Es únicamente por causa de la victoria de Cristo sobre Satanás que nosotros ahora podemos perder el miedo a la muerte.
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Es obvio que, independientemente del momento del año en el que nos encontremos, en estos días de continuada pandemia, no podemos olvidarnos de los terribles efectos que tiene. El peor de todos, sin duda alguna, ha sido el fallecimiento de muchas personas. Querámoslo o no, el virus nos ha enfrentado a la muerte. Hemos tenido que mirarla cara a cara y, sin duda alguna, el miedo ha sido una de las reacciones más extendidas ante su aplastante hegemonía.
Pero, al mismo tiempo, no podemos dejar de pensar en la Navidad. Un acontecimiento histórico cuyo auténtico calado, solo puede ser abordado adecuadamente desde el testimonio que nos proporciona la Biblia. El Antiguo Testamento contiene alusiones a lo que nosotros llamamos la Navidad, por ejemplo, Isaías 7.14. Pero es, sobre todo, en el Nuevo Testamento donde se revela con todo su esplendor. Este comienza con los relatos que contienen los evangelios acerca del hecho histórico del nacimiento de Jesús. Y es que este es el mensaje de la Navidad: “Y aquel Verbo (El Hijo de Dios) fue hecho carne y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”, Juan 1.14.
Pero la revelación bíblica, igualmente, incluye la razón de la encarnación del Hijo de Dios. Es decir, los motivos por los que Dios se hizo hombre. Esto lo encontramos, principalmente, en las Cartas del Nuevo Testamento. Y, entre las mismas, el autor de la Epístola a los Hebreos aclara que la venida del Hijo de Dios al mundo está íntimamente conectada con la realidad de la muerte. Estas son sus palabras: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”, Hebreos 2.14,15. Este texto enseña que nuestro Señor Jesucristo estuvo dispuesto a hacerse hombre con un propósito muy concreto: derrotar a Satanás, a aquel que tenía el dominio de la muerte. Esta epístola afirma que Cristo vino para invalidar la insoportable tiranía de Satanás y su reino de oscuridad.
El Nuevo Testamento explica detalladamente cómo nuestro Señor Jesucristo subyugó al diablo. De entrada, tenemos que recordar que la muerte es la justa consecuencia de nuestro pecado contra Dios, Génesis 2.16,17. El pecado es infracción de la Ley de Dios, 1ª Juan 3.4. Pero, al mismo tiempo, la Biblia resalta el papel del diablo en nuestro pecado, Genesis 3.1-5; 1º Juan 3.8. Por medio de la tentación, Satanás hizo que la muerte se precipitara sobre todos los seres humanos. Por eso el mismo Señor Jesucristo llama al diablo homicida, Juan 8.44.. Por si fuera poco, la Escritura lo presenta, asimismo, como un implacable acusador de la iglesia delante de Dios mismo, denunciándola constantemente delante de Dios: Zacarías 3.1; Apocalipsis 12.10. Y esto porque cruelmente desea la ruina y la destrucción de los seres humanos. De este modo es como, perversa y maliciosamente, sujetó a todos a su mortal potestad.
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Pero este texto nos confronta con una sorprendente declaración: que Cristo nació precisamente para llevar sobre sí el castigo por nuestros pecados: es decir, que vino para morir. Estamos ante una portentosa paradoja que gira en torno al vocablo muerte. Pero el autor de la carta no se limita a llamar nuestra atención sobre la misma. Asimismo nos desvela en qué sentido la muerte de Cristo derrotó a Satanás: “Por tanto, tenía que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, a fin de que llegara a ser un misericordioso y fiel sumo sacerdote en las cosas que a Dios atañen, para hacer propiciación por los pecados del pueblo.”, Hebreos 2.17. La clave reside en esta palabra, propiciación. Significa, en términos sencillos, la remoción de la justa ira de Dios a través de una ofrenda por el pecado. Así es como el Nuevo Testamento presenta la obra de Cristo en la cruz, como un voluntario sacrificio de sí mismo que culminó con su muerte en el Calvario. Allí llevó voluntariamente lo que trajo nuestro pecado: la muerte, ya que la paga del pecado es la muerte, Romanos 6.23. Al morir Jesús en el Calvario, dio muerte a la misma muerte. Y, de este manera, al morir la muerte con El, el imperio de Satanás se vino abajo, se derrumbó completamente. Satanás carece ahora de base legal para exigir la ejecución de la sentencia de muerte contra nosotros, Colosenses 2.14. Es un enemigo cautivo, y al que el Señor puede ahora despojar de sus bienes, Mateo 12.29; Lucas 11.21,22, a los que Hebreos describe como todos aquellos que por miedo a la muerte estaban sujetos a servidumbre: Hebreos 2.15. Y es que es únicamente por causa de la victoria de Cristo sobre Satanás, que nosotros ahora podemos perder el miedo a la muerte. La muerte de Cristo ha cambiado el modo en el que el creyente contempla su muerte: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”, 1ª Corintios 15.55-57. Notemos que en las Escrituras no se contempla tan solo el miedo a morirse, sino también el temor a la muerte por lo que viene después de la misma. Es decir, la muerte como la eterna y justa separación de Dios, como la condena por nuestros pecados. Cristo nos libra del miedo a esta otra muerte porque llevó en la cruz el castigo que merecía nuestro pecado. Ha desposeído a Satanás de la capacidad de aterrorizar a las personas con el miedo a lo que acontecerá después de morir físicamente.
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A la luz del triunfo del Señor Jesucristo sobre la muerte, y que puso de manifiesto su resurrección de entre los muertos, la Palabra de Dios nos exhorta a hacer nuestra esa salvación que Cristo ha logrado. Recordemos las palabras de Juan, el apóstol: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre”, Juan 1.11,12. La pregunta que tienes que hacerte es ¿Te has acogido a Cristo? ¿Crees en El? Es por la fe que obtenemos el perdón de nuestros pecados y perdemos el miedo a la muerte. Recuerda que esto es posible tan solo por medio de: “nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”, 2ª Timoteo 1.10. Estas son las buenas noticias que nos trae la Navidad: que aquel que nació en Belén de Judea lo hizo para vencer a la muerte en su cruz. En Navidad recordamos a Aquel que se hizo de carne y hueso para salvanos del terror a la muerte. Celebra, pues, la Navidad poniendo tu confianza en Jesús el Salvador: ¡solo así dejarás de temer a la muerte!
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