¿Nuestro objetivo es la transformación?

Depende del punto de contraste. Es decir, si se contrasta la transformación con la educación, entonces sí, está ciertamente más cerca de nuestro objetivo como predicadores. No queremos simplemente informar, queremos ver la transformación.

Si el punto de contraste es la conformación, entonces yo diría que la transformación es un objetivo mejor que el de simplemente presionar a la gente para que se ajuste a ciertos comportamientos.

Pero, ¿y si el punto de contraste es la relación? Ya he sugerido antes que la predicación tiene que ver con tres relaciones: la primera es la relación del predicador con Dios, la segunda es la relación del predicador con los oyentes, y la tercera es el objetivo; la relación de los oyentes con Dios. 

En este contexto, yo diría que nuestro objetivo debería ser la relación y no solo la transformación.

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Aquí está el problema potencial del lenguaje de la transformación.  Si no incluimos el concepto clave de la relación, podemos caer en la tentación de conformarnos con un cambio de comportamiento o de estilo de vida. 

La realidad es que estar en relación con Jesús no es solo el objetivo final del ministerio sino que también es el medio por el que se produce la auténtica transformación, o quizás podríamos decir que es el objetivo intermedio además del objetivo final.

La verdadera transformación en el ministerio evangélico es una cuestión de relación.  Pero en nuestro mundo caído, naturalmente creemos que un individuo puede ser transformado simplemente por un cambio en su forma de pensar o en lo que elige. 

Esta caída es la que me hace sugerir que tengamos cuidado con el lenguaje de la transformación. 

Demasiados miembros de nuestras iglesias se conforman con ajustes en la vida sin la transformación que cambia el corazón y que se produce en el contexto de una relación genuina con el Padre a través de Cristo y por el Espíritu.