Cuando yo llegué a este pueblo, a finales de los años setenta, sólo existía un punto de misión de la IEE, y ni siquiera tenían un lugar de cultos. Se reunían en casa de mis suegros hasta que, no hace muchos años, han conseguido un pequeño lugar de reunión. Hoy hay un pastor mejicano que atiende las iglesias de Granada y de Almuñécar.
Es un pastor que une a una muy buena formación teológica -formación que yo desearía para muchos de los pastores españoles- una forma sencilla de predicar, un pastor que aún está contextualizándose, pues acaba de llegar de Méjico, un pastor que me sorprendió al afirmar que,
“según algunos, Jesús fue evangelizado por la mujer cananea” cuyo relato encontramos en el evangelio de Mateo.
Es verdad que
es curioso que Jesús, que priorizó la acción social liberadora en tantas ocasiones como en la parábola del Buen Samaritano, tan conocida, y en tantos otros pasajes, mostrara una resistencia ante el grito de una extranjera, una mujer cananea que imploraba misericordia. Fue el grito
“¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí!”. Es el mismo grito que le lanzó el ciego Bartimeo en donde dice que Jesús se paró e, inmediatamente, actuó. Jesús, que nos enseñó que debíamos ser movidos a misericordia, se paró ante el grito del ciego implorando esa misericordia. Él no podía pasar de largo. Por esto condenó al sacerdote y al levita de la parábola del Buen Samaritano como malos prójimos.
Sin embargo, el pastor de Almuñécar se esforzaba en mostrar la actitud de Jesús que comienza por un silencio como respuesta ante el grito por misericordia de esta mujer. Los discípulos no ayudan. Hacen a Jesús un ruego desconsolador: ¡Despídela! Les parecía molesta esta extranjera que insistía con su grito en busca de misericordia para con su hija que era atormentada por un demonio.
¿Cuál era el propósito de Jesús, ya que era el único que conocía el final de la historia? La verdad es que su actitud nos parece un tanto cerrada al mundo, un Jesús que nos dejó esa Gran Tarea de ir y predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Jesús rechaza el grito de esta extranjera y se muestra como localista, como si trajera un mensaje restringido a la casa de Israel:
“No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”, fue la respuesta al insistente y desgarrador grito de esta pobre mujer cananea.
La historia es larga y no podemos entretenernos en narrarla completa, pero esta mujer insiste ante Jesús, se postra delante de él implorando misericordia. Si Jesús oponía resistencia y la rechazaba, ella quería un poco de misericordia, al menos como los perrillos comen de las migajas de sus amos. Esta mujer consigue que Jesús cambie. Consigue que su grito sea oído, que de las entrañas de Jesús brotara la misericordia a raudales, hace salir a Jesús de lo que parecía una alienación de su propio ministerio de acercar el Reino de Dios a los pobres, le hace reconocer la fe que esta mujer cananea mostraba. Jesús actúa. No pudo pasar de largo… ¿Fue Jesús evangelizado por esta mujer? ¿Fue su grito evangelizador del mismo Jesús?
No sé si esto se puede afirmar de un Jesús que no sólo era el Señor de la Historia, sino de las historias personales de cada uno. Probablemente la resistencia de Jesús era una insolidaridad metódica para llevarnos a una enseñanza. Es posible que los realmente evangelizados fueran sus discípulos que tanto insistían en que el Maestro despidiera a esta mujer. La fe y la insistencia de esta mujer, su grito, hizo cambiar el comportamiento de Jesús y de sus discípulos, los renovó, les hizo entrar por líneas solidarias, liberadoras, sanadoras, humanitarias… de projimidad. ¿Fueron evangelizados? ¿Hay fuerza evangelizadora en la actitud de la mujer cananea? ¿Hay fuerza evangelizadora en el grito de los pobres? Muchos católicos insten en que “
los pobres nos evangelizan”. Quizás piensen que con su grito nos están ofreciendo la posibilidad de cambiar, de ser movidos a misericordia, de renovarnos, de salir de nuestra alienación, de nuestra involucración en los valores antibíblicos de la sociedad de consumo, que nos están invitando a convertirnos en agentes de liberación en medio de una sociedad inmisericorde. ¿Nos evangeliza el grito de los pobres, o seguimos sordos a su clamor y de espaldas al dolor del prójimo? ¿Fue evangelizador el grito de la cananea?
Yo sé que el grito de esta mujer no va a parecer evangelizador para muchos de los evangélicos españoles acostumbrados a la verbalización de la Palabra y a una forma concreta de entender la proclamación del Evangelio. No obstante, hay que reconocer que en el grito de la mujer cananea también se proclamaba el nombre de Jesús, el Hijo de David. Su grito de misericordia cambió todo tipo de resistencia y apertura al prójimo sufriente, su grito fue liberador y desalienante, su grito abrió perspectivas y sensibilizó a la práctica de misericordia. Hoy el grito evangelizador de la mujer cananea continúa en el grito de los pobres y sufrientes del mundo. Seremos evangelizados si, al escuchar ese persistente clamor, nos paramos y nos dejamos conmover por la misericordia.
Si esos gritos se dan dentro de un proceso evangelístico como ocurría en el caso de Jesús, en donde la evangelización no era algo puntual sino todo un proceso y proyecto de vida, esos gritos resultan potenciadores de la evangelización, son evangelizadores. Deberían ser gritos que nos sacaran de nuestras frías verbalizaciones y nos convirtieran en agentes de liberación, en hombres movidos a misericordia, especialmente para con los pobres, migrantes y excluidos de los bienes sociales. Un grito que nos llama a convertirnos en dadores de dignidad, en transformadores de vida, en exorcizadores de los demonios sociales que se mueven dentro de toda estructura injusta de poder, gritos que cambian vidas y les liberan de las alienaciones a que nos lleva una sociedad montada en la fuerza del dinero, del lujo y del poder.
Si los gritos de los pobres son evangelizadores, si la mujer cananea evangelizó a los discípulos -¿también a Jesús mismo?- nosotros no deberíamos dar nunca la espalda, en nuestra evangelización, al grito de los pobres y proscritos del mundo, gritos en busca de dignidad y liberación de tantos demonios como se mueven dentro de nuestras estructuras sociales.
Señor: ¿fuiste tú evangelizado por el grito de la mujer cananea? ¿Lo fueron tus discípulos? ¿Llegaremos nosotros a dejarnos evangelizar por el grito de los sufrientes del mundo? ¿Incluiremos en nuestra evangelización esos gritos? ¿Debemos darle acogida en nuestro proceso evangelístico? Señor: ¡Enséñanos a escuchar y a pararnos ante el grito de misericordia de los pobres! ¡Ayúdanos a dar acogida a estos gritos en nuestra evangelización! ¡Que estos gritos nos evangelicen! ¡Que nos dejemos evangelizar por ellos! ¡Enséñanos a evangelizar!... a pesar de nuestras dudas.
Si quieres comentar o