Quiero enarbolar mi vida con palabras que agraden al Padre. Aprender a oír en silencio aquello que Dios me dice.
Ya se fue. Se marchó avejentado y taciturno. Cansado y maltrecho se diluyó mostrando una mueca triste. Le dio el relevo a un nuevo año que esperaba tras bambalinas: bruñido, vibrante, refulgente.
Vigoroso se nos presenta dejando entrever sus ansias de protagonismo, de hacer una sublime actuación que eclipse a los protagonistas pasados; años que no fueron buenos y que pasaron a la historia sin pena ni gloria.
2022. Una cifra más, un año nuevo.
Es enero y el aire no es frío, huele más a primavera que a invierno; al menos a esos inviernos que recuerdo, a los de cuando yo era niña y el vaho escapaba de mis labios en forma de nube mientras mi madre se afanaba por embutirme en uno de esos horribles y calentitos gorros que solo te permitían tener al descubierto los ojos. Inviernos donde al calor de la estufa soñaba con un futuro lejano barnizado de cosas por descubrir, un futuro al que ansiosamente anhelaba llegar.
Hoy, viviendo ese futuro; no el mismo pero muy parecido al que soñaba de niña, me siento a escribir y enredada entre letras abrazo palabras. Palabras que a menudo se adueñan de mis labios y emanan de ellos con parsimonia, cautelosas, revestidas de un poder que desconocen y que debo tener muy presente.
Me detengo en las frases que cada día se cuelan dentro de mí y que atraviesan mis oídos desgranando su contenido dentro de mi cabeza. Frases que pueden ser dolorosas, tiernas, frías, desgarradoras, astutas. Mensajes de los que soy receptora y también emisora.
Intento procesar todo lo que oigo, ser sensata a la hora de prescindir de cierta terminología que se infiltra en mis dominios con la sutil pretensión de arruinar algún que otro buen deseo, pero a la vez, quiero ser sabia, prudente y responsable con aquellas palabras que emito, ellas portan la rúbrica de mi persona, me definen, me describen.
Soy parte de lo que expreso, por ello pido a Dios que lime las asperezas de mis palabras, que las someta a cuarentena si estas no son adecuadas o no deben ser pronunciadas en un contexto determinado.
Soy dueña de lo que silencio y puedo ser esclava de lo que digo.
Quiero arremeter contra aquello que intenta paralizarme, eso que atraviesa con aparente suavidad pero que contiene una carga lastimera. Si alejo de mí esos vocablos que desestiman lo que soy y los cambio por otros que suavizan mi presente aportando luz, habré conseguido fraguar un contenido positivo.
En este nuevo año me he propuesto abandonar los términos que me limitan, esa unión de letras que al fundirse operan con astucia haciéndome sentir demasiado vulnerable.
Quiero enarbolar mi vida con palabras que agraden al Padre.
Teñirme de: servicio, entrega, entusiasmo, coherencia, ilusión, compromiso, amor, sencillez, honestidad, sonrisas, caricias, abrazos, miradas, complicidad, ayuda, abrigo, refugio.
Omitir la desidia, la soberbia, el egoísmo, la necedad, la apatía, la falsedad, la murmuración, los prejuicios. Aprender a oír en silencio aquello que Dios me dice. Callar y saber esperar.
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