Buscamos espacios de pureza que nos aíslan del mundo, espacios de gueto, mientras que la fuerza de la fe cristiana se diluye en el mundo y somos incapaces de producir cambios que acerquen el Reino de Dios y su justicia a los hombres. Hemos dejado a Dios solo actuando en el mundo.
Y no es que Dios no sea autosuficiente y no tenga poder para cambiar lo que él mismo ha creado, potenciando las relaciones de justicia y paz, sino que a Dios le complace actuar por medio de sus criaturas y, muchas veces, echamos por la borda esta responsabilidad y nos evadimos del mundo dejando a Dios solo en la estacada. Así, la gente no puede percibir la verdad, porque ésta se da en la acción, en la medida que se convierte en verdad actuante.
La verdad cristiana no es una verdad lógica, vacía y pasiva, sino que es Palabra verdadera que se encarna en la realidad produciendo todo tipo de acciones comprometidas. Esa Palabra verdadera, encarnada, enraizada en la historia y actuante a través de sus hijos, es evangelización.
No es auténtica espiritualidad cristiana la que se practica en el ámbito privado de espaldas a la solidaridad humana que hay que tener para con el prójimo, no es auténtica espiritualidad cristiana la que pasa de todo tipo de transformación social en busca del bien de los hombres, la que se evade de la promoción social de los pobres, marginados, excluidos y sufrientes del mundo, la que se acerca al canto de los ángeles buscando autodisfrute en vez de lanzarse a la arena de la realidad a tender una mano como buenos prójimos.
No es evangelización el anuncio de que Dios está detrás de las nubes preparándonos un precioso lugar, mientras permanecemos ajenos al llanto de los hombres. Los que callan y son cómplices, aunque sea con su silencio, de la injusticia social que es el gran escándalo de la humanidad, no deben evangelizar. Dios no se pasea sólo pensando en las calles de la Nueva Jerusalén, en donde ya no habrá más llanto ni dolor, sino que se mueve en medio del mundo, por los focos de conflicto dando palabras de ánimo a los crucificados de la historia.
El concepto de Dios que a veces predicamos y que nos evade del mundo, el concepto de un Dios que sólo promete salvación para el más allá y que se evade de la liberación de los oprimidos en nuestro aquí y nuestro ahora, no es el Dios de la evangelización que debemos ejercer... porque estaremos dejando a Dios solo en medio de un “ya” establecido del Reino que busca justicia y transmutación de valores poniendo a los últimos los primeros, pero que no encuentra voces, manos y pies dispuestos entre los cristianos para que hagan de sus manos y de sus pies en medio de este mundo de dolor, para que sean su voz de anuncio y denuncia. ¿Es posible dejar a Dios sólo en medio de la estacada? ¿Puede haber auténtica evangelización dentro de esta evasión mundana mientras vamos buscando los cánticos celestiales, los rumores y las sonrisas angelicales? Creer es comprometerse.
Cuando contemplamos el mundo con el ochenta por ciento en pobreza en mayor o menor grado, ¿debemos evangelizar como si Dios fuera insensible al dolor de tantos hombres, hombres empobrecidos, oprimidos, sin posibilidades de educar correctamente a sus hijos, sin posibilidades de alimentarlos o debemos unir la denuncia profética a la evangelización? Cuando nos evadimos del mundo, nos hacemos cómplices de la injusticia. Así no se puede evangelizar. Estamos dejando a Dios solo en su acción en el mundo. Encubrimos, vamos detrás del dinero movidos por el dinamismo del dios Mamón. Nos importa, como al joven rico, el conseguir todo en la tierra y todo en el cielo. Queremos juntar, como si quisiéramos tener más, tenerlo todo, lo material y económico con lo metahistórico. El joven rico quería toda la riqueza de la tierra y la del cielo, la vida eterna, pero sólo se quedó, finalmente y por su falta de visión, con su riqueza y con su tristeza. Se fue triste,
No estamos dispuestos a las solidaridades y renuncias que el Reino exige. Nos aferramos a lo metahistórico, mientras que lo intrahistórico, lo que tiene que ver con nuestro prójimo en su historia, en su aquí y su ahora, lo relacionado con la justicia humana, la redistribución de los bienes y la paz, lo dejamos como algo secundario, como teología segunda y no importante. Lo que nos demanda el concepto de projimidad, nos complica la vida y, así, en la religión, en muchos casos, sólo buscamos goces y relax... evasiones.
Hay que buscar otras formas de vivir y de comunicar la vivencia de la espiritualidad cristiana, otros ámbitos en los que ejercer la libertad espiritual de los convertidos y transformados, otras formas de hacer patente al mundo la experiencia de Dios... otras formas de evangelización, de cumplir con la gran tarea de llevar el Evangelio a todo el mundo y a toda criatura.
Dios quiere hablar en la historia a través de sus hijos que renueven sus compromisos para con el Reino de Dios, los compromisos con su justicia y con la liberación de los oprimidos y pobres. Por ahí deberíamos empezar para que la noticia fuera novedad evangélica y para que esta novedad, esta Buena Nueva, nos abriera a la trascendencia y a la esperanza de una novedad de vida, de una salvación que supera nuestros ámbitos intrahistóricos, pero que no los olvida ni abandona.
Prediquemos un Evangelio no evasivo de los conflictos humanos, ni de las desigualdades, ni de las exclusiones, porque Dios está actuando en el mundo. Por ahí podemos seguir siendo novedad, Buena Noticia, Evangelio... y no dejaremos a Dios solo consolando a los pobres de la tierra. Aunque no nos necesitara.
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