfocarnos en la realidad de lo revelado por Dios y afirmaremos nuestra fe en la roca firme de “la palabra de verdad” que es “la palabra de Dios” y “la palabra de Cristo” (Mt.7.24-29; 2ªTi.2.9, 15;). Sobre dicha palabra asentaron su fe los antiguos cristianos.

 



1.- La doctrina del Dios creador: “Hay un solo Dios...” (1ªT.2.5).



El contexto de las Epístolas Pastorales no es pagano, sino cristiano. Por tanto el Apóstol Pablo da por sentado la existencia de Dios. Él declara: “Hay un solo Dios”. Cierto que él se refiere aquí al hecho de la doctrina de la Redención por Cristo Jesús. Pero no se nos escapa el hecho de que Pablo, rememorando Génesis 1.31 declaró que “todo lo que Dios creó es bueno” (Ver, 1.Ti.4.3-4) mientras que parece tener en mente lo que también dijo en un contexto pagano sobre el Dios creador: “Dios da vida a todas las cosas...” (1Ti.6.13,17 con Hch.17.25)



Que Dios es el Creador de todas las cosas, debe formar parte de todo el cuerpo de lo que Pablo denomina “Sana Doctrina”. Y así es precisamente como comienza el Credo Apostólico: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la Tierra...”



Esa sería la primera de las doctrinas que conforman la “Sana Doctrina”. ¿Por qué? Porque si negamos la existencia del Dios creador estaremos desasistidos de la luz de Dios y en vez de encontrar la sanidad integral para la principal enfermedad que es la espiritual, lo que ocurrirá es que degeneraremos más y más a todos los efectos. Basta leer en la Epístola del Apóstol Pablo a los Romanos, para ver que después de la caída, la humanidad degeneró más y más, partiendo de la negación voluntaria de la revelación de Dios acerca de sí mismo y de sus demandas; aunque el ser humano quedó sin excusa delante de Dios por ese mismo rechazo.



Dicho rechazo trajo terribles consecuencias que tuvieron lugar a efectos,



a) Intelectuales (Ro.1.20-22); b) Espirituales (Ro.1.23-23); c) Morales (Ro.1.24-27); d) Y éticos ( Ro.1.29-31)



Lo expuesto no quiere decir que entre los que dicen creer en Dios no se den algunos de esos mismos pecados y en alguna medida. Sin duda es así, pero la negación de Dios Creador cuando su revelación ha iluminado lo suficiente al ser humano, es de por sí un gran pecado. Pecado que llevará, invariablemente, a niveles de degeneración tal y cómo recoge el texto expuesto y que atraerá sobre sí mismos el juicio divino (Ver, Ro.1.18,24,26,28,32)



 



2.- La encarnación del Hijo de Dios. (1ªTi.3.14-16)



Cuando hablamos de la encarnación del Hijo de Dios, nos referimos al hecho que también se menciona en otras partes de la Biblia. Sobre todo en el evangelio de S. Juan, acerca de que “aquel Verbo” -que “era Dios”- “se hizo carne y habitó entre nosotros…” (J.1.1,14). Esa es otra de las principales doctrinas que forman parte muy esencial de lo que conocemos como “la sana doctrina”. Esa es la razón por la cual también se recogió en el Credo Apostólico:



Creo en Jesucristo, su único Hijo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen...”



Fue sobre ese hecho histórico, con todo cuanto significó y significa, añadió el apóstol Pablo: “…de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo” (1ªTi.2.5-6). Aunque ahí ese testimonio se refiere a la muerte redentora de Jesús, concuerdan con lo que leemos en Hechos 10.39-43, acerca de que dicho testimonio fue dado, de forma amplia, por medio de aquellos testigos “que Dios había ordenado de antemano”. Es decir ellos dieron testimonio de todo lo concerniente a la persona y obra de Jesús, que recogía también el hecho de la encarnación de Dios con propósitos redentores. Pero el hecho mismo de la encarnación del Hijo de Dios ya nos habla tanto de la divinidad como de la perfecta humanidad de nuestro Señor Jesucristo (Tito 3.13; 1ªTi.2.5). Verdades necesarias para poder llevar a cabo la obra salvífica divina y traer una perfecta y completa sanidad al ser humano, tal y cómo anticipó el profeta Isaías: “Y por sus llagas fuimos nosotros curados/sanados” (Is.53.5)



Porque si hay algo que los herejes han atacado a lo largo de la historia de la Iglesia cristiana ha sido, o bien la divinidad de Jesucristo o su humanidad perfecta. Pero si hemos de ser fieles a las Sagradas Escrituras, no podemos negar ni una doctrina ni la otra sin atentar contra lo que se conoce como “la sana doctrina”. Negación que desde que los apóstoles predicaban estas grandes verdades, se llevó a cabo por distintos movimientos. Primero aparecieron los llamados ebionitas, luego los cerintianos y los docetas; después aparecerían otros más. Cada uno con su particular “doctrina”; unos negando la divinidad de Jesucristo (ebionitas y cerintianos) y otros, su humanidad (docetas). Pero los apóstoles insistieron en que Jesucristo era el Hijo de Dios hecho hombre. Sin esa doble realidad-divina-y-humana no hubiera sido posible la obra redentora llevada a cabo por él.



