Junto con San Juan de la Cruz, Santa Teresa representa el punto culminante de la brillante mística española.
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Su nombre era Teresa de Cepeda y Ahumada. Nació en Ávila el 28 de marzo de 1515 y desnació en Alba de Tormes el 4 de octubre 1582. Su abuelo se vio procesado por la Inquisición. Ella misma sufrió el látigo de la Inquisición de Sevilla en un proceso del que salió libre.
El mismo tribunal inquisitorial calificó su obra autobiográfica El libro de la vida como “obra diabólica”. A los 22 años, viviendo con sus padres, sufrió un grave ataque nervioso que la mantuvo paralítica durante dos años, viviendo a partir de entonces una vida de continuas enfermedades. En torno a los 40 años de edad experimentó un intenso resurgir de su vida espiritual, para continuar sus visiones místicas. En 1560 empezó a reformar la orden carmelitana. Fundó los conventos de Beas del Segura, Sevilla y Caravaca. Continuó su gran tarea hasta completar la cifra de 32 fundaciones. Al regreso de la última en Burgos tuvo que desviarse hacia Alba de Tormes, donde falleció, como queda escrito, el 4 de octubre de 1582. Junto con San Juan de la Cruz, Santa Teresa representa el punto culminante de la brillante mística española.
De sus largos escritos poéticos hemos seleccionado éste.
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
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¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.
Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
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