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Creer que la Biblia es Palabra de Dios no me hace un “bibliólatra”

Sus palabras son la base del conocimiento espiritual verdadero; son como la roca y el fundamento de nuestra vida.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 13 DE MAYO DE 2022 10:47 h
Imagen de [link]Rod Long[/link] en Unsplash.

De la Biblia podemos decir, en términos generales, que "es la Palabra de Dios". Claro, ahí podemos encontrar muchos tipos de "palabras": De hombres malos y buenos, de reyes y de personas sencillas del pueblo y hasta del mismo diablo. La Biblia nos cuenta de cómo Dios intervino a lo largo de la Historia para darse a conocer a sí mismo y sus propósitos de Salvación en la persona de su Hijo Jesucristo (Gál.4.4; Hb.1.1-3). Pero no es Palabra de Dios solo aquello que se dice claramente que es revelación de Dios; también son aquellos pasajes que relatan historias a través de las cuales el Espíritu Santo nos enseña, por la vía de los numerosos ejemplos: los malos y los buenos. No en vano el apóstol Pablo escribió:



"Pero las cosas que antes se escribieron, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza" (Ro.15.4)



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Y también:



“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron…”



“Y estas cosas les acontecieron como ejemplo y están escritas para amonestarnos a nosotros,  que vivimos al final de los tiempos...” (1ªCo.10.6,11)



Dios en su sabiduría ordenó que los hechos que conocemos y definimos como “Historia Sagrada” quedasen registrados para nuestra información, conocimiento y provecho espiritual. Y eso no solamente en relación con los hechos históricos, sino también en lo relacionado con la “tipología” y el ordenamiento de los pactos que Dios hizo con el hombre a lo largo de la historia de la Salvación. De todo lo cual, dice el texto bíblico,  fue el Espíritu Santo el que dio testimonio de ello. (Hb.3.7; 8.8-12; 9.8-9; 10.15-17)



Así es, la Biblia es el libro por excelencia que nos advierte y nos amonesta; pero además nos trae la esperanza en aquel que es “nuestra esperanza de gloria”, Cristo el Señor (Col.1.27; Tito, 2.13). La Biblia es como el mapa que nos lleva al Tesoro. Pero no es un mapa entre muchos, sino “el Mapa” que nos orientará en todo en esta vida, para poder heredar el tesoro “de la salvación que es en Cristo Jesús”. (2ªTi.3.15-16)



Por tanto, la Biblia en sí misma, es el tesoro más valioso que nos ha llegado por el poder revelador de Dios. Su valor está en relación directa con el Tesoro del cual ella misma nos habla. Los mandamientos, advertencias y exhortaciones divinas son un tesoro para nosotros, pues por medio de esas disposiciones que vienen de lo alto somos advertidos de las terribles consecuencias por desoír “todo el consejo de Dios” (Hch.20.7). Por otra parte, las “preciosísimas promesas” de las cuales escribió el apóstol Pedro y que “nos han sido dadas por su divino poder” (2ªP.1.3-4) forman parte de ese incalculable tesoro para nosotros, en tanto vivimos esperanzados en la fidelidad de aquel que nos las dio y que nos anticipan la recepción y el disfrute de “una salvación tan grande” (Hb.2.1-4). Por este tesoro anticipado que son las Sagradas Escrituras, muchos sufrieron persecución y se sacrificaron hasta dar su vida para que sus conciudadanos pudieran poseerlo y conocerlo. Y en la medida que dieron su vida por traducir, propagar, predicar y enseñar  el mensaje de las Sagradas Escrituras, en el cual creyeron, no fue tanto  “por un libro” como algunos dicen con cierta sorna, sino por Aquel del cual hablan las Escrituras: El mismo Señor Jesús.



Quizás tendríamos que haber vivido en los siglos en los cuales las tinieblas espirituales y morales cubrían toda Europa para ver en qué aprecio tenían las Escrituras aquellos que, por medio de ellas, conocieron el verdadero camino de la Salvación y la verdadera libertad que es en Cristo Jesús. Quizás tendríamos que experimentar la realidad de lo que es no conocer revelación alguna, para darnos cuenta de que sin revelación clara, concreta y cierta respecto de Dios y sus cosas, estaríamos abocados a las tinieblas más espesas y a la perdición. Quizás tendríamos que haber vivido en los países comunistas en los que la Biblia era un libro prohibido y los creyentes, para proveerse de la Palabra de Dios las copiaban a mano, por turnos, hasta copiar evangelios enteros, epístolas, los salmos, los proverbios, etc.