Hoy día es exactamente igual: O se ataca la divinidad de Jesucristo o se ataca su humanidad perfecta. En el primer caso negando lo primero, ya se niega también lo segundo. Lógicamente, en el caso de la teología liberal, no es cuestión de interpretación del texto bíblico, sino que se niega una gran parte del relato evangélico allí donde aparece algún elemento milagroso; sobre todo y entre otros, acerca del nacimiento virginal de Jesús, por obra del Espíritu Santo y sin el concurso de José, marido de María. (Mt.1.18-25; Lc.1.26-38) Eso, según aquellos, pertenecería al mito inventado por la comunidad cristiana primitiva y que se fue extendiendo en la iglesia hasta el día de hoy. Jesucristo, entonces, sería un hombre justo, pero normal, como todos los demás y de quien podemos tomar ejemplo para nuestras vidas. Pero nada más.



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Sin embargo, el testimonio por el cual dieron la vida los que afirmaban la verdad evangélica, era otro. Fue el apóstol Pablo siguiendo a los apóstoles que habían sido antes que él, pero habiendo recibido el evangelio directamente del Señor Jesucristo resucitado (Gál.1.11-12) quien, después de hablar de “la iglesia del Dios viviente” añadió:



E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: -Quien- fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado entre las gentes, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1ªTi.3.15)



Ciertamente es “un misterio” el de la encarnación; y el hecho de creer en ella, no significa que podamos explicarlo debidamente. Lo aceptamos por la fe como el hecho más importante de la revelación de Dios, y del cual depende toda la obra redentora de Dios en Cristo Jesús, y por la cual Cristo Jesús triunfó sobre la muerte:



Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo...” (Hb.2.14)



Y es precisamente aquí, en principio, donde podemos aplicar la denominación sana doctrina que estaría en contraste con el error doctrinal, por rechazar de plano la divinidad y/o humanidad-perfecta de Jesucristo. Doctrinas ambas necesarias para llevar a cabo la obra salvífica divina. Eso fue así en el tiempo apostólico y debe seguir siendo así, a menos que neguemos la revelación divina en y a través de su persona y obra. De ahí que en un contexto herético parecido al de las cartas pastorales, el apóstol Juan escribiera:



Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo…” (1ªJ.4.1-3).



De ahí que en ese mismo contexto, dijera el mismo apóstol:



Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa de sus malas obras”.ii (2ªJ.9-11).



Así de claro y sencillo era el apóstol Juan. En realidad, todas las demás herejías dependen, en alguna manera, del concepto que tengamos acerca de la persona y obra del Señor Jesucristo. Y en este caso, el concepto que tengamos del hecho de la encarnación del Hijo de Dios marcará esencialmente si estamos del lado de lo que los Apóstoles llamaban “sana doctrina”, o del lado de aquellos que el apóstol Pablo calificaba como “la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1Ti.6.20).



 



Notas



i Hoy día algunos teólogos calificarían algunas de las herejías de aquel tiempo como, “otros cristianismos” que, debido principalmente a que la corriente teológica del Apóstol Pablo fue más pujante y fuerte, aquellos fueron ignorados.



ii Bien interpretado este consejo del apóstol Juan, teniendo en cuenta todo el contexto bíblico, debe querer decir que aquellos que están enseñando doctrina falsa respecto de la persona y obra de Jesucristo y causando divisiones en las iglesias, no hemos de “recibirles en casa”, ni decirles: “Bienvenidos”, en el sentido que hoy se suele decir: “No importa, todos somos hermanos; da igual lo que creas, el amor es lo más importante”. El desacuerdo es de tal naturaleza que no ha de dar lugar a la comunión. Nos parece a nosotros que una cosa es recibir y hablar de forma educada, respetuosa y amorosa con todas las personas (1ªP.3.15) y otra es comulgar con ruedas de molino aplicando un reduccionismo del Credo Apostólico, con tal de ganar “el favor de los hombres” (Gál.1.9-10). Esto último, no es ser consecuentes con la doctrina de Cristo. Eso es “pervertir el evangelio de Cristo” (Gál.1.7). Y mucho menos consentir que la falsedad se extienda en el seno de la comunidad cristiana. Porque al final, aquella falsa doctrina se extenderá llevando al “desvío” y al “naufragio de la fe” a muchos (1ªTi.1.19; 6.21) e incluso llegando a “trastornar casas enteras”. (Tito 1.10-11). Solo sería cuestión de tiempo.



 


 

 


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COMENTARIOS

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Esteban
10/06/2022
17:34 h
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créame que valoro estos artículos, son muy interesantes. Pero hay una cuestión -dos en realidad pero solo planteo una ahora-: y es que de lo que se plantea en este artículo se concluye que, sin duda alguna, los pare de sufrir son de la sana doctrina (por aquello de la distinción entre ¨particularidades¨ propias de cada denominación y las doctrinas aquí enumeradas).
 



 
 
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