Es necesario enfatizar, con la misma fuerza, algo esencial en el cristianismo: el anuncio y la realización en la historia del proyecto que irrumpe en nuestro mundo con la entrada de Jesús en el ámbito de lo humano, el proyecto de Jesús, el Reino de Dios entre nosotros y sus implicaciones. Implicaciones que nos retan al compromiso no sólo con Dios, sino también con el hombre en cuyo ámbito debe entenderse también la justicia del reino.
No anuncia bien a Jesús quien sólo predica a Cristo glorificado y se olvida o relega al Jesús histórico, al Jesús humano, unido a todo su proyecto que acerca el reino de Dios a los hombres, no sólo con palabras, sino con hechos y ejemplos gráficos solidarios con el hombre, fundamentalmente con los más débiles, pobres y proscritos, ejemplos que nos llenan de nuevos valores que se encuentran de una manera muy dinámica en las Parábolas del Reino. Leedlas y reflexionad sobre ellas. El evangelista no sólo debe ser un vocero del Jesús glorificado, sino del proyecto de ese mismo Jesús, el reino de Dios, centrado en nuestra historia mundana y dignificador de los más débiles y proscritos hasta sacar al primer plano, a los primeros lugares, a todos aquellos excluidos, marginados, pobres y proscritos… los últimos.
Quien lea las parábolas del Reino se dará cuenta de lo que quiero decir y de sus implicaciones, incluyendo el banquete del reino que reactualizamos en la tierra cada vez que compartimos nuestro pan y nuestra vida en amor solidario hacia el prójimo. Es por eso que en la evangelización debe entrar el compartir el pan, la vida y la Palabra con aquellos pobres y marginados que son el prototipo de los invitados por Dios a su especial banquete: el banquete del Reino. O, si queréis cambiar el orden, la Palabra, la vida y el pan. Quizás el buen evangelista está dispuesto a hacer todo simultáneamente, priorizando lo que más necesario sea en cada momento. Como hizo Jesús.
El evangelista no debe fijarse solamente en el Jesús glorificado y sentado hoy a la diestra del Padre, sino que también debe seguir las líneas del Jesús histórico y su proyecto. Debe fijarse en los valores del Reino que se reflejan en las Parábolas del Reino y en la vida, enseñanza, hechos y prioridades de Jesús. Desde estas perspectivas, la evangelización no es sólo preparar personas para la salvación futura, en el más allá o en la vida de ultratumba, sino que también la evangelización se incultura y se encarna en nuestra historia llegando a ser un elemento transformador de los valores y criterios que debemos de tener para enjuiciar las cosas y un elemento de promoción humana.
El evangelista debe ser necesariamente analista de la sociedad, de la situación del prójimo, de los valores dominantes… debe tener también algo de profeta y saber canalizar la denuncia social que intente sacar al plano de lo que es a aquellos que están reducidos a la infravida. Debe dar nuevas fuentes inspiradoras que transformen los modelos de vida y las prioridades, buscando la justicia y la promoción social de los más débiles. Si no, estaremos predicando la persona de Cristo, pero habremos olvidado su proyecto. Nuestra evangelización no será un elemento de transformación del mundo ni tendrá la fuerza de justicia misericordiosa de las parábolas del Reino de Dios anunciado y realizado por Jesús en nuestra historia y que ya está entre nosotros.
El evangelista debe transformar con la palabra y el ejemplo comprometido, con su servicio, los criterios de juicio que tiene el mundo, los valores y las líneas de pensamiento. Por eso no está demás hablar de la inculturación del Evangelio y de la evangelización de la cultura, conceptos imposibles si olvidamos al Jesús histórico, su proyecto del reino, al Jesús hombre que anduvo entre nosotros. Conceptos imposibles si priorizamos totalmente al Jesús glorificado olvidándonos de su proyecto para los hombres, proyecto que se acordó de una forma tan especial de los más débiles.
Para no olvidar al Jesús de la historia, ejemplo de servicio, de las prioridades que debe tener el cristiano y de los estilos de vida comprometida que debe seguir, no debemos limitarnos solamente al anuncio y proclamación, sino al acercamiento y realización del Reino en compromiso dignificador con los hombres, siendo activos y convirtiéndonos en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Si nos fijamos en el proyecto de Jesús, en los valores del Reino y en sus parábolas, seremos conscientes de que evangelizar implica también, y de forma necesaria, ser una mano tendida de liberación del sufrimiento en nuestro aquí y nuestro ahora, liberación de la pobreza y de la opresión.
El hombre que evangeliza debe adquirir también un compromiso con el mundo. Los evangelizadores deben ser un fermento en medio de los sistemas mundanos que, con su trabajo y su esfuerzo, actualicen y realicen el Reino compartiendo la vida, el pan y la Palabra. Vida en acción comprometida, acción que también resulta evangelizadora, que nos convierte en agentes de liberación y portadores de luz llevando a otros a glorificar y a alabar a Dios:
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en lo cielos”.
La acción comprometida de los creyentes lleva a los hombres a glorificar a Dios, anuncia el Evangelio -pues no todo anuncio se hace con palabras- y nos convierte en voceros del Reino... nos convierte en evangelizadores capaces de compartir el pan reactualizando la mesa del banquete del Reino, de forma solidaria, compartiendo y repartiendo los recursos del mundo que pertenecen a todos por igual.
Esta evangelización de palabra, de banquete, de acción comprometida y de compartir vida, es la que puede convertir, transformar las estructuras injustas de pecado y llevar a las gentes a una auténtica conversión. Conversión total y, si queréis, radical como fue el Evangelio del Maestro. No seamos tibios ni parciales en esa responsabilidad tan importante que es la Evangelización. Evangelizar es comprometerse con Dios y con el mundo… con el grito de los sufrientes.
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