No quisiera volver atrás, al tiempo cuando no tenía  la luz de nuestro Señor Jesucristo. (J.8.12). No quisiera que viniese un tiempo como el que describe el profeta Amós:



”He aquí vienen días, dice el Señor, en los cuales enviaré a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra del Señor, y no la hallarán” (Amós 8.11)



No. No quisiera experimentar esa terrible realidad; no quisiera “tener en poco una salvación tan grande” (Hb.2.1-4) que nos ha sido dada a conocer a través de las Sagradas Escrituras (2ªTi.3.15-16).  Tampoco quisiera ser de los que “tuercen las Escrituras para su propia perdición” (2ªP.3.15-17); ni de los que, después de haber recibido el gran tesoro de las Sagradas Escrituras, tenerlo “como cosa extraña” por tener en poco lo que Dios nos otorgó con tanto amor. (Os.8.12) ¡No! No quisiera dejar de amar la Palabra de Cristo, en vista de que, una y otra vez él nos mandó recibir,  obedecer y amar su Palabra (J.14-15-16-17). Aún los salmistas destacaban el valor de la Torah, sabiendo que las habían recibido del Señor (Sal.19; y 119) Y Jesús mismo corroboró la inspiracion y el valor divino de las Escrituras en su lucha contra el diablo (Mt.4.1-11) mientras que actuó como el verdadero intérprete de las mismas cuando, sañalando  cada bloque que conformaban las Escrituras del Antiguo Testamento, “les abrió el entendiemiento” –a sus discípulos- para que las comprendieran (Lc.24.25-27, 45). Por otra parte, fue el mismo Jesús el que hizo mención del gran privilegio que tenían sus discípulos por “ver y oír” en él, lo que los antiguos no vieron ni oyeron (Lc.10.23-24).



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¿Y nosotros hemos de tener en poco sus palabras? ¡No! Porque sus palabras son la base del conocimiento espiritual verdadero; son como la roca y el fundamento de nuestra vida, que será preservada de la ruina moral y espiritual ¡y aun de la misma condenación! (Mt,7.24-29) El Señor Jesús dio a entender que  obedecer  y permanecer en su Palabra es obedecerle a él y permanecer en él (J.15.7,10) Por esas y otras muchas razones es que, tener en seria consideración su Palabra y obedecerla nos hará bienaventurados, pero nunca unos “bibliólatras”. (Lc.11.28; J.13.17; Apoc.1.3)



Hemos de suponer que en las parábolas de las minas, los talentos y la de los labradores malvados, los que recibieron tales dones y quedaron al cuidado de ellos y de la finca, sabían muy bien lo que el dueño les dijo y demandaba a cada uno. Ellos no podían decir que esas instrucciones no eran las instrucciones del dueño que les dio tales encargos y responsabilidades. (Mt.21.33-46; 25.14-30; Lc.18.11.27)



Pero esas historias (parábolas) que contó Jesús eran ilustraciones de realidades mayores, que nos enseñan preciosas lecciones de parte del más alto Dueño ¿Y vamos a decir que no son palabras de Dios? ¿De quién son esas palabras, entonces?. Así que, por creer que la Biblia es la Palabra de Dios, no se cae necesariamente en la bibliolatría. En la bibliolatría se cae cuando decimos, repetimos, enfatizamos -¡y hasta “peleamos”!- diciendo  que la Biblia es la Palabra de Dios y dejamos de conocer el propósito principal por el cual nos fue dada, que es el de conocer al Dios de las Escrituras; de la Palabra. Y eso es posible que nos suceda. Jesús dijo a los religiosos de su tiempo:



"Escudriñáis las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí" (J.5.39).



   Pero a esos mismos que “escudriñaban las Escrituras", y que al parecer, las tenían en  muchos aprecio, Jesús también les dijo:



"Nunca habéis oído su voz, (de Dios) ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros…" (J.5.37-38)



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¡Claro que se puede creer que la Biblia es Palabra de Dios y sin embargo, no conocer al Dios de la Biblia o tener un conocimiento desfigurado de Él! Cuando eso ocurre, generalmente se carece del conocimiento de la experiencia de la esencia de Dios mismo, que es  el amor y la misericordia para con el prójimo. Entonces se cae en el legalismo más horroroso. Es decir se coloca al texto bíblico por encima de Dios y se valoran más “los cultos” que las personas, y a las cosas más que a las buenas acciones; las “reglas” religiosas se tienen en más alta consideración que el cuidado para con aquel que tenemos al lado;  la “exactitud minuciosa” de lo que dice un texto bíblico aislado, pesará mucho más que lo que dice una verdad más grande e importante que aquel mismo texto; y se llega a creer que solo por “ser fiel al texto bíblico” que “se ha predicado bien” y se  está comunicando la vida del Espíritu, cuando la realidad es todo lo contrario. Todo lo cual es el resultado de una visión sesgada de Dios, que nos hace ciegos, guías de ciegos y nos  hace ser injustos para con los demás. De ahí que el Señor acusara a los religiosos de su tiempo:



“Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque diezmáis la menta, el eneldo y el comino, y habéis olvidado lo más importante de la Ley: La justicia, la misericordia y la fe...” (Mt.23.23)



Por eso y por otras razones más, hemos de insistir en que, creer que la Biblia es Palabra de Dios, no nos hace ser unos bibliólatras, como algunos dicen y nos acusan. ¿Pero que los hay? ¿Claro que sí? Y a eso, solo podemos decir: Señor, ayúdanos a no caer en semejante desatino.


 

 


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COMENTARIOS

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jorge varon
13/05/2022
14:50 h
1
 
Lo primero es perderle el miedo a las etiquetas. El adversario siempre las utilizará para amedrentarnos. Seremos etiquetados hagamos lo que hagamos. Los ojos puestos en Cristo y que el mundo siga su marcha.
 



 
 
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