El único lugar en el que es imprescindible que esté escrito nuestro nombre es en el libro de la vida. El verdadero éxito es vivir en el corazón de Dios.
Nadie puede dudar que Miguel Ángel hizo una auténtica obra de arte en el techo de la capilla Sixtina en Roma: sus pinturas sobre la Biblia rozan la perfección. Todavía hoy se considera que es una de las obras cumbre del genio humano, un trabajo que le costó al artista más de cuatro años de su vida. Se cuenta que en un momento de su trabajo, uno de sus ayudantes le preguntó por qué pasaba tanto tiempo pintando una parte el techo que era prácticamente invisible desde cualquier ángulo, Miguel Ángel simplemente respondió: “Dios sí lo ve”.
Ese deseo del artista de dedicar toda su obra al Creador, marcó su vida por completo: en los últimos años, algunos investigadores han llegado a encontrar cartas personales suyas que demuestran su relación con el protestantismo y el hecho de que hiciera suya la salvación por gracia de la que habla la Biblia, así como su lealtad a Dios, y su decisión de seguir al Señor Jesús en todas las circunstancias. Esa fue una de las características de su obra, quería hacerlo todo de la manera más sublime posible, sabía que la gloria de Dios lo merecía.
La vida del Señor Jesús nos dejó (¡entre otras muchas!) una realidad admirable, el Mesías lo hacía todo para la “audiencia de Uno”: su Padre. Quería cumplir su voluntad siempre; de la misma manera nos enseñó a todos que esa es la única motivación que merece la pena en la vida, hacerlo todo para la gloria de Dios.
Cuando vivimos así, dejamos de preocuparnos por las apariencias y por lo que otros puedan pensar de nosotros. La gloria de Dios es mucho más sublime que las opiniones de ciertas personas. ¡Y no sólo eso! Hacerlo todo para nuestro Padre celestial nos libera de la tentación de querer tener éxito en actividades que no sirven para nada; en cosas que, simplemente, nos hacen perder el tiempo. Situaciones que no tienen ninguna trascendencia espiritual, que no permanecen, que no hacen bien a los demás: aquellas que tienen que ver con el dinero, el poder, o que nuestro nombre quede registrado para la posteridad. El único lugar en el que es imprescindible que esté escrito nuestro nombre es en el libro de la vida. El verdadero éxito es vivir en el corazón de Dios, y en el de aquellos a quienes podemos ayudar.
Muchos no quieren reconocerlo y aprenden a esconder la realidad y fingir. Viven “posando” continuamente, intentando causar una buena impresión; queriendo mostrarse perfectos, buenos, incluso espirituales. ¡Se hacen los reyes del maquillaje!, y eso les lleva a ser estatuas de bronce con pies de barro ¡Hasta para la salud es malo vivir de apariencias y fachadas!. Son personas con mucho barniz y poca raíz. Su destino es la farmacia, el hospital, el dolor...
Dios nos llama a vivir en un poder extraordinario, el del Espíritu de Dios. El está siempre ahí, y quiere que nuestra vida esté basada en lo trascendental. Pablo lo explica de una manera muy clara: “Le pido que de su gloriosa riqueza os dé interiormente poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios”(Efesios 3:16).
¡Este es el momento de vivir y dejarnos de tonterías!
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